Arqueolog¨ªa de la carne
El artista esc¨¦nico griego Dimitris Papaioannou presenta en Madrid su espect¨¢culo 'The great tamer'
La visita del artista esc¨¦nico griego?Dimitris Papaioannou (Atenas, 1964) a Madrid viene precedida de la bien ganada fama de su imaginario, de las invenciones pl¨¢sticas y ¡®corpogr¨¢ficas¡¯ de los Juegos Ol¨ªmpicos de Atenas de 2004 y de las m¨²ltiples ocasiones en que sus creaciones han sido plagiadas a trav¨¦s de los v¨ªdeos colgados en la red. Papaioannou se toma estas cosas con serenidad, es consciente del ef¨ªmero de miserias en que vivimos y de d¨®nde est¨¢ la verdad en estos accidentes del proceder contempor¨¢neo, repleto de tantas fealdades que el artista se mueve por esa desesperada y elevada b¨²squeda de la belleza, con su fulgor, all¨¢ donde est¨¦. No siempre la belleza es pl¨¢cida. La calma de Papaioannou viene de que ¨¦l mismo pertenece y se inspira en un arte milenario y poseedor de una arquitectura y un cosmos que a¨²n nos se?ala desde una lejana cercan¨ªa. El parnaso es un espejo donde se miran los hombres para alejarse de las bestias. Hay en The great tamer una asepsia formalista que roza el esteticismo, pero controlado, y que solamente se rompe en esas catarsis que ofertan los picos r¨ªtmicos, los momentos de respiraci¨®n m¨¢s a¨¦rea y agitada, granulado fino que formar¨¢ el mortero de la poes¨ªa subyacente, como un rito con tarja que sella la acci¨®n.
Un plano inclinado (como el suelo de los teatros italianos barrocos) coloca al espectador en la pendiente inevitable de las cosas y las personas; esa rampa est¨¢ llena de trampillas (otra vez a la manera de los teatros antiguos) y por ellas emergen hados y nacidos, s¨ªmbolos y monstruos: liberaci¨®n desde el inframundo. La primera imagen lleva al Cristo velado de Giuseppe Sanmartino que est¨¢ en la napolitana capilla Sansevero, ese sitio que tambi¨¦n es un teatro barroco, repleto de se?ales indescifrables. El espect¨¢culo de Papaioannou es barroco en el mejor sentido del t¨¦rmino, no por acumulaci¨®n, sino por contrastes. Im¨¢genes tan apabullantes como cr¨ªpticas se suceden ante el auditorio. El gran cazador en la Odisea de Homero es Ori¨®n, fugaz, incidente en los misterios. Una cari¨¢tide de aspecto arcaizante lleva sobre la cabeza la maceta de acanto (que tambi¨¦n es nombre propio), esa hoja que hizo el viaje de la tumba al capitel corintio; se cultiva el acanto como un escudo a todos los males.
Cimentaci¨®n extra?amente m¨®vil e inestable, cambiante, como si de verdad ¡°la tierra tuviera vida¡±, pues es la tierra otro personaje que sufre, grita y se manifiesta en esta obra, que abraza y expulsa, que domina y ejerce su ¡®tan¨¢tico¡¯`proceder: hay un T¨¢natos presente que rodea a los personajes, los encanta y los hace reposar cada cierto tiempo o los sumerge en una espiral de sombras. Tambi¨¦n he cre¨ªdo ver a Atlante cargando con su sino, a Palinuro perdido en su destino, en una vida direccionada que salvar¨ªa a los dem¨¢s, porque esas tablas sueltas del suelo tambi¨¦n pueden ser olas. As¨ª vemos a un Ajax que se lanza sobre las flechas en vez de sobre las armas de Aquiles, y viene a colaci¨®n la lluvia de flechas, tan presente en varias lecturas (Heracles) antiguas. Estamos entonces en una zona de reflexi¨®n intermedia, sobre Hades.
La plantilla de los 10 artistas, muy entrenados, es parte clave de este ¨¦xito. Hay que decir que lo apol¨ªneo es aqu¨ª suministrado a trav¨¦s de una sencilla selecci¨®n de los cuerpos. Las mujeres son flexible y hermosas y los hombres, muy normales, con estructuras m¨¢s est¨¢ndares que las de los bailarines al uso, tambi¨¦n arm¨®nicos y muy proporcionados (no hay nadie en el escenario con las piernas cortas, por poner un ejemplo de c¨®mo se respeta, se busca respetar, aquello de la euclidiana proporci¨®n alejandrina). Esos hombres son el centro de la acci¨®n, su eje promisorio. La estatuaria cl¨¢sica se presenta animada, sin un cors¨¦ pseudopl¨¢stico, sino en su grandeza. Cesare Brandi escribi¨® en alg¨²n sitio que el desnudo helen¨ªstico, heredero del periodo arcaico, marc¨® para siempre la elegancia de mostrar al hombre tal cual es, y que todas las invenciones posteriores pisan sobre la misma y fascinante huella. Este es el motivo de que nadie pueda substraerse indiferente ante esa imagen y es lo que Papaioannou explota con refinamiento y dotando de estrechos y precisos simbolismos esa carne que resulta, a la postre, transparente. Es all¨ª donde va a excavar el director griego, se trata de juntar las piezas de un desastre tan c¨®smico como cotidiano, y eso es una modalidad de doliente arqueolog¨ªa, de intento de ordenaci¨®n (o explicaci¨®n) del caos reinante.
?Es Narciso quien juega con el reflejo de la l¨¢mina de agua? Puede ser. Es actor-bailar¨ªn da el biotipo, es delicado y de una sensualidad blanca. A ese mismo estanque, al final, se acercar¨¢ la cari¨¢tide arcaica, con porte de vencida, a mojar sus pies. Es entonces una figura de recapitulaci¨®n, que contempla el paisaje despu¨¦s de la batalla, y recuerda vivamente a las tranquilas mujeres pintadas por Puvis de Chavannes. ?Qu¨¦ libro ve y hojea el joven desvalido? La recreaci¨®n ir¨®nica del cuadro La lecci¨®n de anatom¨ªa del Doctor Nicolaes Tulp, una obra de juventud de Rembrandt es desconcertante. En?El gran cazador la pantomima se centra en la evisceraci¨®n previa a la lecci¨®n misma, algo que no est¨¢ en el cuadro. Se trata de una c¨¦lula extempor¨¢nea al resto de la pieza de danza-teatro, una recreaci¨®n cercana al teatro de la crueldad; es una cita culta muy intencionada, brusca, que saca al espectador de un ensimismamiento brumoso (el de los mitos) y lo trae de golpe a los albores de la edad moderna. Pasa algo parecido con los cosmonautas, que recrean una escena del filme 2001 odisea del espacio de Stanley Kubrick, y que facilitan la otra cita cruel: Saturno devorando a sus hijos: somos tan peque?os y m¨ªnimos como esa representaci¨®n. El cuadro de Rembrandt es la bisagra de altura entre los referentes ¨¢ulicos o parnasianos y algo m¨¢s cercano y poderoso: todo lo que creemos saber del hombre pasa por su sangre. M¨¢s que ingeniosa la escenograf¨ªa, puede hablarse de poderoso invento, salido de la mano de Tina Tzoka, calidad que se extiende al vestuario de Angelos Mendis y a la iluminaci¨®n de Evina Vassilakopoulou; el trabajo sonoro de Stephanos Droussiotis sobre unos estrechos compases del vals En el bello Danubio azul de Johann Strauss II (o hijo), que son manipulados, extendiendo el ? a un casi exasperante y figurado ¡°tempo mosso¡± que va a ¡°morendo¡± o ¡°rallentando¡±, creando una agon¨ªa sonora que va y viene desde las tinieblas. ?Podemos llamar a Papaioannou core¨®grafo a secas? ?l prefiere otras denominaciones, y probablemente lleva raz¨®n, pues en su esfera de influencias est¨¢n Wilson, Bausch, Fabre, Fotopoulos y algunos m¨¢s, asimilados a la ¨¦pica de un discurso espectral. The great tamer se represent¨® ayer en la sala 11 de Matadero Madrid y hoy, d¨ªa 13 de julio, se vuelve a programar dentro de la programaci¨®n de Veranos de la Villa.
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