Joaqu¨ªn Sabina: mitos, pecados y otras confesiones
Julio Valde¨®n publica la biograf¨ªa m¨¢s completa y rigurosa sobre el gran artista
Una tarde, tan solo una, de conversaci¨®n en su casa de Tirso de Molina le ha bastado a Julio Valde¨®n para componer una biograf¨ªa can¨®nica ¨CSabina, sol y sombra (Efe Eme)¡ª sobre el m¨²sico. No se trata de un trabajo para el que haya pedido permiso. Tampoco le cay¨® como encargo. Lo ha ido tejiendo como un gran prisma personal, con el conveniente saqueo a las hemerotecas y plagado de las miradas agudas, atinadas, cr¨ªticas de aquellos fieles y enemigos ¨ªntimos que le han tratado a fondo desde los a?os setenta hasta hoy.
Tras todas esas horas, d¨ªas y meses de encuentros, Valde¨®n ha trazado una ruta geogr¨¢fica por los bares donde escrib¨ªa y tambi¨¦n sentimental entre las mujeres que le amaron, aman -caso de Jimena Coronado, su pareja desde hace m¨¢s de 20 a?os- y am¨®. Un itinerario de todas sus canciones con los trenes a los que se sub¨ªa y las estaciones donde quiso bajar. En ese viaje, Valde¨®n hurga en los or¨ªgenes y asuntos de familia: el padre polic¨ªa y enganchado al ripio que le aficion¨® a la poes¨ªa y a los toros, la madre beatilla y de buena cuna, el abuelo adorado por ¨¦l, con sus escarceos homosexuales, reprimidos en la Andaluc¨ªa de la posguerra¡
¡°Sin duda que la infancia fue territorio de donde Joaqu¨ªn siempre quiso escapar. Pero resulta clave para entenderle. Tambi¨¦n Granada, donde descubre la poes¨ªa o la pol¨ªtica. Y, por supuesto Londres, donde abre los ojos a una modernidad que en Espa?a no pod¨ªa ni sospecharse¡±.
En Sabina, sol y sombra ¡ªcon pr¨®logo de Javier Rioyo¡ª encontramos muy latente la gen¨¦tica que comporta el instinto de supervivencia, ahogado a veces en tabaco, whisky, coca y dieta de presidiario. Las consecuencias de lo que llam¨® marichalazo, aquel ictus que le multiplic¨® el cari?o de la parroquia pero le sumi¨® en una depresi¨®n. El cuartel general en su calle de la zona Tirso de Molina, la bohemia que le rode¨®, aquellas lejanas compa?¨ªas con delincuentes, camellos y okupas ¨Ccasi 20 personas tuvieron llave de su casa en mano, incluido el cr¨ªtico Carlos Boyero-, su reinado en Am¨¦rica Latina, la querencia a Madrid, las salidas de tono, las cornadas, las putadas, las lealtades y la resistencia.
Las 10 canciones esenciales para el bi¨®grafo
if¨ªcil decisi¨®n, elegir 10 t¨ªtulos entre una discograf¨ªa de cerca de 30, desde que publicara Inventario (1978) en? sin contar la cantidad de t¨ªtulos que ha compuesto para otros. M¨¢s cuando el autor es Joaqu¨ªn Sabina, uno de los c¨¢nones entre el cancionero espa?ol contempor¨¢neo. Pero Julio Valde¨®n, autor de Sabina, sol y sombra hace el esfuerzo y se anima a proporcionar una lista. Ha optado por las que considera indiscutibles y lo ha hecho en este orden: Calle melancol¨ªa, Princesa, ?Qui¨¦n me ha robado el mes de abril?, Y nos dieron las diez, Ruido, Y sin embargo, Yo me bajo en Atocha, 19 d¨ªas y 500 noches, De pur¨ªsima y oro y, finalmente, Peces de ciudad.
El relato navega del periodo afterjipi en Londres y los caballeros de la orden de La mandr¨¢gora a sus fieles escuderos presentes ¨CPancho Varona y Antonio Garc¨ªa de Diego, eminentemente en la m¨²sica, junto a su club de poetas vivos, con Luis Garc¨ªa Montero, Benjam¨ªn Prado, Felipe Ben¨ªtez Reyes o Caballero Bonald hasta el editor, Chus Visor- para aterrizar en ese pase por naturales a la historia de la m¨²sica con una gloriosa marca: 19 d¨ªas y 500 noches¡
Todo, absolutamente todo lo que a usted se le ocurra que puede haber llenado y colmado la vida de este absoluto genio trovador lo ha plasmado Valde¨®n en su libro. El brillante retrato de un tipo que se mide a s¨ª mismo con un oc¨¦ano de distancia. ¡°Su falta de pretensiones, su san¨ªsima capacidad para re¨ªrse de su sombra, la ferocidad con la que juzga su propia obra, han evitado que termine hablando de s¨ª mismo en tercera persona. Sabina siempre tuvo los pies en la tierra. Huye de la solemnidad como de la peste¡±, asegura Valde¨®n.
El autor pasa revista sin complacencia a aquellos miopes que le han negado su trono de cl¨¢sico: ¡°La cr¨ªtica musical espa?ola nunca supo lidiar con el mainstream. Prefiere habitar un territorio m¨ªtico, acotado por las revistas anglosajonas, que tiene muy poco que ver con la realidad social, cultural y art¨ªstica de nuestro pa¨ªs. Sabina es un cl¨¢sico sin necesitar la aprobaci¨®n de un estamento cr¨ªtico en babia. ?Qu¨¦ esperar de quienes prefieren a cualquier imitador de los Pixies antes que al autor de 19 d¨ªas y 500 noches?¡±, afila Valde¨®n.
Le ha pasado desde siempre. Ya era antiguo para muchos cuando desde la cueva de La Mandr¨¢gora, con Krahe, desafiaba los vientos del Rock Ola. ?D¨®nde queda la mayor¨ªa de aquello ahora? ¡°No dir¨ªa que ¨¦l despreci¨® La movida. Fueron m¨¢s bien los principales protagonistas de la misma los que despreciaron a Joaqu¨ªn. Estaban demasiado colgados de las ¨²ltimas tendencias como para sintonizar con alguien que beb¨ªa de Bob Dylan y los Stones, de Brassens, de Violeta Parra y Paco Ib¨¢?ez, de Quintero, Le¨®n y Quiroga y Roberto Goyeneche¡±.
O m¨¢s tarde de Chavela, Chabuca Granda y Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez tanto como de Neruda, Vallejo, San Juan de la Cruz o su amigo Garc¨ªa M¨¢rquez. Un superdotado del desgarro, el ¨²nico compositor capaz de encadenar un torrente de subordinadas para una estrofa sin despe?arse. ¡°Ese sentimiento, el desgarro, es la veta esencial de muchas de las canciones que amamos. M¨¢s all¨¢ del humor y la iron¨ªa, que maneja como muy pocos, Sabina ha escrito canciones, que hubiera firmado con gusto Jos¨¦ Alfredo. Y eso son palabras mayores. No es descabellado situarlo a su altura¡±, cree Valde¨®n.
Pero con un riego de herencia que acompleja a quien le sigue. ¡°Sabina fascina a la gente de su generaci¨®n, a sus hijos y a sus nietos. Quiz¨¢ porque ha sido siempre moderno, pero nunca posmoderno, as¨ª que suena igual de fresco en 2017 que hace 30 a?os. Y s¨ª, la m¨²sica fue esencial, no solo la letra, como siempre se menciona. Componer despu¨¦s de Sabina es, inevitablemente, medirse con la obra de un gigante¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.