Intelectual intempestivo
Ortega y Gasset fue pionero y prematuro, precozmente imbuido por un optimismo vitalista de gen¨¦tica nietzscheana e incombustible durante algunos a?os
No dir¨¦ que ser¨ªa hoy un tuitero compulsivo, pero la proliferaci¨®n de aforismos con chispa e intenci¨®n podr¨ªan tenerlo como aficionado decoroso al medio guerrillero. La violencia de la palabra del Ortega socialista, del fundador de la Liga de Educaci¨®n Pol¨ªtica y el semanario Espa?a, del redactor incendiario de Nueva y vieja pol¨ªtica en 1914 llegaba dictada por un af¨¢n redentor y colectivista, esperanzado en las fuerzas secretas de refundaci¨®n radical de un pa¨ªs entero. No se equivoc¨®, desde luego, porque esas fuerzas estaban y ten¨ªan nombre y apellido (iban desde los hermanos Machado o Juan Ram¨®n Jim¨¦nez hasta G¨®mez de la Serna), pero fue, como en casi todo, pionero y prematuro, precozmente imbuido por un optimismo vitalista de gen¨¦tica nietzscheana e incombustible durante algunos a?os. Mandar, mand¨® petulantemente desde el principio, para abierta sublevaci¨®n de su propia familia, que directamente lo echa de El Imparcial porque desde ah¨ª ha lanzado la caballer¨ªa entera de su ira y su impulso subversivo contra el diario.
Por eso accede en seguida a liderar ideol¨®gicamente uno nuevo. Por entonces se cre¨ªa, con raz¨®n, que un medio period¨ªstico, al estilo de lo que har¨ªa EL PA?S en 1976, pod¨ªa determinar la realidad moral y cultural de una naci¨®n u orientarla hacia la reforma radical de las instituciones del Estado, desde el Parlamento hasta la Universidad, pasando por las artes y la literatura. Por eso se encerr¨® Ortega a escribir durante tres a?os en la pajarera de un peri¨®dico nuevo, El Sol, desde 1917: estaba convencido de que pilotando esa nave pilotaba la transformaci¨®n de Espa?a.
Volv¨ªa a tener raz¨®n, pero volv¨ªa a ser prematuro. El fracaso de esa experiencia le dej¨® la primera huella grave de su mal m¨¢s ¨ªntimo: el rencor contra quienes ni entend¨ªan ni parec¨ªan querer entender por d¨®nde deb¨ªan ir los derroteros de la modernidad europe¨ªsta. De ah¨ª nace uno de sus libros m¨¢s perniciosos incluso en el t¨ªtulo, Espa?a invertebrada, montado sobre prejuicios y, sobre todo, sobre pasiones pol¨ªticas muy recientes. Ortega se retir¨® entonces de la vida pol¨ªtica para regresar a la abandonada capitan¨ªa filos¨®fica del pa¨ªs. Desde 1921-1922 inund¨® la alta cultura espa?ola con series de art¨ªculos convertidas en libros y proyectos de larga incidencia en las letras y la cultura global. La Revista de Occidente desde 1923 iba a ser una aut¨¦ntica difusora actualizad¨ªsima de los aires intelectuales de la modernidad cr¨ªtica, a la vez que desde entonces Ortega vibraba sobre todo como ensayista compulsivo, hostigado por un alem¨¢n desconocido, Heidegger: habr¨ªa de amargarle desde 1927 los frutos dulces de su filosof¨ªa de la raz¨®n vital.
Pero ese af¨¢n de competitividad de un competitivo temible no estrope¨® su funci¨®n de pensador imprevisible, agudo y agitador (como el Fernando Savater de la Transici¨®n). En esa d¨¦cada de los veinte cr¨ªa buena parte de los libros que siguen siendo lo mejor que puede dar un pensador: formas sociales e hist¨®ricas de una filosof¨ªa moral antes que prescripci¨®n de conductas. O al menos as¨ª vale la pena leer desde las Meditaciones del Quijote hasta los tomitos caprichosos, autobiogr¨¢ficos y perdurables de El espectador, incluida una viv¨ªsima La rebeli¨®n de las masas, ya en 1930, a las puertas de la euforia y el inmediato desenga?o con la Segunda Rep¨²blica. Iba en el libro el m¨¢s contundente dicterio contra la destrucci¨®n de las democracias liberales a manos de los totalitarismos rampantes desde Italia, Alemania y la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
A la guerra llega tan escarmentado que se suma callado al bando sublevado y vencedor, y despu¨¦s pierde la guerra durante 15 a?os m¨¢s hasta su muerte en 1955. Gana, sin embargo, y de forma rotunda, como impulsor de una desafiante independencia de pensamiento hecha de jugosidad imprevisible, plasticidad estil¨ªstica y una vaga e ingrata propensi¨®n a la impostaci¨®n divina: insustituible.
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