Hasta siempre, maestro
"No escribir¨¦ m¨¢s", me confes¨® no hace mucho en Madrid Juan Goytisolo
Disculpadme. Escribo llorando. ?Debo seguir? Juan Goytisolo dir¨ªa que s¨ª. Que adelante. Las l¨¢grimas son palabras sin atuendo. Hay que servirse de ellas cuando toca. Sobre eso de escribir o no escribir estar¨ªamos comentando ahora, de seguir vivos para hablarnos. De los amigos. Las palabras.
La ¨²ltima vez que estuve con Juan fue el a?o pasado en Barcelona. En un hospital, en secreto, que nadie lo sepa, un mes seguido mientras Juan trataba de recuperarse de una rotura de f¨¦mur que lo dej¨® postrado. Con un dolor en la espalda que lo mortificaba. Le hac¨ªa masajes. Le llevaba rosas blancas.
Juan formaba parte de mi vida. Una tarde de primavera del a?o 1997, tres meses despu¨¦s de haber publicado mi novela La intimidad, suena el telefono en mi casa. Soy Juan Goytisolo. Estoy aqu¨ª. Quiero verte. Conocerte en persona. ?Puedes? S¨ª, fue mi respuesta. La vida ofrece alguna vez esta clase de regalos. Me hab¨ªa tocado el gordo. Pudiera o no, salt¨¦ a la calle desbocada. Nos encontramos en las Ramblas, hablamos, nos hicimos amigos. En una hora ocurri¨® el milagro. A partir de aquel encuentro sucedieron muchas y grandes cosas para mi, claro. Acompa?¨¦ a Juan en varias de las actividades literarias que le consagraban y en las que me invitaba a participar. Recuerdo la primer viaje en Nueva York y mi intervenci¨®n en un acto a ¨¦l dedicado, ya entonces, sobre los problemas que empezaban a vislumbrarse de ser escritores catalanes en castellano. Hubo gran aplauso. Nuestra patria era la literatura, llegu¨¦ a decir. Eres visionaria, me dec¨ªa Juan. Y en aquel tiempo est¨¢bamos a horas luz de lo que poco despu¨¦s suceder¨ªa en Catalu?a. Juan sol¨ªa decirme: Tu hablas donde todos callan. Yo me dedico a otra lucha. Es cierto, Juan Goytisolo daba por proyecto insensato la deriva del gobierno catal¨¢n y su separatismo en ciernes. Todava era el tiempo en que Juan visitaba asiduamente a Barcelona. Hasta que se hart¨® de llegar a una ciudad en la que se sent¨ªa extra?o. Nos expulsan, dec¨ªamos. Todos nos vamos yendo. Peor para ellos.
Nos un¨ªa, adem¨¢s de una parecida actitud rebelde contra cualquier imposici¨®n autoritaria, el amor la literatura, a la libertad, a la igualdad junto a una orfandad de madre perceptible a los ojos de los m¨¢s perspicaces. Me diferenciaba de Juan la generosidad que siempre tuvo conmigo. Quer¨ªa ser el primero en leer mis libros y el primero tambi¨¦n en escribir sobre ellos. Hablar sobre ellos. ?Le correspond¨ª, en este sentido? No lo suficiente. Era el maestro, el gran escritor. Nuestras conversaciones pod¨ªan ser literarias, ¨ªntimas, pol¨ªticas, absurdas, tambi¨¦n, en ocasiones. Pocos conocen el gran sentido del humor de Juan. Su iron¨ªa cervantina con la que pod¨ªa ensalzar o liquidar a alguien en pocas y acertadas palabras. En Marrakech, cuando iba a verlo, pod¨ªamos pasar una tarde entera escuchando el crotorar de las cig¨¹e?as en sus nidos. Pase¨¢bamos. Me presentaba a sus amigos, vecinos de la calle. Su vida en la Medina era digna de ver. Donde era amado y admirado es de sobras conocido. Era feliz, all¨ª. Puedo asegurarlo. Su expresi¨®n deven¨ªa m¨¢s sobria y enojosa fuera de su Marruecos estimado y necesario. Donde desconfiaba de la gente y se notaba. Recuerdo an¨¦cdotas divertidas en este sentido.
Le encantaba que, de tanto en tanto, le llevase algunos amigos, pocos y contados, con quienes sentirse c¨®modo y a los que sin problemas invitaba a su casa en cenas llenas de palabras sorprendentes. Sin embargo, fue Juan quien se ocup¨® de un modo casi imperceptible, de acercarme con sus escritos, tal vez a otros grandes escritores latinoamericanos. Por una afinidad dir¨ªa de lenguaje. Los escritores de la periferia del espa?ol, llamaba yo a los escritores biling¨¹es, e incluso escrib¨ª una librito sobre el tema. Algo hab¨ªa en Juan y en su obra que disgustaba a algunos escritores espa?oles y es posible que fuera debido a su heterodoxia y a su visi¨®n personal de la escritura. En una ocasi¨®n, tuve que hacer de intermediaria cuando quisieron invitarle a ser miembro de la Real Academia Espa?ola. Se neg¨® en rotundo. En otro momento, me llamaron por tel¨¦fono para asegurarse de que Juan Goytisolo aceptar¨ªa el premio Ciudad de Barcelona. No, gracias. Fue todo lo que dijo.
No escribir¨¦ m¨¢s, me confes¨® no hace mucho en Madrid, un d¨ªa el que Juan Cruz avis¨® a Juan de que casualmente yo tambi¨¦n estaba all¨ª. Se termin¨® escribir para mi. Lo vi. Esta vez iba en serio. A los pocos meses comenz¨® el calvario. Y su despedida final. Hoy. Hasta siempre.
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