Los amantes da?ados
Irene Escolar mezcla pasi¨®n y precisi¨®n en Blackbird, de David Harrower, secundada por Jos¨¦ Luis Torrijo y dirigida por Carlota Ferrer
Mucha gente suele olvidar que la Lolita de Nabokov no era la p¨¦rfida ni?a que sedujo al inerme maduro, como ha quedado en el triste arquetipo, sino una v¨ªctima, como lo fue la protagonista de Blackbird, de David Harrower. V¨ªctima de la soledad, de la fascinaci¨®n que sinti¨® por ese hombre que no supo poner coto a su deseo sin tener en cuenta que ella ten¨ªa 12 a?os: ¡°Quer¨ªa que fueras mi novio, pero t¨² no quisiste parar todo aquello¡±, dice, en frase concisa y reveladora. Han pasado los a?os y ella vuelve a buscarle porque quiere saber y contarle lo que no pudo: como si Lolita tomara, al fin, la palabra. Al salir de la c¨¢rcel, ¨¦l cambi¨® de nombre, de ciudad. Ella dice otra frase clave: ¡°Me dejaste sola, sangrando. Me dejaste enamorada¡±.
Blackbird, dirigida por Peter Stein, fue la sensaci¨®n en el Festival de Edimburgo en 2005. Al a?o siguiente se llev¨® el Olivier a la mejor nueva obra. Llu¨ªs Pasqual la estren¨® en catal¨¢n en el Lliure en 2013, con Jordi Bosch y Bea Segura, y llega ahora al Pav¨®n Kamikaze en versi¨®n castellana de Jos¨¦ Manuel Mora, dirigida por Carlota Ferrer. El careo tiene lugar en una f¨¢brica en las afueras, en una de esas salas de paso para hacer una pausa, beber agua, un caf¨¦. M¨®nica Boromello ha redoblado la noci¨®n de encierro: Irene Escolar (Una) y Jos¨¦ Luis Torrijo (Ray) parecen apresados en un rect¨¢ngulo, como en una pantalla cinematogr¨¢fica. A sus pies, una ciudad con arbolitos y casas en miniatura. Y una met¨¢fora certera: la filmaci¨®n, a cargo de Jaime Dezcallar, de esa marea que sube y se desborda, que invade el escenario. Una y Ray van a contarse lo que cada uno sinti¨® por el otro, lo que sucedi¨® la noche de su huida juntos a partir del momento en que quedaron separados para siempre y, quiz¨¢s, unidos para siempre, porque en ese doble mon¨®logo anudado con los alambres candentes de la tragedia Escolar y Torrijo te hacen comprender que Una y Ray siguen viviendo en aquella noche atroz.
Hay que tener mucho coraje, actoral y humano, para atreverse con una obra as¨ª, que no es una simple historia de abusador y v¨ªctima
Gerardo Vera estuvo a punto de hacerla y no pudo ser. Irene Escolar compr¨® los derechos: quer¨ªa abalanzarse sobre un personaje tan complejo, sobre una obra tan dura y dolorosa. Y tengo entendido que no fue f¨¢cil encontrar a un actor que se atreviera a encarnar a Ray. Hay que tener mucho coraje, actoral y humanamente hablando, para atreverse con una obra as¨ª, que no es una simple historia de abusador y v¨ªctima, con un personaje al lado de la luz y el otro en la sombra, porque Una y Ray est¨¢n llenos de claroscuros. Me imagino lo que debe ser representar Blackbird seis noches por semana, como quien acude a una cita fatal. El recorrido emocional de Irene Escolar es apabullante: una lecci¨®n de entrega, de maestr¨ªa, de pasi¨®n y precisi¨®n. Nos hace ver la ira, la ferocidad, el desamparo, el deseo, la explosi¨®n, y lo que sube a su rostro en la escena final como la marea. Haciendo honor al nombre del teatro, se lanza de cabeza sobre un mar en llamas controlando en todo momento los mandos del avi¨®n: su trabajo me hizo pensar (¡°sink back into the ocean¡±) en Ruth Wilson en The Affair. Y Jos¨¦ Luis Torrijo tiene, a mis ojos, un eco de la fragilidad y la belleza expresiva de Fernando Delgado. Una labor tambi¨¦n muy dif¨ªcil, quiz¨¢s porque lo que su personaje intenta es justo lo contrario: contenerse, sujetar las bridas de sus sentimientos, ese nudo de contradicciones, aunque su herida sigue tambi¨¦n abierta.
?C¨®mo separar el amor del deseo, de la diferencia de edad, del abuso, del esc¨¢ndalo, de la culpa? ?C¨®mo no entender el anhelo de venganza, de restituci¨®n, que siente Una? Veo a dos amantes da?ados, dos vidas destrozadas. Cuando evocan lo que sucedi¨® veo el dolor de ambos, pero mi coraz¨®n est¨¢ con ella: siempre estamos con quien m¨¢s sufre. Su herida me parece m¨¢s profunda porque el dolor le lleg¨® a una edad sin asideros. Escucho a Ray y no puedo ni imaginarme esos seis a?os de c¨¢rcel, esa cara untada con mierda una y otra vez. Me digo ¡°no juzgues¡±, pero juzgo. Da igual que ¨¦l no fuera un pederasta serial: para ella el da?o es el mismo, aunque llegase envuelto en amor. O todav¨ªa peor, precisamente por ello.
Carlota Ferrer ha buscado distintas maneras de acercarse a ese entretejido de amor y dolor. Hay una que me gusta much¨ªsimo: la bella y oscura versi¨®n de Angel, de Robbie Williams, que Torrijo canta como un joven Johnny Cash, y la doble danza, entre encantamiento y exorcismo, que brota de la m¨²sica. Alta, conmovedora, perturbadora poes¨ªa. No me parece tan org¨¢nica la lucha con almohadas de basura, por as¨ª decirlo: veo ah¨ª un punto de artificio. Y no me parece imprescindible la utilizaci¨®n de los micr¨®fonos en el doble mon¨®logo: hemos visto eso tantas veces que ya roza el clich¨¦. Pero son pegas muy menores ante una direcci¨®n poderosa, ante la sabia modulaci¨®n de esas tensiones tan cambiantes, y desde luego ante unas interpretaciones que te dejan sacudido, golpeado y exhausto. Una gran noche de teatro que no hay que perderse: no van a olvidar Blackbird.
¡®Blackbird¡¯, de David Harrower. Direcci¨®n: Carlota Ferrer. Int¨¦rpretes: Irene Escolar y Jos¨¦ Luis Torrijo. Teatro Pav¨®n Kamikaze (Madrid). Hasta el 7 de mayo.
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