El hombre sin fin
No s¨¦ c¨®mo se escribe esto para hablar de Piglia y no de la enorme sombra que deja su ausencia
Hay sincron¨ªas dolorosas: ayer, toda la tarde, estuve repasando la entrevista que le hice a Ricardo Piglia en 2010 para el suplemento Babelia de este diario. Mientras la le¨ªa, casi pod¨ªa escuchar su voz, ese tono entre asertivo y dudoso, esas frases que se dirig¨ªan siempre hacia un destino preclaro pero fingiendo, por generosidad con su interlocutor, todas las dudas del mundo. Ahora, quince minutos despu¨¦s de enterarme de su muerte, no s¨¦ qu¨¦ hacer. No s¨¦ c¨®mo se escribe esto para hablar de Piglia y no de la enorme sombra que (me, nos) deja su ausencia y que al final no importa, porque todo lo que importa es ¨¦l: la forma en que fue un escritor extraordinario que, en 1980 y con apenas 39 a?os, escribi¨® una novela ¡ªRespiraci¨®n artificial¡ª cuyas ondas conc¨¦ntricas todav¨ªa se sienten en la literatura latinoamericana; la forma en que pens¨® la literatura argentina; la forma en que, en los ¨²ltimos a?os, hizo un doble salto mortal y dej¨® Princeton y regres¨® a Buenos Aires y dio clases sobre Borges ?por televisi¨®n!; la forma en que, ya enfermo, se transform¨® en una m¨¢quina de escribir humana, capaz no s¨®lo de sacar un libro tras otro dando nuevo sentido a impecables textos antiguos, sino de imponerse la tarea bestial de revisar su diario y publicar dos tomos ¡ªLos diarios de Emili Renzi¡ª, llenos de reflexiones sobre la escritura ¡ªsobre la lucha por y con y contra la escritura, sobre los trabajos y los d¨ªas¡ª en los que se le¨ªa la lecci¨®n de un maestro.
Lo conoc¨ª en 2010, cuando le hice aquella entrevista, y luego, en octubre de 2011, pas¨¦ un lunes con ¨¦l en Ciudad de M¨¦xico cuando, regresando del Hay Festival de Xalapa, perdimos la conexi¨®n a Buenos Aires. Aquel lunes hicimos las cosas m¨¢s delirantes para pasar el tiempo ¡ªfuimos a un museo de cera, a un t¨²nel del horror, a una feria de artesan¨ªas¡ª, nos re¨ªmos como dementes, y Piglia me pregunt¨® cosas que yo jam¨¢s le hubiera contado a nadie y me dijo cosas sobre la escritura ¡ªsobre la vida del escritor¡ª que jam¨¢s nadie me hab¨ªa dicho. Una vez lo escrib¨ª: ¡°Piglia despleg¨®, con una generosidad que yo no he vuelto a ver, una trama s¨®lida en torno al oficio de escribir, un m¨¦todo para recorrer distancias largas, un ant¨ªdoto contra la crueldad de la escritura: un refugio¡±. Desde entonces, se transform¨® en el maestro que nunca tuve, que nunca quise, que nunca busqu¨¦. No s¨¦ si ¨¦l lo sab¨ªa.
Ten¨ªa un humor infinito, una risa contagiosa, y le gustaba presentar entre s¨ª a gente que cre¨ªa que deb¨ªa conocerse. As¨ª, cada tanto, en mi casilla de correo aparec¨ªa un mensaje de alguien que dec¨ªa que Piglia dec¨ªa que ten¨ªamos que conocernos. En 2015, cuando Los diarios de Emilio Renzi fue elegido el mejor libro por los cr¨ªticos de Babelia, lo entrevist¨¦ por mail. Con elegancia ¨²nica, a¨²n en su situaci¨®n, ¨¦l hac¨ªa que todo pareciera sencill¨ªsimo y en sus respuestas hab¨ªa una especie de energ¨ªa vital, alegre: llegaban siempre repletas de bromas muy buenas, en ese estilo suyo que mezclaba la erudici¨®n y las orillas del lenguaje. Esa vez le pregunt¨¦ si la enfermedad no interfer¨ªa en su estado de ¨¢nimo para producir. Me respondi¨®: ¡°He seguido trabajando, con ayuda. Hay muchas cosas que ya no puedo hacer, pero puedo seguir leyendo y escribiendo como siempre, sin que eso sea un juicio de valor. Estoy de buen ¨¢nimo porque sigo d¨¢ndole poca importancia a la realidad¡±. Mucho antes de eso, en 2010, cuando lo conoc¨ª, hablamos de la sensaci¨®n que queda despu¨¦s de terminar una novela. ?l acababa de escribir Blanco nocturno y me dijo: ¡°Uno se queda medio vac¨ªo y tambi¨¦n con una sensaci¨®n extra?a, en el sentido de que algo que era un centro en la vida de uno, algo que estaba vivo, algo a lo que se pod¨ªa volver, ya no est¨¢. Y cuando eso se termina hay algo que se cierra¡±. Despu¨¦s agreg¨®: ¡°Pero igual estoy muy contento¡±. Hay cosas que eran un centro en la vida de uno, cosas que estaban muy vivas y a las que se pod¨ªa volver. Cosas que ya no est¨¢n. Y cuando eso se termina hay algo que se cierra. Y eso es algo horrible y triste.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.