Muerte y lucha del pueblo armenio

Una de las penas m¨¢s parad¨®jicas que puede sufrir un director es que parezca condenado a componer siempre la misma pel¨ªcula. Muy bien hecha, pero la misma. Cuando resuenan sus se?as de identidad, pese a la reiteraci¨®n, a la insistencia, todo huele a familiar, a territorio conocido aunque bien asentado, a bendita nostalgia, a sabidur¨ªa demostrada. Y aunque una parte de la cr¨ªtica los acabe acusando de estancamiento, de autoindulgencia, cuando aquellos deciden salirse de su especialidad para abrazar estilos, g¨¦neros y tiempos novedosos, la pel¨ªcula muestra sus carencias.

El caso de Robert Gu¨¦diguian quiz¨¢ sea uno de los m¨¢s paradigm¨¢ticos. Creador de un reconocible universo social, palpable y cercano, emocionante y cr¨ªtico, el director de Marius y Jeanette, de La ciudad est¨¢ tranquila, de Mary-Jo y sus dos amores, de tantas historias alrededor de la clase trabajadora de su Marsella natal, mestiza y apasionante, feliz y dolorida, pocas veces abandona su l¨ªnea. Pero, cuando lo ha hecho, normalmente hacia el cine de reivindicaci¨®n hist¨®ricopol¨ªtica, el pulso se ha mostrado tembloroso, innecesariamente ¨¢rido o convencionalmente a?ejo, maniqueo en exceso: en Presidente Mitterrand, en El ej¨¦rcito del crimen. Tambi¨¦n en Una historia de locos, oda al pueblo armenio, origen paterno de Gu¨¦diguian, centrada en el genocidio por parte del imperio turco en los alrededores de la I Guerra Mundial, y enlazada con las creaciones de corte terrorista de los a?os 70 y 80, encabezadas por el Ej¨¦rcito Armenio Secreto para la Liberaci¨®n de Armenia (ESALA).

Dividida en dos partes bien diferenciadas, Una historia de locos se inicia con el relato hist¨®ricojur¨ªdico del asesinato del dirigente otomano Talat Pash¨¢, arquitecto del holocausto armenio, ejecutado por el h¨¦roe Soghomon Tehlirian. Muy did¨¢ctica, aunque demasiado plana en lo narrativo y a¨²n m¨¢s en lo formal, a esta primera parte sucede un follet¨ªn familiar y pol¨ªtico, rom¨¢ntico y redentor, centrado en un atentado con penosos da?os colaterales, libremente inspirado en la experiencia del periodista espa?ol Jos¨¦ Antonio Gurriar¨¢n, herido por un atentado del ESALA en 1980.

Sin embargo, a Gu¨¦diguian se le nota desubicado en las secuencias de acci¨®n; ir¨®nicamente, pese a narrar hechos reales, poco veros¨ªmil y complaciente en las acciones y reacciones del inocente herido; y finalmente manido en las consecuencias y arcos dram¨¢ticos de los personajes.