De cabezadita en cabezadita, gentileza de Max Richter
El compositor alem¨¢n interpreta durante ocho horas una composici¨®n para invitar al sue?o
Una antigua nave industrial en Villaverde Cruce, el conf¨ªn sur de la ciudad de Madrid, que jam¨¢s hab¨ªa acogido un concierto. Uno de los compositores contempor¨¢neos de mayor ¨¦xito e inequ¨ªvoco prestigio: lo atestiguan sus bandas sonoras para Vals con Bashir o The Leftovers. Una obra original de ocho horas exactas e ininterrumpidas, Sleep (Dormir), concebida musical y neurol¨®gicamente para inducir al sue?o, para escucharla tumbado o repantingado y dormirla en buena parte o en toda su extensi¨®n. Una procesi¨®n de mel¨®manos o aventureros ataviados con esterillas, almohadones, mantas o colchonetas en direcci¨®n a la remota f¨¢brica Boetticher, ahora remodelada para los Veranos de la Villa y hasta ayer desconocida para la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n capitalina.
Todo lo que rodeaba a la visita madrile?a de Max Richter (Hamel¨ªn, Alemania, 1966) era un titular en s¨ª mismo, una informaci¨®n insospechada. Ocho horas m¨¢s tarde, y superada ya en primera persona la experiencia, sigue sin quedar del todo claro si Sleep es una genialidad o solo una h¨¢bil extravagancia. Pero prevalece la sospecha de que haber vivido este concierto en duermevela ser¨¢ mayor motivo de curiosidad en tertulias venideras que de recuerdo estrictamente gozoso.
¡°Este es un experimento para comprobar c¨®mo pueden unirse la m¨²sica y la mente. Nos vemos en el otro lado¡±, anunci¨® con afable laconismo el compositor de Hamelin a las 22.59 del s¨¢bado. Y a partir de ah¨ª se activ¨® el primer movimiento, Dream 1, un solo de piano a tempo cadencios¨ªsimo, no superior a los 50 pulsos por minuto, que se beneficiaba de las resonancias catedralicias de la hoy denominada La N@ve. Minimalismo a c¨¢mara extremadamente lenta: algo as¨ª como el reverso de Koyaanisqatsi (1983), acaso la obra cumbre de Philip Glass, el hombre al que siempre se consider¨® m¨¢ximo inspirador del alem¨¢n. Si aquella banda sonora era la plasmaci¨®n de una vida enfebrecida, Sleep transcurre bajo los estrictos par¨¢metros del sopor. Todo es tan sosegado y paciente que los int¨¦rpretes, enfrentados a una partitura muy sencilla, deben lidiar con la infinita cuenta de repeticiones y el permanente freno de mano.
Dig¨¢moslo de una manera gr¨¢fica. Si unos abuelitos arrullaran a un beb¨¦ canturreando Du¨¦rmete, ni?o, su ritmo habr¨ªa resultado comparativamente enloquecido. Baste anotar que la primera nota pedal de los violoncellos se hace esperar hasta las 23.22, para cuando, seg¨²n los viejos c¨®digos de meloman¨ªa, ya nos habr¨ªamos ventilado la hipot¨¦tica cara A de un elep¨¦. A partir de ah¨ª ir¨¢n sum¨¢ndose el quinteto de cuerda, siempre con sostenutos interminables. El efecto transita entre el sosiego y la desesperaci¨®n. Porque nuestros cerebros, a¨²n activos, conf¨ªan en que sucedan cosas, pero el p¨¦rfido Richter se ha propuesto justo lo contrario: desenchuf¨¢rnoslos.
Mirando al techo
Lo cierto es que para entonces algunos de los 400 espectadores duermen ya, o lo parece. Hay quien se ha girado y permanece boca abajo. Otros presentan la mirada perdida. Muchos contemplan las estrellas; en este caso, una b¨®veda salpicada con docenas de lucernarios circulares y una lev¨ªsima luz viol¨¢cea. Entre los pocos que permanecen incorporados, algunos se han tra¨ªdo lectura y avanzan en ella, aun a costa de dejarse, inexorablemente, unas cuantas dioptr¨ªas en el proceso.
Dream 2 (minuto 28) es calco de la inaugural Dream 1, primera evidencia de que Max aprovechar¨¢ al m¨¢ximo los c¨®digos minimalistas: se puede repetir, mucho y hasta la saciedad, con tal de que nos quedemos groguis. En el minuto 38, Path 3, con la primera irrupci¨®n de la soprano, s¨ª que constituye por fin un episodio relevante. Sobre el fondo de una cantinela que podr¨ªa parecer un tarareo tradicional infantil, el piano deja paso a unas texturas electr¨®nicas muy envolventes y Grace Davidson asume una melod¨ªa central tel¨²rica y preciosa. Salvando algunas lunas de distancia, pueden venirnos a la memoria los pasajes m¨¢s oper¨ªsticos de Incantations (Mike Oldfield, 1978), lo que vuelve a retrotraernos treinta y muchos a?os atr¨¢s.
El sonido permanece invariable a unos muy prudentes 75 decibelios (un concierto convencional de rock supera los 100) y al cumplir los primeros 60 minutos, mientras finaliza Who¡¯s name is written in water, los troncos erguidos son ya franca minor¨ªa en la nave. Y no pocos de sus propietarios aprovechan para ello las ense?anzas del yoga, aplicables en las m¨¢s diversas circunstancias de la vida moderna. Patterns inaugura la segunda hora con el primer momento camer¨ªstico pleno que, aun sin suponer ninguna novedad significativa en t¨¦rminos de composici¨®n, resulta bello, o melanc¨®lico, o evocador, o cinematogr¨¢fico. O todo a la vez. Richter en su esplendor. Patterns, si se consiente la comparaci¨®n, har¨ªa las veces de single. Era medianoche y hab¨ªa gente durmiendo, gente en apacible posici¨®n fetal, paseantes de pies descalzos, hombres abrazados a mujeres, hombres abrazados a hombres. Una extra?a sensaci¨®n de paz. Y ese raro sentimiento de participaci¨®n en una liturgia in¨¦dita: una f¨®rmula para un s¨¢bado a la noche, en pleno mes de julio, que no se parec¨ªa en nada a las que preconizaron Elton John, Tequila, Travolta o hasta el amigo Shakespeare.
Return 2 (00.22) equivale a Vivaldi en muy despacito, pero sin Luis Fonsi. Y es la primera vez que Richter abandona el escenario (los m¨²sicos disponen de camas en los camerinos), lo que quiz¨¢ constituya una se?al para que el oyente pertinaz se deje seducir definitivamente por los encantos de una cabezadita reponedora. No es el caso de este cronista, qui¨¦n sabe si por prurito profesional, porque a¨²n no ha avanzado lo suficiente la madrugada o porque Sleep no resulte tan efectivo como se?alaban cat¨¢logos y pron¨®sticos. ?Es buena o mala se?al no caer rendido? ?Buena porque, en caso de cansancio, perder¨ªamos para siempre unas cuantas p¨¢ginas de partitura o mala porque quieren doblegarnos, y hasta han analizado cient¨ªficamente las pautas de descanso de la civilizaci¨®n moderna, y ni con esas pueden con nosotros?
Reiteraci¨®n y relajaci¨®n
La sensaci¨®n es que Sleep acabar¨¢ plegando nuestros p¨¢rpados por puro agotamiento; pero m¨¢s por agotamiento musical que f¨ªsico. Porque considerar Sleep como una composici¨®n de ocho horas tiene mucho de falaz. Richter no ejerce de autor enfebrecido en la noble tarea de escribir tanta m¨²sica como el descanso ideal, y a menudo inalcanzable, para el ser humano, sino que podr¨ªa condensar su colecci¨®n de blancas, negras y corcheas en tres cuartitos de hora. El resto es reiteraci¨®n. O quiz¨¢ un indicio de que la obra termina siendo m¨¢s anodina que relajante. Y m¨¢s indicada para el Spotify del fisioterapeuta que para una larga noche de rabiosa vanguardia.
Un ejemplo. La media hora de acorde sostenido, con leves variaciones de intensidad, que da forma a Moth-like stars (01.16 a 01.45) puede servir igual para dormir, escribir o salir huyendo. A partir de las cinco de la madrugada, la repetici¨®n literal de Return 2 parece incluir un leve incremento de intensidad, como si los m¨²sicos fueran prepar¨¢ndonos, con la timidez propia de las circunstancias, que avanzamos hacia la recta final de la singladura. Y en esas acontece Space 17 (05.35), donde el quinteto de cuerda aporta una brizna de tensi¨®n, un tenue recurso al dramatismo como antesala para un final feliz.
Una de esas apps que lo fisgonea todo revela que el escribidor sucumbi¨® finalmente a la nana posmoderna entre las 3.29 y las 4.48, dicho sea con ¨¢nimo de honestidad no exculpatoria. El pasaje postrero, Dream 0 (Til break of day), es un tutti a modo de compendio, solo que este balance definitivo, acentuado por acordes del piano a ocho dedos y una nota mil veces repetida de la soprano, se prolonga durante 37 minutos y carece de acorde final. Nada de A day in the life, a la manera beatle: despu¨¦s de un tercio de d¨ªa, Sleep muere en un largu¨ªsimo decrescendo. Y el aplauso es tan un¨¢nime como amodorrado, quiz¨¢ porque la percepci¨®n sea m¨¢s de supervivencia heroica que de experiencia irrepetible.
Aturdidas las entendederas, los pabellones auditivos, las extremidades superiores e inferiores, el c¨®ccix y otras parcelas de la osamenta cuyos nombres no acertamos ya a recordar, no es extra?o que las palmas de las manos solo acierten a golpearse con recato y timidez. Le debemos alguna cabezadita, apreciado se?or Richter. Tambi¨¦n, ya iremos haciendo recuento, alg¨²n que otro desvelo innecesario.
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