Los retratos m¨¢s cotizados de la ¡®belle ¨¦poque¡¯
Pintar a hombres y mujeres poderosos se erigi¨® a finales del siglo XIX como uno de los m¨¢s lucrativos negocios de la historia del arte
Cuando el siglo XIX se orillaba hacia su final, un grupo de pintores que vivi¨® en esa bisagra del tiempo logr¨® transformar el retrato en una de las empresas art¨ªsticas m¨¢s rentables de la historia del arte. Giovanni Boldini (1842-1931), Abbott Whistler (1834-1903), Jacques-?mile Blanche (1861-1942), Antonio de la G¨¢ndara (1861-1917), Joaqu¨ªn Sorolla (1863-1923) y, sobre todo, el estadounidense John Singer Sargent (1856-1925) entendieron que el fin de si¨¨cle agonizaba con una promesa de fama y dinero. Descubrieron que pod¨ªan hacer fortuna sentando frente al caballete a la antigua aristocracia brit¨¢nica y a la nueva burgues¨ªa industrial y financiera que emerg¨ªa en Estados Unidos y Europa. Un agujero de gusano hacia el triunfo.
Singer Sargent ocup¨® el centro de la pol¨¦mica con solo 28 a?os cuando envi¨® al Sal¨®n de Par¨ªs de 1884 Retrato de Madame X, obra que no fue un encargo, que plasma a la esposa del banquero parisiense Pierre Gautreau, una de las bellezas de la ¨¦poca. El pintor la mostr¨® de pie, con uno de los tirantes del vestido ca¨ªdo que tras las cr¨ªticas acab¨® repintando. La piel plateada y figura desprenden la sexualidad de un greco profano. Inaceptable para la mirada burguesa.
Mucho antes de que Damien Hirst, Dal¨ª o Jeff Koons utilizasen el esc¨¢ndalo como cebo para vender, estos artistas aprendieron a transformar el ruido en dinero. Incluso el escritor ?mile Zola percibi¨® esta estrategia como un atajo hacia la fama para ¡°quien es un ni?o en edad impaciente¡±.
La historia de Giovanni Boldini recorre los l¨ªmites de esa frase. Su modelo Concha Err¨¢zuriz, hija de la acaudalada familia chilena Subercaseaux, es una cr¨ªa cuando posa para ¨¦l en 1892. La exhibe como una lolita de la belle ¨¦poque . Pinta los encajes de la falda y la carne del muslo. El Retrato de la joven Err¨¢zuriz dibuja otra provocaci¨®n.
Sargent cobraba 2.000 guineas por un retrato. Sorolla vendi¨® uno por 10.000 francos y Whistler tasa en 2.500 libras una tela del duque de Marlborough
Pero ni la estrategia de la algarada, ni el ansia de prestigio social de sus modelos justifica el ¨¦xito de un grupo de retratistas tan heterodoxo. Tuvieron la fortuna de ¡°construir sus carreras dentro de un sistema del arte que en aquellos a?os estaba evolucionando de una estructura estatal a otra internacional de galer¨ªas privadas, sociedades art¨ªsticas y grandes exposiciones mundiales¡±, reflexiona en el pr¨®logo de Retratos de la Belle ?poque (El Viso), Barbara Guidi, conservadora jefe de la Galer¨ªa de Arte Moderno y Contempor¨¢neo de Ferrara. El arte ensayaba las se?as de identidad del siglo XX y los peri¨®dicos contaban la vida de Sorolla, Sargent y Boldini con el escrutinio que hoy se dedica a los deportistas.
Sin embargo, ninguno tuvo una aceptaci¨®n comercial como la de Sargent. En 1906 el Estado brit¨¢nico paga 1.260 guineas por su Retrato de Ellen Terry como Lady Macbeth, una cantidad elevada para el que ya era uno de los artistas m¨¢s cotizados de la ¨¦poca. Hay que pensar que tan solo un a?o antes, en 1905, Retrato del pr¨ªncipe Baltasar Carlos, concebido por Vel¨¢zquez, se remata en 1.570 guineas.
El pintor estadounidense est¨¢ en el apogeo de su carrera y en los Salones se comenta que es el retratista m¨¢s caro del mundo. ¡°No es verdad. Sus precios eran comparables a los de Sorolla, Boldini, Fildes o Collier¡±, aclara Richard Ormond, sobrino-biznieto del pintor y quiz¨¢ la voz m¨¢s autorizada sobre el artista. En la d¨¦cada de 1900 cobraba 2.000 guineas por un retrato de cuerpo entero, 100 libras por un dibujo y 50 libras por las acuarelas, que rara vez vend¨ªa a particulares. ?Mucho? Boldini ped¨ªa hasta 30.000 guineas por sus retratos, Sorolla vende Mar¨ªa vestida de labradora valenciana (una imagen de su hija) por 10.000 francos y Whistler tasa en 2.500 libras una tela del duque de Marlborough. Este ¨²ltimo tiene unos precios que ¡°no eran tan exagerados como los de Boldini o Sargent¡±, admite Grischka Petri, especialista en el pintor.
Sargent entiende muy pronto la lucrativa aritm¨¦tica de retratar a hombres poderosos y mujeres bellas. Nacido en Florencia, en una familia adinerada que vive en Europa desde 1854, ejemplifica la esencia del expatriado. Viaja incesantemente: Roma, Venecia, Suiza. Aprende el oficio en el taller parisiense de Carolus-Duran (1837-1917) y all¨ª absorbe a Vel¨¢zquez como la tierra seca el agua. Visita el Prado en 1879 y copia 10 de sus cuadros. No cesa de viajar: Ronda, Granada, Sevilla, Marruecos. Nunca abandon¨® ese h¨¢bito. Ni siquiera cuando en 1886 ¡ªtras el esc¨¢ndalo de Madame X¡ª traslada su estudio a Londres en busca de clientes. El pintor avanza el desarraigo que provocar¨¢n las dos grandes guerras. Es italiano de nacimiento, estadounidense de nacionalidad, franc¨¦s de formaci¨®n y brit¨¢nico de residencia. Habla cuatro idiomas y su orientaci¨®n sexual resulta un misterio. Pero transforma su paleta en una m¨¢quina. Entre 1900 y 1907 produce 130 retratos. Mientras, la cr¨ªtica le espera en la esquina. ¡°Podr¨ªa haber sido Degas o Lautrec, pero se dedic¨® a repetir f¨®rmulas trilladas y como consecuencia de su comercialismo estaba agotado a los 30 a?os¡±, escribi¨® el cr¨ªtico Clive Bell cuando falleci¨® Sargent en 1925.
Descubrieron que pod¨ªan hacer fortuna sentando frente al caballete a la antigua aristocracia brit¨¢nica y a la nueva burgues¨ªa industrial
Esta es la idea que quieren desmontar las 80 acuarelas que la Dulwich Picture Gallery de Londres exhibe hasta el pr¨®ximo 8 de octubre. Sargent: The Watercolours es una reconciliaci¨®n con el artista. La muestra propone visitar su trabajo menos comercial. Obras sobre papel que prefiri¨® no vender. Una luminosidad l¨ªquida que capta las canteras de m¨¢rmol en Carrara o los gondoleros de Venecia. La propuesta m¨¢s avanzada de un pintor reaccionario que rechaz¨® a Picasso y Braque. ¡°Ahora es f¨¢cil criticarle. Pero en aquellos a?os la mayor¨ªa pensaba que los cubistas o los fauves eran unos chalados¡±, justifica Richard Ormond.
La llegada de esas vanguardias cambi¨® la industria del retrato. El siglo XX se desliz¨® hacia el fin de las categor¨ªas art¨ªsticas y ¡°durante nuestro tiempo el creador se libera de los encargos¡±, apunta Jo?o Fernandes, subdirector del Museo Reina Sof¨ªa. Ni Picasso ni Freud eran propensos a aceptarlos. La editora y galerista Elena Foster fue amiga del pintor brit¨¢nico. ¡°Lucian retrataba a la gente que amaba, admiraba o le divert¨ªa¡±, recuerda. Y toda la vida del genio cubista habita en sus retratos. ¡°Pero apenas nadie posaba para ¨¦l fuera de su c¨ªrculo familiar¡±, explica la conservadora Carmen Gim¨¦nez. El retrato recupera su dimensi¨®n ¨ªntima, pierde su imagen idealizada y se convierte en un arma. ¡°Picasso comienza a pintar a Olga Khokhlova [su primera esposa] como una mujer bella, pero a medida que la relaci¨®n se deteriora termina siendo un monstruo¡±, apunta Gim¨¦nez.
Hoy, pocos artistas esenciales admiten encargos. David Hockney, Thomas Struth (fot¨®grafo), Alex Katz, Luc Tuymans o Elizabeth Peyton aceptan si la propuesta viene de sus coleccionistas, amigos o de ciertas instituciones. Y mientras eso ocurre en las autopistas del arte, en sus carreteras secundarias un grupo de irreductibles a¨²n reivindica la belle ¨¦poque. Uno de sus miembros es ?Ralph Heimans. El ¨²nico artista escogido para retratar a la reina Isabel II por su jubileo de diamantes. Su pintura es un georges de la tour incendiado. Luz, colores saturados y unos precios que oscilan entre 83.000 y 278.000 euros. Trabaja como en tiempos de Sargent. Sus modelos posan durante varias sesiones, env¨ªa bocetos para su aprobaci¨®n y viaja a las lujosas casas de sus clientes para encontrar la localizaci¨®n perfecta. ¡°El mercado para mis retratos es muy exclusivo¡±, defiende Heimans. Cenizas de un mundo que se niega a desaparecer.
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