La resucitada
Que el fen¨®meno ¡®best seller¡¯ llegue a la poes¨ªa no significa que haya que rasgarse las vestiduras. Hace d¨¦cadas que pasa con la prosa
?Por qu¨¦ la poes¨ªa ha acabado en la irrelevancia social? El g¨¦nero mayor de la literatura lleva tres o cuatro d¨¦cadas contemplando la espalda de los lectores, de los libreros y de los medios de comunicaci¨®n. Una espalda infinita. Bien, pues parec¨ªa que la poes¨ªa se hab¨ªa muerto y de repente ha resucitado. Ha resucitado en los libros de m¨¢s de una docena de poetas j¨®venes, que han logrado el milagro de que sus libros ocupen los lugares que las librer¨ªas reservan para los best sellers. Es lo que se conoce, en su definici¨®n m¨¢s acertada, como poes¨ªa juvenil, poes¨ªa destinada a adolescentes, hija de las redes y de ?Twitter. Es tan grande el milagro que me niego a entrar en la discusi¨®n de si esa poes¨ªa tiene o no tiene calidad literaria. Ser¨ªa tanto como si ante L¨¢zaro resucitado uno se dedicara a hacerle un an¨¢lisis de sangre, de orina o a medirle la tensi¨®n arterial para saber si estaba vivo de verdad. Bast¨® con ver a L¨¢zaro andar de nuevo. Basta, entonces, con ver a la poes¨ªa darse un estupendo garbeo por el mundo. Ver a esos poetas firmando en las ferias del libro, ver a las grandes editoriales fichando a poetas es un espect¨¢culo nuevo. La poes¨ªa estaba muerta y ha resucitado. Puede que no haya resucitado la versi¨®n culta de la poes¨ªa. Puede que cuando L¨¢zaro resucit¨® se le viera paliducho, demacrado y poco atl¨¦tico.
Desde la muerte de poetas como Rafael Alberti, Jaime Gil de Biedma o ?ngel Gonz¨¢lez, la poes¨ªa no tiene protagonismo medi¨¢tico. Los poetas cultos bajaron las persianas de su peque?o negocio y le dijeron adi¨®s a todo. Le echaron la culpa al mundo. ?Para qui¨¦n escribir entonces? Imagino que para Dios. Luis Garc¨ªa Montero, con raz¨®n, lleva a?os reclamando un espacio civil para la poes¨ªa, para sacarla del espacio eclesi¨¢stico en donde est¨¢ recluida. Ahora estos reci¨¦n aparecidos poetas juveniles tienen agente literario, venden miles de ejemplares, ganan dinero y tienen colas de admiradores. Y son felices, y no desgraciados como suelen serlo los poetas sin lectores. No tienen nada que envidiar a los novelistas. Todo lo contrario, m¨¢s bien son los novelistas los que se est¨¢n asustando. Porque venden m¨¢s los poetas juveniles que los novelistas populares. Que el fen¨®meno del best seller pase a la poes¨ªa no significa que tengamos que rasgarnos las vestiduras, hace d¨¦cadas que eso ocurre con la prosa. Adem¨¢s, yo creo que la poes¨ªa o llega a la gente o es simplemente arqueolog¨ªa. Ese cuento de que la poes¨ªa no tiene p¨²blico sino lectores ya no enga?a a nadie. La tradici¨®n po¨¦tica espa?ola hab¨ªa sido popular: poetas como Jorge Manrique, Espronceda, B¨¦cquer, Machado, Garc¨ªa Lorca o Blas de Otero han tenido siempre el apoyo de los lectores.
Las letras de Dylan distan mucho de ser grandes poemas, pero unidas a una voz imperfecta y distinta consiguen el misterioso logro de conmovernos como lo hace la m¨¢s alta poes¨ªa
Hay que aprovechar, en todo caso, esta resurrecci¨®n juvenil para que el p¨²blico regrese a la poes¨ªa. La poes¨ªa se divorci¨® de la literatura y de la plaza p¨²blica y se escondi¨® en los s¨®tanos de los elegidos. Es hora de que la poes¨ªa hable de lo que hablan las novelas: de la crisis econ¨®mica, del desamor, de la corrupci¨®n, del metro de Madrid, de los ?aeropuertos, del mundo laboral, del cambio clim¨¢tico, de lo que vale un piso, del capitalismo, de los centros comerciales, de todo cuanto ocurre bajo la luz del sol. El ¨¦xito que est¨¢ viviendo la obra de Gloria Fuertes se explica desde la necesidad que tiene la gente de leer una poes¨ªa que hable de la vida con palabras sencillas. Las palabras sencillas son siempre las m¨¢s dif¨ªciles.
Puede que la poes¨ªa, despu¨¦s de la II?Guerra Mundial, buscase refugio en otras latitudes. La gente necesita poes¨ªa, y esa necesidad es hist¨®rica y ocurre en todas las ¨¦pocas. Puede que la poes¨ªa reaparezca por donde menos se la espera. A mi juicio, en la pol¨¦mica que hubo sobre la concesi¨®n del Premio Nobel a Bob Dylan no se mencion¨® un asunto relevante: la posibilidad de que la poes¨ªa se encarne en una voz. Los amantes de la m¨²sica popular saben que las voces son las que nos tocan el coraz¨®n. Y eso es lo que hac¨ªa la poes¨ªa: tocarnos el coraz¨®n. Las letras de Dylan distan mucho de ser grandes poemas, pero unidas esas letras a una voz imperfecta y distinta consiguen el misterioso logro de conmovernos como lo hace la m¨¢s alta poes¨ªa. Sin embargo, es dif¨ªcil que estos miles de lectores que compran los libros de los poetas juveniles y tuiteros lleguen alguna vez a leer a Borges, a T. S. Eliot, a Luis Cernuda o a Baudelaire. Pero los caminos de la poes¨ªa son inescrutables. Y al fondo de todo este fen¨®meno s¨ª se ve un recordatorio, una admonici¨®n, aquella que nos recuerda que los poetas deben volver a mirar a la gente y a la historia. La mirada civil y la mirada colectiva, desde Whitman y Neruda, han formado parte de la poes¨ªa. Y este mundo en el que vivimos necesita ser explicado y descrito desde la poes¨ªa. Los poetas cultos estaban haciendo algo mal. Estaban escribiendo para nadie. Si no hay nadie al otro lado, la poes¨ªa no existe.
Claro que si resucitara Cernuda y fuera a firmar a la Feria del Libro de Madrid y le tocara firmar al lado de alg¨²n ¨ªdolo de Twitter o de la poes¨ªa juvenil, y contemplara las colas de adolescentes reclamando la firma de su compa?ero de caseta, volver¨ªa a odiar a Espa?a y a la ignorancia devastadora de este pa¨ªs nuestro con renovada y actualizada pasi¨®n. Y, por supuesto, tendr¨ªa toda la raz¨®n del mundo.
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