Una cierta enso?aci¨®n
La galer¨ªa neoyorquina David Zwirner exhibe con autoridad y sin encasillamientos el trabajo de F¨¦lix Gonz¨¢lez-Torres
F¨¦lix Gonz¨¢lez-Torres ten¨ªa la claridad de lo popular. Tan minuciosamente veros¨ªmil como exagerada en su capacidad de embellecer lo m¨¢s vulgar, su obra ha sobrevivido a la historia del arte que ¨¦l mismo combati¨®. F¨¦lix-feliz se protegi¨® de su propio miedo y dudas, del mundo radicalmente amistoso de los colectivos ACT-UP que eclosionaron a finales de los ochenta. Se olvid¨® de la regresi¨®n ideol¨®gica en el arte y de la abierta manipulaci¨®n de su mercado. Control¨® su propio trabajo sin una chispa de indignaci¨®n, pues lo concibi¨® para un p¨²blico masivo, para sobrevivir a los manuales gastados de la nueva est¨¦tica homosexual. Gonz¨¢lez-Torres posee la asombrosa distinci¨®n de ser uno de los pocos artistas familiares para casi todos, incluidos los que hoy quieren suprimir las agencias gubernamentales fundadas para apoyarlos, el National Endowment for the Arts.
En una ¨¦poca en la que las ideas de ¡°subjetividad¡± y ¡°cuerpo¡± han alcanzado su mayor grado de ¡°deconstrucci¨®n¡± (el tronco argumental de Documenta XIV que se est¨¢ desarrollando en Atenas y Kassel), la obra de este artista americano nos dice todo lo contrario: que a partir de la identidad gay se puede reimaginar el presente, incluso la modernidad, y que es la fuerza de esta reimaginaci¨®n, y no s¨®lo su correcci¨®n ideol¨®gica, lo que cuenta. Bajo este prop¨®sito, su trabajo no pod¨ªa ser m¨¢s preciso. Si la identidad, en cualquiera de sus formas, nunca es segura ni central, ?por qu¨¦ deconstruirla? ?Es posible crear recintos de belleza y sublimidad en el lugar en el que las expectativas se vienen abajo? Son preguntas que ya han cosechado virulentas respuestas en el turbulento estrecho del sector galer¨ªstico, muy agitado tanto por el puritanismo del mercado como por el purismo activista, y en donde la reputaci¨®n del artista provocador cruza con inusitada facilidad el ecuador para desembocar en las pinacotecas.
David Zwirner, que con esta exposici¨®n anuncia que gestionar¨¢ el legado de Gonz¨¢lez-Torres con Andrea Rosen (la galerista neoyorquina fue c¨®mplice incondicional en su corta pero intensa carrera), muestra algunas de las piezas m¨¢s representativas de este artista nacido en Guaimaro (Cuba), formado en Puerto Rico y asentado en Nueva York, donde muri¨® sin haber cumplido los 40 a?os. La muestra tiene el car¨¢cter de acontecimiento, como si estuvi¨¦ramos hablando de una mezcla de Rothko y Basquiat, pues exhibe la ¡°pol¨ªtica del arte¡± (m¨¢s que el arte pol¨ªtico) que implica el oportunismo, el remonte de su cotizaci¨®n y la lluvia de cr¨ªticas y juicios morales que acusan al galerista de exhibir estas obras como si fueran diamantes, aurificadas, dormidas en sus c¨¢psulas, sin el menor atisbo de combate.
Pero ser¨ªa hora de afirmar la diferencia sin lamentos. F¨¦lix Gonz¨¢lez-Torres nunca quiso ser un autor de ret¨®rica trascendental, y menos un espadach¨ªn acting-up. Fue ante todo un rom¨¢ntico que desafiaba constantemente al espectador a entrar en su obra y construir su propia narraci¨®n. Lo vemos en esta veintena de obras que subrayan la ausencia o arbitrariedad de la imagen de un colectivo siempre amenazado por la invisibilidad: vallas publicitarias (se muestran tres en diferentes lugares de la ciudad), pilas de papeles litografiados en montones perfectos que recuerdan los cubos minimalistas, caramelos con envoltorios chillones colocados como si fueran la espuma de las olas en la orilla (Placebo Landscape for Roni, 1993) o amontonados en un rinc¨®n (Ross, 1991), un ¡°suministro¡± altamente democr¨¢tico que invita a violar esa sagrada ley del cubo blanco que proh¨ªbe acercarse demasiado a la obra, tocarla y no digamos comerla. Instalaciones hechas con cortinas de tela y abalorios de suaves colores que rodean el pathos de la p¨¦rdida (Untitled March 5th, 1991, es la fecha de cumplea?os de su pareja, que muri¨® de sida en 1991) simbolizada en dos espejos esf¨¦ricos colocados uno junto al otro, y los relojes id¨¦nticos que dan la misma hora hasta que uno de los dos se para (Untitled Perfect Lovers, 1987-1990). El v¨ªdeo Untitled. A Portrait 1991/1995, situado frente a dos solitarias sillas, es sencillo y descomunal, como lo son sus mara?as de bombillas el¨¦ctricas. O la enso?adora instalaci¨®n-performance Go-Go Dancing Platform (1991), un atisbo de cielo en una pompa de jab¨®n que parece escapado de los bordados de un delantal kitsch.
¡®F¨¦lix Gonz¨¢lez-Torres¡¯. Galer¨ªa David Zwirner. Nueva York. Hasta el 14 de julio.
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