Muertos, pero no del todo
No he podido evitar tomarme como agravio personal la muerte de George A. Romero, el cineasta que dio carta de naturaleza a los zombis en la gran pantalla
1. Romero
No he podido evitar tomarme como agravio personal la muerte de George A. Romero, el cineasta norteamericano que dio carta de naturaleza a los zombis en la gran pantalla. Me enter¨¦ tarde del deceso, cuando llegu¨¦ a casa un poco tomado y renqueante despu¨¦s de una reuni¨®n de amigotes con aire acondicionado en la que los gin-tonics hab¨ªan circulado m¨¢s de la cuenta mientras discut¨ªamos con pasi¨®n casi adolescente acerca de la literatura de estos d¨ªas: entre nosotros hab¨ªa lo que Ortega llamaba vespertinos ¡ªes decir, pesimistas que creen que todo va a peor y ponen como ejemplo recientes novelas de pretendidos autores literarios ¡ª y matutinos, que declaraban con vehemencia, por ejemplo, que Gonzalo Torn¨¦ es lo mejor que le ha pasado a la novela espa?ola desde Mart¨ªn-Santos. Como no encontraba taxi, tuve que atravesar caminando la Plaza Mayor, que a esas horas de la madrugada parec¨ªa un aut¨¦ntico paisaje de la multitud que orina, con permiso de FGL. Fue ah¨ª, en medio de la elegant¨ªsima explanada en la que se hab¨ªan celebrado tantos infaustos autos de fe, donde record¨¦ entre brumas et¨ªlicas una siniestra historia que alguien me hab¨ªa contado referida a la estatua ecuestre de Felipe?III que la preside y (qui¨¦n sabe) guarda. En abril de 1931 un grupo de exaltados (?o eran surrealistas sin saberlo?) que cre¨ªa que toda la Rep¨²blica era or¨¦gano la tom¨® con la estatua ecuestre de Juan de Bolonia introduci¨¦ndole al caballo por la boca un par de explosivos. El caballo y su regio jinete saltaron en mil pedazos, lo que propici¨® un l¨²gubre descubrimiento: por el suelo yac¨ªan desperdigados miles de huesecillos de los centenares de p¨¢jaros que a lo largo de los siglos hab¨ªan entrado ¡ªcomo la dinamita¡ª por la boca del corcel, hallando una muerte horrible en su trampa de bronce. No volv¨ª a pensar en el funesto suceso hasta que, ya cansado de la caminata (como dec¨ªa G¨®mez de la Serna, de noche las calles son m¨¢s largas) y tras encontrar taxi, llegu¨¦ a casa y puse las noticias del canal 24 Horas para ver si Rajoy, Puigdemont y Antonio Garc¨ªa Ferreras hab¨ªan dimitido (no lo hab¨ªan hecho) o se hab¨ªan exiliado (tampoco): fue entonces cuando me enter¨¦ de la muerte de Romero, que por alguna raz¨®n relacion¨¦ con la historia de los pajarillos-zombis (no paro de imaginar la desesperada chiller¨ªa en aquel vientre oscuro). Pens¨¦ que Stephen King, uno de los grandes de la literatura de terror, que consideraba a Romero uno de sus cineastas de terror favoritos y hab¨ªa colaborado un par de veces con ¨¦l (recuerdo, por ejemplo, sus pel¨ªculas Creepshow o La mitad oscura), podr¨ªa utilizar la historia del caballo como motivo premonitorio de una de sus espeluznantes historias de terror claustrof¨®bico. En cuanto a Romero, finalmente me acost¨¦ con la boca pastosa y mi embotada cabeza repleta de im¨¢genes de La noche de los muertos vivientes (1968), pero no apagu¨¦ la luz de la mesilla.
2. Gioia
Ya no queda ning¨²n buen aficionado al jazz que no haya o¨ªdo hablar de Ted Gioia. Su nombre es sin¨®nimo de pasi¨®n por la m¨²sica m¨¢s genuinamente norteamericana, y sus libros, especialmente su Historia del jazz (1997), se han convertido en referencias ineludibles para quien desee entender y saber m¨¢s de esta m¨²sica, uno de los m¨¢s conspicuos legados culturales del siglo XX. La editorial Turner, que siempre ha prestado en su cat¨¢logo especial importancia a la m¨²sica en todas sus formas, y que ya hab¨ªa publicado los dem¨¢s libros fundamentales de Gioia (adem¨¢s de la ya mencionada Historia del jazz, Blues, la m¨²sica del delta del Mississippi y El canon del jazz), acaba de publicar C¨®mo escuchar jazz, un estupendo manual para principiantes (y los que no lo son) que, a su vez, constituye un ensayo personal sobre la historia y los estilos del jazz, desde sus or¨ªgenes legendarios hasta sus controvertidas ¡°fusiones¡± contempor¨¢neas. Gioia desenmascara el ¡°misterio¡± de las grandes composiciones como resultado de la mezcla infalible de inspiraci¨®n, improvisaci¨®n y t¨¦cnica, deteni¨¦ndose en temas, int¨¦rpretes e instrumentos. Y avanzando una lista ¡ªa la vez arriesgada, sugerente y discutible¡ª de la ¨¦lite de los maestros del jazz que se encuentran ¡°a principios o a mediados de su carrera¡±, y que permitir¨¢ a muchos aficionados acercarse a las tendencias m¨¢s actuales y renovar su discoteca. Un libro imprescindible.
2. Perec
Una buena amiga que regresa de Francia para torrarse en estos calores me regala los dos vol¨²menes (con su ¡°cofre¡±) de las Oeuvres de George Perec (1936-1982), recientemente publicados por La Pl¨¦iade, que con ese monumento de papel semibiblia ha convertido oficialmente al autor de Las cosas (1965, Anagrama), W o el recuerdo de la infancia (1975, Menos Cuarto) o Me acuerdo (1978, Impedimenta) en lo que ya era en la consideraci¨®n de sus lectores: un aut¨¦ntico cl¨¢sico de la literatura de la segunda mitad del siglo XX, uno de sus m¨¢s conscientes y originales renovadores, uno de sus m¨¢s ineludibles y l¨²dicos revoltosos (como tambi¨¦n lo fueron, a su manera, Joyce o Cabrera Infante o, no siempre, Juli¨¢n R¨ªos, de quien ya no se oye hablar). El regalo coincid¨ªa con una noticia aparecida estos d¨ªas en los medios franceses, seg¨²n la cual el avispado propietario del apartamento (en la calle Linn¨¦ 13, cerca del Jardin des Plantes) en el que vivi¨® el escritor los ¨²ltimos a?os de su vida lo ha puesto en venta (52 metros cuadrados; 745.000 eurillos) anunciando, entre las cualidades y prestaciones del piso, que all¨ª vivi¨® Perec. Lo que nadie explica es si en los a?os transcurridos desde su muerte hasta hoy su antigua vivienda estuvo habitada por alg¨²n oulipiano, por ver si se le pegaba algo.
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