Las garras de la raz¨®n ilustrada
Igual que el 'Quijote', 'Yo el Supremo', de Augusto Roa Bastos, es un libro sin tiempo que entra y sale de la historia y se adelanta hacia el futuro
En 1917 Rub¨¦n Dar¨ªo habr¨ªa cumplido 50 a?os de edad a no ser por su muerte prematura en Nicaragua el a?o anterior. Pero, prestando palabras a Jorge Luis Borges, la literatura, al renovarse, puede llegar a ser un jard¨ªn de senderos que se bifurcan. Basta para demostrarlo el nacimiento ese mismo a?o, en distintos y distantes lugares de Am¨¦rica, de dos escritores capitales del territorio de La Mancha, Augusto Roa Bastos y Juan Rulfo.
El mundo rural y arcaico de ambos empieza en la lengua, y ambos vienen de la tradici¨®n oral. Para Rulfo, el aire est¨¢ lleno de los murmullos de los muertos que hablan desde sus tumbas con las voces del pasado. Para Roa Bastos son las voces de la locura, y por eso, en Hijo de Hombre, el sargento Crisanto Villalba regresa de la guerra del Chaco perseguido por las furias de la demencia.
La desgracia del poder arbitrario se ceba en la carne de los infelices, y lo que Roa Bastos har¨¢ desde entonces es contarnos la historia del poder que atropella, humilla y somete, desde Hijo de Hombre hasta Yo el Supremo. A los s¨²bditos del doctor Jos¨¦ Gaspar Rodr¨ªguez de Francia y Velasco, el Kara¨ª Guas¨², Supremo Dictador Perpetuo de la Rep¨²blica, les falta un hueso en el cuello, lo que les impide levantar la cabeza.
Yo el Supremo es una de las m¨¢s alucinantes y asombrosas construcciones verbales de que pueda preciarse la literatura latinoamericana del siglo XX
El poder, visto como una abstracci¨®n, aun en sus extremos arbitrarios, pertenece al ¨¢mbito de las ciencias sociales; pero en la medida en que afecta la vida de los individuos, y las modifica e interviene, entra ya en el ¨¢mbito de la literatura. Seres humanos, amordazados, despojados, encarcelados, torturados, exiliados; o convertidos en cortesanos palaciegos, serviles, aduladores, represores, como quienes rodean al doctor Francia.
Los tiranos de Am¨¦rica Latina, los de ayer y los de hoy, se encarnan en esa figura porque nuestras historias est¨¢n cortadas con las mismas tijeras del poder desp¨®tico. Somos hijos de la anormalidad, y el novelista arrebata al historiador esos temas fuera de lo com¨²n.
No sabemos contar historias felices; la historia nos desaf¨ªa haci¨¦ndonos recorrer las galer¨ªas de su museo de horrores y crueldades, de injusticias y arbitrariedades, y nos obliga a permanecer con los ojos abiertos, entre el asombro y el delirio.
Al ocurrir las guerras de independencia en el siglo XIX, surge la primera de esas anormalidades: a la raz¨®n ilustrada le nacieron garras. No pocos de los libertadores se subieron al caballo como abanderados de la democracia y se bajaron como ep¨ªtomes de la tiran¨ªa. Llevaban en sus alforjas la Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y la Constituci¨®n de los Estados Unidos, pero las ideas de libertad absoluta fueron sustituidas por las del poder absoluto, y adem¨¢s perpetuo.
Yo el Supremo es una de las m¨¢s alucinantes y asombrosas construcciones verbales de que pueda preciarse la literatura latinoamericana del siglo XX. Los distintos ¨¢ngulos desde los cuales est¨¢ construida la figura del Dictador Perpetuo se sostienen entre ellos gracias al armaz¨®n del lenguaje que es diverso, aunque centrado en la propia voz del personaje que se habla a s¨ª mismo en un mon¨®logo interminable, que es a la vez un di¨¢logo con su amanuense Policarpo Pati?o, y se extiende a la Circular Perpetua y al Cuaderno Privado, pelda?os todos de una escalera circular que baja hacia un subterr¨¢neo de c¨¢maras m¨²ltiples.
La sombra del dictador Alfredo Stroessner planea abiertamente sobre esta novela, pues, aunque yendo hacia el pasado para componer la figura del doctor Francia, Roa Bastos fue contempor¨¢neo de esa tiran¨ªa que lo expuls¨® de su patria, y en su largo exilio escribi¨® la mayor parte de su obra narrativa.
No sabemos contar historias felices; la historia nos desaf¨ªa haci¨¦ndonos recorrer las galer¨ªas de su museo de horrores y crueldades,
Igual que el Quijote, Yo el Supremo es un libro sin tiempo que entra y sale de la historia, se adelanta hacia el futuro y convierte a su autor en personaje que se retrata a s¨ª mismo por mano del doctor Francia: ¡°Despu¨¦s vendr¨¢n los que escribir¨¢n pasquines m¨¢s voluminosos¡±, dicta el Supremo. ¡°Los llamar¨¢n Libros de Historia, novelas, relaciones de hechos imaginarios¡±.
Y en uno de sus soliloquios, en los que pone a prueba su propia eternidad, el doctor Francia parece aleccionar al novelista que un d¨ªa se ocupar¨¢ de ¨¦l: ¡°Escribir no significa convertir lo real en palabras, sino hacer que la palabra sea real. Lo irreal s¨®lo est¨¢ en el mal uso de la palabra, en el mal uso de la escritura¡±.
Joseph Brodsky dice, refiri¨¦ndose a los grandes novelistas del siglo XX ruso, que ¡°el talento no necesita historia¡±. En el caso de Roa Bastos ser¨ªa una curiosa afirmaci¨®n. En Am¨¦rica Latina, la historia es el sustrato de la literatura. Lo que ¨¦l hizo como artista fue transferirla a una dimensi¨®n diferente, pero sin que deje nunca de ser esa misma historia cuya materia ha sido transformada por las palabras de la imaginaci¨®n.
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