Llegaron los b¨¢rbaros
Los concursos televisivos nos revelan la realidad musical del pa¨ªs
De repente, sospechas que, efectivamente, hemos ca¨ªdo en un universo paralelo. Un planeta donde no hay rock, ni como actitud ni como legado; aqu¨ª nadie es capaz de citar una canci¨®n de los Beatles. No estamos ante un problema de idiomas: estos aspirantes tampoco saben qui¨¦n es Miguel R¨ªos o Rosendo. Miradas vac¨ªas si mencionas a los cantautores. Si les explicas el concepto, se ilumina la bombilla: ¡°Ah, como Pablo Albor¨¢n¡±. El mayor tatarea esos temas de Serrat con destinataria femenina (Luc¨ªa, Pen¨¦lope).
?M¨²sica negra? En general, nada anterior a Beyonc¨¦. Una ha o¨ªdo a Aretha, otro interpreta una balada de Michael Jackson. Prince no existe, fuera de Purple Rain. El jazz es m¨¢s que terra incognita: les resulta inconcebible (¡°?Una m¨²sica sin cantantes? Tiene que ser aburrid¨ªsima¡±). Aunque canten en ingl¨¦s, no necesariamente entienden las letras.
Y cantan todo, sin prejuicios. Menores de edad escenifican historias tortuosas, recrean versos atroces y cacarean expresiones jergales que no comprenden. Si alg¨²n adulto les advierte que aquello no procede, aceptan sin rechistar: obediencia ciega a los guardianes del acceso al para¨ªso de la fama.
Bienvenidos al mundo del 'talent show', el ¨²nico formato televisivo que todav¨ªa cuenta con la m¨²sica como ingrediente
Bienvenidos al mundo del talent show, el ¨²nico formato televisivo que todav¨ªa cuenta con la m¨²sica como ingrediente. Tal vez sea fr¨ªvolo elevar un esbozo de los concursantes a retrato de la juventud espa?ola. Son como sus coet¨¢neos, insisten, pero ellos ambicionan triunfar cantando (como repiten, es ¡°su sue?o¡±). Llegan al programa relativamente preparados: pueden haber estudiado, se defienden con uno o m¨¢s instrumentos, han grabado y repasado v¨ªdeos. Pero carecen de sentido de la historia, ninguna curiosidad por la m¨²sica que se hac¨ªa antes de que ellos nacieran.
Con una excepci¨®n: los competidores en flamenco veneran el santoral del cante e incluso manejan dos o tres nombres de guitarristas. Vienen de hogares donde se ha vivido esa m¨²sica y asumen que forman parte de una cadena. Para los dem¨¢s, el pasado sencillamente carece de inter¨¦s.
Pertenecen a una generaci¨®n amamantada por la teta de la televisi¨®n comercial, tanto privada como p¨²blica. Han adquirido su precaria cultura musical mediante videojuegos o YouTube. Solo escuchan la radio en el coche familiar. No leen peri¨®dicos, no reconocen a los grupos o solistas que ocupan las portadas de la prensa especializada. Los ¨²nicos elep¨¦s que han visto se usan como decoraci¨®n. Nunca han pagado por m¨²sica grabada.
Les apasionan fen¨®menos virales como Pentatonix; les deja indiferentes que pertenezcan a una a?eja tradici¨®n de conjuntos a capela y, claro, ignoran que Hallelujah sea una composici¨®n ajena (¡°Leonard ?qu¨¦?¡±). Son militantes del mainstream. En cantantes femeninas, prefieren a Jessie J sobre Rihanna, ¡°demasiado descarada¡±. Mal¨² o India Mart¨ªnez tienen un pase: podr¨ªan ser hermanas mayores.
Al final, uno empieza a intuir que ellos, los participantes en los talent shows, representan la realidad de Espa?a 2017. Somos nosotros, los musiqueros, quienes definitivamente residimos en un universo paralelo, en una lejana galaxia reservada para especies raras.
Babelia
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