?Una hija del gran masturbador?
En el cat¨¢logo de sus m¨¢s m¨¢s escandalosas perversiones a nadie se le ocurri¨® que Dal¨ª pudiera, simplemente, tener descendientes con personal de servicio
La sexualidad de Salvador Dal¨ª era su secreto mejor guardado. Lo dice Estrella de Diego, autora de Querida Gala, una biograf¨ªa sobre la musa del pintor y, antes, de todo el surrealismo. El hecho de que la exhibiera y la comentara en todos sus escritos autobiogr¨¢ficos, la verdad patente de que formara parte fundamental de su obra pict¨®rica, f¨ªlmica, literaria, no significaba, quiz¨¢s, apenas nada. Puede que una gran maniobra de distracci¨®n, otra m¨¢s, para ocultar hasta cierta normalidad. ?Y si Salvador Dal¨ª, en vez de bisexual, asexuado, entusiasta del onanismo, incorregible voyeur, desaforado defensor del sadomaso, hubiera sido en sus pulsiones sexuales, sencillamente, de andar por casa?
El hecho de que ahora, la juez Mar¨ªa del Mar Crespo, titular del Juzgado de Primera Instancia n¨²mero 11, haya autorizado la exhumaci¨®n del cad¨¢ver enterrado en el museo de Figueres por la demanda de paternidad presentada a cargo de Pilar Abel Mart¨ªnez puede destrozar un mito labrado durante d¨¦cadas en cuadros, libros, memorias, teor¨ªas sin fin¡ Cabe la posibilidad de que estemos ante el pedestre caso de un se?orito teniendo hijos con la criada. Triste destino decadente para un rompedor de tab¨²es, ?no creen?
El a?o que Pilar Abel naci¨®, en 1956, Dal¨ª segu¨ªa mostrando en su prosa elementos, digamos, cipotudos: ¡°Me encuentro en estado de erecci¨®n intelectual permanente y todo se adelanta a mis deseos. Mi corrida lit¨²rgica cobra cuerpo¡±, confiesa en una entrada del 10 de mayo, recogida en Diario de un genio. As¨ª se expresaba el artista con frecuencia, tanto en este libro como en su anterior entrega de memorias, La vida secreta de Salvador Dal¨ª. Ambas geniales muestras de diarrea surreal.
Su vida sexual se ha revelado como un enigma a la vista de todos. El punto de inflexi¨®n se produce cuando Gala se presenta en Port Lligat, acompa?ada de su marido, Paul ?luard y prende en ¨¦l un aut¨¦ntico amor fou, comenta Estrella de Diego. Antes hab¨ªa dado rienda suelta a su m¨¢s fiel h¨¢bito sexual en uno de sus cuadros emblema: El gran masturbador. Seg¨²n Ian Gibson, en su biograf¨ªa, una de las claves para entenderlo, lo encontramos en la aversi¨®n que sent¨ªa Dal¨ª hacia los genitales femeninos y su idea de la selva sangre como met¨¢fora del coito.
El gran masturbador,? para entenderlo, viene de la aversi¨®n que sent¨ªa Dal¨ª hacia los genitales femeninos y su idea de la selva sangre como met¨¢fora del coito
Lorca, otro amor de juventud, fue otra pista m¨¢s para entender el cuadro. Le sirvi¨® de gran ayuda para inspirar la obra. De que existi¨® una estrecha relaci¨®n entre ambos, no cabe duda. Desde que se conocieran en la Residencia de Estudiantes de Madrid, forjaron un v¨ªnculo muy fuerte. M¨¢s tarde, en otra prueba de su exhibicionismo visceral, Dal¨ª cont¨® a los cuatro vientos el orgullo que sent¨ªa porque, alguna vez, el mayor poeta de Espa?a hubiese intentado penetrarlo.
Su fascinaci¨®n por las rarezas ha llenado tambi¨¦n p¨¢ginas ajenas. La se?ora Rius, responsable de uno de los burdeles m¨¢s exclusivos de Barcelona en los a?os sesenta, ha contado secretos de quien fue uno de sus mejores clientes. Pero no precisamente por su pasi¨®n femenina. ¡°Una vez pidi¨® que unas cuantas chicas suecas se metieran desnudas en la habitaci¨®n con ¨¦l y sujetaran a un pato. El se?or Dal¨ª cort¨® la cabeza del animal y lo penetr¨®¡±, cont¨® en sus memorias. La se?ora Rius no se llamaba as¨ª. Su nombre era Lydia Artigas, pero se lo cambi¨® porque, seg¨²n ella, resultaba m¨¢s comercial. Ni que decir tiene, que aquel episodio del pato a la escandinava le espant¨®.
No tanto algo que Eduardo Arroyo presenci¨® en Par¨ªs. No es que Dal¨ª fuera santo de su devoci¨®n. ¡°Escrib¨ª cuatro veces su necrol¨®gica y no se mor¨ªa¡±, me ha contado alguna vez. ¡°Cuando me la pidieron por quinta vez, me negu¨¦ y entonces, s¨ª, lo enterraron¡±. En ese obituario nunca publicado, seguramente Arroyo hubiera contado la siguiente an¨¦cdota. Un d¨ªa andaban aburridos y un amigo les invit¨® a una fiesta en casa de un potentado. Se presentaron all¨ª y encontraron a unas 200 personas desnudas. Se trataba de una recepci¨®n para Dal¨ª, que as¨ª lo hab¨ªa pedido. Cuando el artista entr¨® en el sal¨®n, iba vestido de arriba abajo. ¡°Gala tambi¨¦n, con una langosta encima de la cabeza¡±. Y ese fue el homenaje¡
Ante esta lista de ejemplos sobre la siempre estramb¨®tica vena sexual ¡ªo asexual¡ª de Salvador Dal¨ª, la simple idea de pensar en un potentado con derecho de pernada, sencillamente, nos sobrecoge.
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