No habr¨¢ m¨¢s horizontes lejanos
Jos¨¦ Luis P¨¦rez de Arteaga ha muerto para sorpresa de quienes lo cre¨ªamos inmortal
Me ha impresionado esta ma?ana la noticia de la muerte de Jos¨¦ Luis P¨¦rez de Arteaga. Ignoraba que estuviera enfermo. Y me parec¨ªa que P¨¦rez - le llam¨¢bamos as¨ª mucho m¨¢s por cari?o que por ¨¢nimo de abreviatura- era inmortal en la propia intemporalidad que hab¨ªa adquirido su figura.
Se dir¨ªa que siempre hab¨ªa tenido la misma edad. Quiz¨¢ demasiado mayor cuando era joven, pero bastante joven cuando era mayor. E ingenuo, mucho, entendida la ingenuidad ?como el m¨¦rito de haber mantenido intacta la capacidad de asombro. P¨¦rez era insaciable en la mejor acepci¨®n del adjetivo. Cin¨¦filo empedernido. Buen lector. Ten¨ªa mucha curiosidad para muchas cosas, aunque la meloman¨ªa fuera su forma de vida y la manera de colarse en los hogares espa?oles el 1 de enero de cada a?o desde la sala dorada del Musikverein.
Cuesta trabajo desvincular el Concierto de A?o nuevo de la voz susurrada de P¨¦rez. Y de su entusiasmo divulgativo. Contaba muy bien las cosas P¨¦rez. C¨¢lido, ameno y a veces solemne y ampuloso, no por pedanter¨ªa sino porque se ocupaba de las verdades sensibles. Ten¨ªa sentido del humor. Y se apasionaba en su trabajo. Lo hac¨ªa apasionante para los dem¨¢s.
No s¨®lo en la radio, con el hito de El mundo de la fonograf¨ªa. Tambi¨¦n en televisi¨®n, por ejemplo cuando hizo a Jessye Norman una de las entrevistas m¨¢s audaces de las que tengo noticia. Sab¨ªa tratar a la diva. Recuerdo a P¨¦rez paseando a su lado, dispens¨¢ndola atenciones de emperatriz vienesa, proporcion¨¢ndole el decoro de un caballero decimon¨®nico.
Y decimon¨®nico no era P¨¦rez, aunque pudiera deducirse una impresi¨®n parecida de su perilla prusiana o de su oratoria finisecular. P¨¦rez, insisto, hab¨ªa logrado preservarse del espacio y del tiempo. Lo ten¨ªamos naturalizado como una referencia inequ¨ªvoca e indisociable del h¨¢bitat musical espa?ol, sin menoscabo de que P¨¦rez tuviera un reconocimiento internacional al que ¨¦l mismo proporcionaba an¨¦cdotas m¨¢s o menos fantasiosas.
Me acuerdo de una que nos contaba en Salzburgo a prop¨®sito de un ensayo de Pierre Boulez con la Filarm¨®nica de Viena. Y del momento en que el maestro franc¨¦s detuvo el propio ensayo para dispensar a P¨¦rez, nada m¨¢s verlo, el reconocimiento y el aplauso que se merec¨ªa.
Quiz¨¢ no fue exactamente as¨ª, pero se antoja una hermosa alegor¨ªa de la ingenuidad y del prestigio de P¨¦rez. Y de los m¨¦ritos que hab¨ªa contra¨ªdo nuestro compa?ero para que los ¡°wiener" le agradecieran haberle puesto la voz, el criterio y la pasi¨®n al amanecer de cada a?o en los hogares espa?oles. Y al suspense sin suspense de la marcha Radtezky.
Si muere P¨¦rez puede morirse cualquiera, aunque no est¨¢ al alcance de cualquiera escribir con la erudici¨®n y la amenidad que dieron vuelo a sus ensayos, sus notas de programas, sus textos radiof¨®nicos. Desordenadamente, me acuerdo de sus contribuciones al a?o Mozart, de su afinidad bruckneriana, de su inclinaci¨®n a los grandes compositores de bandas sonoras. Y de Mahler, me acuerdo de Mahler y del ep¨ªlogo -del epitafio- de La canci¨®n de la tierra.
?Ad¨®nde voy?
Vago por los montes.
Mi coraz¨®n solitario busca la paz.
?Vuelvo hacia mi patria, mi morada!
No habr¨¢ m¨¢s horizontes lejanos.
Mi coraz¨®n tranquilo espera su hora.
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