Tres avisos
Se escucha el primer aviso de un desahucio no en la variable multitud ajena a toda tauromaquia que se re¨²ne para exigir la desaparici¨®n de las corridas de toros, sino en los propios gazapos, atropellos y erratas que de pronto parecen volverse costumbre en el transcurso de una lidia donde los toros relucen su mansedumbre, adem¨¢s peligrosa, y en particular la del llamado ¡°Carapuerco Segundo¡± que sali¨® a a la arena con ganas de brincar al callej¨®n, huir de nuevo al campo y pintarse de rosa las pezu?as, con ese trotecillo de vaca lechera que comparti¨® con otros de sus hermanos lidiados hoy con el hierro de El Pilar. El descaste y eso que llaman equivocadamente falta de raza (pues no dejan de ser bovinos) es un aviso de la coladera por donde nos podemos cargar todo esto en el transcurso de una tarde: animales que aunque sean bien presentados y presuman su trap¨ªo en fotos de perfil, luego salen al sol con la nefanda propensi¨®n a la distracci¨®n con golondrinas, con menos codicia que un ni?o sin dulces y una abnegada soser¨ªa que en nada hace eco de la bravura ancestral de su gen¨¦tica.
El segundo aviso de un probable hundimiento se filtra en la saliva de los propios aficionados que pasan de la justificada protesta por cualquier desorden o desgracia de la lidia al abierto encono encolerizado, ensa?¨¢ndose con un torero al que apenas hace una docena de meses recib¨ªa de pie por el milagro de su resurrecci¨®n y la epifan¨ªa innegable de un faen¨®n de dos orejas y Puerta Grande. Hay d¨ªas en que la mala leche se descuelga de los tendidos de Las Ventas (desde los aplausos sincronizados de los llamados puristas y el necio gritito de quien se cree ge¨®metra de la posici¨®n perfecta de las zapatillas sobre la arena sin ayuda de catalejos) pero tambi¨¦n en la ira que se ha manifestado en ciertos estadios de futbol y quiz¨¢ incluso en el otrora impecable silencio de las canchas de tierra batida del tenis.
El tercer aviso suena en el silencio de la tinta m¨¢s bien biliar con la que ciertos sabelotodos opinan por opinar y confunden la etimolog¨ªa del h¨¦roe o del hero¨ªsmo con la enga?osa miop¨ªa de glorificar lo banal, enaltecer lo cotidiano o descontextualizar el aura de los toreros avalando entonces la supuesta heroicidad de los narcotraficantes ya como personajes de Netflix o ?ser¨¢ que en verdad es un h¨¦roe el malencarado conserje de un edificio que duerme todo el d¨ªa y desatiende las labores de su oficio, mientras lee a deshoras la correspondencia de los inquilinos con el auxilio de la llave maestra de los buzones?
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