?ngel Otero, torer¨ªsimo en banderillas
David Mora escuch¨® los tres avisos y una bronca tras fallar reiteradamente con el descabello
Cuando ?ngel Otero, miembro de la cuadrilla de David Mora, levant¨® los brazos en los medios de la plaza y llam¨® la atenci¨®n del segundo toro de la tarde, Las Ventas guard¨® el silencio que demandan las grandes ocasiones. Su oponente lo esperaba en la raya del tercio, y la preocupaci¨®n general ten¨ªa m¨¢s que sobrados motivos. El toro, manso de libro, huidizo y acobardado, de violent¨ªsimo y dificultoso comportamiento, se engall¨®, luci¨® al cielo sus astifinos e inici¨® un veloz y fiero acercamiento hacia su presa.
Se presagiaba que algo grandioso o dram¨¢tico estaba a punto de suceder. El hombre, engrandecido en su propia heroicidad ante la mirada inquisitoria y admirativa a un tiempo de miles de corazones encogidos, corri¨® hacia el toro y en una fracci¨®n de segundo, de esas que parecen eternas, se produjo el encuentro entre la fuerza bruta del toro y la inteligencia torera del banderillero. Cuadr¨® Otero a la distancia y el momento justos, levant¨® los brazos con gallard¨ªa, y en ese instante fugaz en que el animal busca con codicia el pecho del hombre, clav¨® en todo lo alto un vibrante par de banderillas mientras la plaza entera respir¨®, se levant¨®, aplaudi¨® y grit¨®, todo a un tiempo, como expresi¨®n de una conmoci¨®n y un descanso, tambi¨¦n, ante el evidente peligro que se avecinaba y la claridad de ideas del torero. La ovaci¨®n fue ensordecedora, como ten¨ªa que ser. Las Ventas acababa de vivir uno de esos momentos por los que merece la pena ser aficionado a los toros. Un grandioso par de banderilleras, un destello taurino para la historia y un recuerdo imperecedero.
EL PILAR / URDIALES, MORA, GARRIDO
Toros de El Pilar, bien presentados, astifinos, blandos, mansos, nobles y descastados
Diego Urdiales: metisaca _aviso_ estocada y cuatro descabellos (silencio); estocada (silencio).
David Mora: pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio); media estocada _aviso_, nueve descabellos _2? aviso_, y siete descabellos _tercer aviso_ (gran bronca).
Jos¨¦ Garrido: estocada baja (silencio); estocada (silencio).
Plaza de Las Ventas. Tercera corrida de feria. 13 de mayo. Casi lleno (19.538 espectadores).
Ese toro tuvo su aquel. Sali¨® de toriles huidizo y corret¨®n y no obedeci¨® al capote de su lidiador. De pronto, se acerc¨® a las tablas, y dio un salto con evidente intenci¨®n de averiguar lo que se escond¨ªa en el callej¨®n. No alcanz¨® su objetivo, pero introdujo la cara, con sus astifinos pitones, y su largo cuello. Un alguacilillo que oteaba el horizonte a un par de metros, se qued¨® petrificado. No era para menos. Pero el asunto fue a m¨¢s. Curioso el animal, se olvid¨® del capote de Mora, volvi¨® a tablas, tom¨® esta vez un nuevo impulso y consigui¨® meter casi todo el cuerpo en el callej¨®n. No tuvo la fortaleza suficiente para superar la altura y cay¨® en la arena como un fardo con toda su pesada anatom¨ªa. No se rompi¨® por fuera, pero el porrazo son¨® ?plommmm!, y vaya usted a saber los destrozos que hizo por dentro. Este segundo suceso acaeci¨® frente a una pareja de la Polic¨ªa Nacional, bien resguardada en un burladero, y para los servidores p¨²blicos qued¨® el susto.
Adem¨¢s de la torer¨ªa de Otero y la ¨¢spera mansedumbre del toro saltar¨ªn, poco m¨¢s sucedi¨® en el ruedo. Bueno, seg¨²n se mire. David Mora escuch¨® los tres avisos en el quinto tras protagonizar un penoso sainete con el descabello a un toro noble y soso con el que no lleg¨® a entenderse con la muleta cuando se esperaba faena grande. Decepcion¨® Mora ante un toro noble pero no tonto que exig¨ªa una muleta firme que no encontr¨®. Hab¨ªa brindado la faena del manso segundo, pero ni el toro quer¨ªa embestir ni el torero mostr¨® la confianza necesaria. Fue despedido de la plaza con una gran bronca, como mereci¨® su olvidable actuaci¨®n.
Cinco grandes ver¨®nicas, de menos a m¨¢s, ganando terreno en cada una de ellas, y firmadas con una gran media en el centro del ruedo fue lo notable de una actuaci¨®n tristona de Diego Urdiales. Se las vio, en primer lugar, con un toro con clase y sin fuerzas con el que dibuj¨® una preciosa tanda de redondos y un par de naturales en una labor incompleta y con destellos deslumbrantes. Algo importante falt¨®, y todo qued¨® desmadejado. Manso y sin calidad fue el cuarto y todo acaeci¨® en silencio.
Garrido tampoco tuvo oponentes aptos para el triunfo. Demostr¨® de nuevo, eso s¨ª, que maneja el capote con soltura, hondura y gracia, y que le sobran entrega, agallas y constancia para intentar el triunfo. El tercero no se ten¨ªa en pie y lleg¨® a echarse en la arena en el curso del ¨²ltimo tercio; volvi¨® a colocarse en el sitio ante el sexto, al que le rob¨® algunos muletazos estimables antes de que el p¨²blico, cansado de tanta blanda mansedumbre, le obligara a que montara la espada.
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