Necesidad de Juan Benet
El escritor, referente de una generaci¨®n rutilante: Luis Mart¨ªn Santos, Juan Garc¨ªa Hortelano o Carmen Mart¨ªn Gaite, cumplir¨ªa 90 a?os
Este hombre med¨ªa cerca de dos metros, llevaba un flequillo blanco, re¨ªa de medio lado, y bastaba fijarse en sus ojos risue?os, como de ni?o malo, para saber que una cosa dec¨ªan sus palabras y otra cosa dec¨ªan esos ojos. Sin embargo, como era tan alto, y tan elegante, y como adem¨¢s dec¨ªa exabruptos para acentuar una pedanter¨ªa de la que adem¨¢s se burlaba, pas¨® a la historia como un antip¨¢tico de Madrid que ven¨ªa de San Sebasti¨¢n.
Ahora a muchos hay que explicarles qui¨¦n era Juan Benet, y esos rasgos tan provisionales bastan para cumplir con los t¨®picos con que tambi¨¦n fue conocido en una vida que acab¨® demasiado pronto, el 5 de enero de 1993, despu¨¦s de una enfermedad tremenda que sobrellev¨® con tremenda fortaleza.
Muri¨® pronto, pues, a los 65 a?os, que no es nada hoy en d¨ªa, como murieron demasiado pronto sus compa?eros (y tan amigos) Luis Mart¨ªn Santos, Juan Garc¨ªa Hortelano, Carmen Mart¨ªn Gaite, Ignacio Aldecoa, Rafael Conte, Javier Pradera, ?ngel Gonz¨¢lez, Carlos Barral, tantos¡ Se dice en una sola l¨ªnea, pero ese aviso colectivo de una nueva manera de entender la literatura (y la amistad) consta de muchas plumas y muy celebradas¡ en vida. La falta de inter¨¦s que Espa?a, la literatura espa?ola, incluso la academia espa?ola, han mostrado y muestran por los literatos muertos, hace que ahora haya que ir a las librer¨ªas de viejo para encontrar noticia bibliogr¨¢fica de muchos de ellos.
Por eso tantas veces hay que explicar, por ejemplo, qui¨¦n era Benet. Ahora que hace 24 a?os de su muerte en v¨ªspera de Reyes, una muerte que, como aquella de Ignacio Aldecoa, nacido en 1925 y muerto cuando ten¨ªa 44 a?os, parec¨ªa un aviso para su generaci¨®n (as¨ª dijo Mart¨ªn Gaite: la muerte de Ignacio es ¡°un aviso¡±) y para los que segu¨ªan, volver al autor de Volver¨¢s a Regi¨®n es un imperativo categ¨®rico de una sociedad literaria dada a entender que la ¨²ltima luz es la que alumbra.
A Benet lo caracteriz¨® el magisterio, y la generosidad del magisterio. Alumnos suyos, por decirlo con ese sustantivo que a ¨¦l le hubiera roto los t¨ªmpanos, son algunos de los m¨¢s singulares rostros y almas de la literatura espa?ola de la transici¨®n y m¨¢s ac¨¢; algunos lo supieron, porque lo trataron de cerca, y fueron sus amigos, pero otros no supieron hasta qu¨¦ punto Benet, aquel hombre altanero de la mo?a blanca, llamaba a peri¨®dicos para advertir, con avisos que no ten¨ªan cobro alguno, de nombres propios que luego fueron notorios para su satisfacci¨®n y su silencio.
En eso se parec¨ªa a Juan Carlos Onetti, que estirado en su cama de falso enfermo deletreaba al tel¨¦fono los nombres de protegidos que nunca supieron que ¨¦l los destacaba entre los j¨®venes que un d¨ªa ser¨ªan, y fueron, grandes autores de la lengua.
Como dec¨ªa Manuel Vicent en el obituario que public¨® sobre Benet en EL PA?S, a este ingeniero que de noche era otro hombre y que de d¨ªa hac¨ªa presas e inundaba pueblos hab¨ªa que leerlo como se suben las monta?as escarpadas, pues escrib¨ªa por el lado dif¨ªcil de las paredes. Su lenguaje desafiaba lo vulgar, y aunque acept¨® el comercio literario (accedi¨® a presentarse al Planeta: qued¨® segundo con El aire de un crimen) siempre arriesgaba su acento para que no fueran m¨¢s de cinco mil sus fieles.
Pero, adem¨¢s, fue el autor de una obra menor, pero mayor en enjundia, Oto?o en Madrid hacia 1950 por la que tendr¨ªa que haber ido de cabeza a la Academia si ¨¦sta no hubiera cometido con ¨¦l el craso error de rechazarlo, tan caro error como el que cometer¨ªa algo despu¨¦s con Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald, memorialista como Benet, y como ¨¦ste dotado para escribir como Dios, si ¨¦ste escribiera.
Ese libro es abundante en saberes, literarios, sociales y pol¨ªticos, e incluye algunos p¨¢rrafos de alta cr¨ªtica literaria, los dispensados a P¨ªo Baroja y a Luis Mart¨ªn Santos, sujetos ambos de distintas adoraciones civiles o literarias. Pero hay m¨¢s, mucho m¨¢s, en ese libro, en sus art¨ªculos (que fueron recopilados por uno de sus grandes amigos, Manuel de Lope). Y hay, en fin, un Juan Benet que dej¨® para la lengua espa?ola una colecci¨®n tal de ejemplos de pureza idiom¨¢tica, de exigencia estil¨ªstica, que da rabia a¨²n hoy tener que ir diciendo, antes de que te lo digan, que Juan Benet fue antip¨¢tico para a continuaci¨®n decir ¡°pero era uno de los escritores m¨¢s grandes de la lengua¡±.
Este a?o hubiera cumplido 90, muri¨® muy joven, pero ya era un maestro. Da rabia decir que sus libros no est¨¢n ni en las librer¨ªas ni en la conversaci¨®n en la medida en que ¨¦l se lo mereci¨® en vida y se lo merece tantos a?os despu¨¦s de desaparecer de esta tierra que ¨¦l dibuj¨® con una maestr¨ªa rara y dif¨ªcil, por tanto inigualable. No ha sido tan solo ¨¦l el olvidado; esa generaci¨®n que arriba queda descrita como una sucesi¨®n de nombres propios ya desaparecidos (no de la memoria) ha sido fundamental para lo que vendr¨ªa luego. No tenerlo en cuenta en vivir en lo m¨¢s vulgar del abismo.
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