Una Traviata para el armario
El modisto Valentino adquiere un papel desmesurado en la fallida y anacr¨®nica producci¨®n esc¨¦nica que Sofia Coppola ha llevado hasta el Palau de les Arts de Valencia
Hab¨ªa crecido uno en la certeza, en la total seguridad, de que Giuseppe Verdi hab¨ªa compuesto La traviata, pero hemos descubierto en el Palau de les Arts de Valencia que la ¨®pera en realidad forma parte de la ejecutoria de Valentino, el modisto. As¨ª estaba anunciada en los programas de mano y en los carteles que empapelaban la ciudad:?La traviata de Valentino. Y as¨ª vino a corroborarlo ¨¦l mismo, cuando salud¨® al final del espect¨¢culo, reivindicando la titularidad del acontecimiento.
Estaba en pie el p¨²blico aplaudi¨¦ndole. Y la Reina Sof¨ªa. Y Monica Bellucci, de rojo Valentino. Y debi¨® sentirse Valentino saciado en su vanidad y en sus ambiciones de divo. Su trabajo hab¨ªa consistido ¨²nicamente en concebir el vestuario de la protagonista, la soprano letona Marina Rebeka, pero la sobreactuaci¨®n propia y la devoci¨®n ajena convirtieron a Valentino en suplantador del propio Verdi, en placebo fatuo del maestro. Y en impostor tolerado por la audiencia, hasta el extremo de asumir ¨¦l mismo el papel de modisto y emperador en esta versi¨®n levantina de la f¨¢bula del traje.
?Aparec¨ªa Valentino tan moreno, tanto, que llegaba a dudarse de que su raza fuera la cauc¨¢sica. Y aparec¨ªa tan estirado, tanto, en su m¨¢scara facial y en su apuntalamiento que se le llegaba a confundir con la momia de Otzi, aquel cong¨¦nere que unos monta?eros encontraron accidentalmente en los Alpes y al que se le atribuyen 3.000 a?os de antig¨¹edad.
Momificado estaba Valentino, amortajado en su esmoquin de Valentino, y ausente estaba Sofia Coppola. Se supone que suya era la puesta de escena. Pero la deleg¨® en sus ayudantes, no se sabe si por cuestiones de agenda o por cuestiones estricta verg¨¹enza, pues La traviata de la cineasta neoyorquina, que si Lost in traslation, que si Las v¨ªrgenes suicidas,?se quedaba a medio camino entre el alm¨ªbar de Zeffirelli y la caspa de Jos¨¦ Luis Moreno.
Semejante vacuidad dramat¨²rgica descarta en s¨ª misma la necesidad o la oportunidad de plantearse el agotador debate de la tradici¨®n o de la vanguardia. No es que Sofia Coppola haya concebido una producci¨®n convencional, rancia, alcanforada, sino que ha abdicado de sus obligaciones. No hay otra idea teatral que la mera suscripci¨®n de cuanto ya dice el libreto de Piave. Y se produce una redundancia empalagosa de obviedades y costumbrismo.
Ha de hacerse constar que el anacronismo gust¨® en Valencia, las cosas como son. Y que Valentino convirti¨® "su" Traviata ?en una ceremonia de propaganda, de vacuidad a la gloria del antiguo r¨¦gimen y de los cortesanos que se giraban para lanzarle vivas a la Reina. Menos mal que all¨ª anduvo y cant¨® Pl¨¢cido Domingo. Sin cirug¨ªa ni imposturas. Provisto de su grandeza y de su humanidad. Y dotado de la legitimidad que obligaba a devolverle a Verdi lo que es de Verdi.
Ya he le¨ªdo en las cr¨ªticas adversas ?que Domingo no es un bar¨ªtono. Y me parece un debate est¨¦ril. Porque Domingo tiene una tesitura propia. Y porque su afinidad estil¨ªstica, su personalidad, su dimensi¨®n art¨ªstica y sus facultades vocales -ya las quisiera para s¨ª el joven y mediocre tenor mexicano Chac¨®n- le convirtieron en el alma verdiana del acontecimiento.
Sobrevivi¨® Domingo a la mundanidad que le rodeaba. Tambi¨¦n lo hizo la soprano Rebeka, una cantante de voz corpulenta y de f¨¦til virtuosismo en los matices. Una Violeta de aroma penetrante y de pathos suficiente. Y una v¨ªctima de Valentino en los vestidos que la amordazaban, aunque es verdad que acudi¨® a rescatarla el maestro T¨¦bar con el vuelo de su batuta y la sensibilidad de una versi¨®n musical mucho m¨¢s respetable que la v¨ªa muerta de Coppola.
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