Basilio Martin Patino, el pulso emotivo de la historia

Dif¨ªcil asumir la partida de quien ha entregado tanto a la historia del cine y que retorna en cada uno de sus planos. En las ¨²ltimas semanas el cineasta de la memoria espa?ola Basilio Mart¨ªn Patino -Lumbrales (Salamanca), 1930- ha pasado por otro dif¨ªcil laberinto que lo ha llevado a despedirse en su larga enfermedad con el mismo silencio y la atenci¨®n tenaz con que montara sus pel¨ªculas, seguro de haber tenido la fortuna, en este mundo tan ajeno a la armon¨ªa, de haber logrado dar forma a sus sue?os, transmiti¨¦ndonoslos con fuerza po¨¦tica y dimensi¨®n ¨¦tica. Pero siempre con el murmullo de sus Canciones: aquellas emocionantes de posguerra (Miguel de Molina en la memoria) que se impusieron a los himnos y que ¨¦l empez¨® a recordar en los a?os sesenta con la escritora Carmen Mart¨ªn Gaite y recuper¨® ayer mismo junto con su mujer y dos amigos sin que se le pasara un sustantivo.

Su labor de director de cine lo ha llevado por medio mundo (Venecia, Aichi, Shangh¨¢i, Montpelier, Munich, Hamburgo, Nueva York, Atenas¡­) recibiendo, sin tomarlo demasiado en serio, homenajes y premios internacionales en festivales y academias cinematogr¨¢ficas como los recibidos en Espa?a (San Sebasti¨¢n, Huesca, Centro de Arte Reina Sof¨ªa, Academia de Cine, C¨ªrculo de Bellas Artes, Universidad de Salamanca¡­). La dulce mirada irreductible penetr¨® minuciosa en las incertidumbres del siglo XX, entregando su vida a observar a los contempor¨¢neos de manera obstinada con el fin de rescatar la parte oscura de nuestra historia, y encontrando el sentido de su vida desde el vapuleado cine espa?ol.

Obcecado por apurar en su incansable trabajo cada uno de los segundos de la existencia espa?ola comienza en las remotas Conversaciones de cine de Salamanca (1955) y cierra con el documental m¨¢s reciente titulado con el verso de arranque del poema de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo, que lo ha precedido, Libre te quiero (acerca del 15-M de 2011) rodado al calor del acontecimiento inaugural m¨¢s impactante de los ¨²ltimos a?os con la m¨²sica y voz de Amancio Prada.

Una cuarentena de t¨ªtulos, alguno de ellos con la colaboraci¨®n de su hijo Pablo Mart¨ªn Pascual y otros codo con codo con el cineasta-hermano Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez, se han ido sucediendo con implacable constancia desvelando la otra cara de lo real: ensayos audiovisuales, cortos, documentales con y sin carga de ficci¨®n, con cimas como Nueve cartas a Berta (1966), Canciones para despu¨¦s de una guerra (1971), Caudillo (1974), Los para¨ªsos perdidos (1985), Madrid (1987), La seducci¨®n del caos (1991), Octavia (2002), demuestran que el cine de Mart¨ªn Patino supera el desorden del mundo y el desgaste del tiempo. En esta aventura le acompa?aron, sucesivamente, los actores Emilio Guti¨¦rrez Caba, Elsa Baeza, Carlos Estrada, Luc¨ªa Bos¨¦, Charo L¨®pez, Paco Rabal, Adolfo Marsillach, Miguel ?ngel Sol¨¢, R¨¹diger Volger, Ver¨®nica Forqu¨¦, y muchos otros.

Orden¨® vivencialmente las miserias creadas por el poder de aquel franquismo que conoci¨® en la Salamanca de su infancia siendo ¨¦l hijo de un entorno cat¨®lico ilustrado, pero consciente de alterar la qu¨ªmica de aquella pompa autoritaria que detestaba en lo m¨¢s hondo de su ser. Labr¨® como un orfebre cada una de las im¨¢genes de esa nueva?corte de los milagros solidificada por el tiempo d¨¢ndole nueva hechura cr¨ªtica, plano a plano, partitura a partitura, extrayendo la materia prima de los objetos que formaban parte del deshecho de la posguerra y sus largas secuelas. Con esta extracci¨®n de mineral imaginario Mart¨ªn Patino recuperaba la emoci¨®n que la historia reciente nos hab¨ªa sustra¨ªdo y que estaba pendiente de un moroso rescate.

En su registro l¨ªrico tanto elabora di¨¢logos sentimentales nuevos destinados a la generaci¨®n del medio siglo, como psicoanaliza la pr¨¢ctica amorosa inaplazable de los a?os sesenta bajo el contexto del dolor pendiente en el proceso colectivo de un pa¨ªs que no termina de librarse de fantasmas pasados. Contempl¨® el horizonte de la Transici¨®n con ojos descre¨ªdos de extranjero ayudado por los versos de Dante o H?lderlin y la cantata esc¨¦nica de Carl Orff, pero tambi¨¦n como ni?o de Lumbrales, entre orquestinas de chotis y copla. Y ser¨¢ fiel al territorio sin fronteras de Salamanca o de Madrid en clave m¨ªtica, y del Berl¨ªn de antes y de despu¨¦s del muro: mirada sin l¨ªmites donde todo espacio se hace suyo y la pupila sube y baja por los distintos tiempos.

Lo conoc¨ª en persona, de compa?ero de mesa redonda en los a?os ochenta en Bolivia en un coloquio en La Paz sobre la Transici¨®n espa?ola ante estudiantes universitarios de alta combatividad, proclamando con voz rumorosa que hay que organizarse contra todas las dictaduras, incluidas las de extrema izquierda que ten¨ªa delante; seguimos en un coloquio con el mismo tema en la Universidad cat¨®lica de Santiago de Chile pinochetista y al rato presentar sin autorizaci¨®n su pel¨ªcula Caudillo en el cine Normand¨ªa de Santiago, ¨¦l avalado por su negra capa espa?ola; y ah¨ª mismo lo vimos lanzar un alegato contra la censura, a sabiendas de que pod¨ªamos ser interrumpidos en cualquier momento por los ¡°milicos¡±. Pero crecido junto a los l¨ªderes sindicales y los partidos de oposici¨®n que lo aclamaban, repitiendo con ejemplos diversos que los artistas saben burlar las leyes de censura por puro instinto de sus creaciones. Porque en Espa?a ya se hab¨ªa hecho.

Igualmente lo contemplo en acci¨®n en Berl¨ªn oriental sosteniendo un pulso con las autoridades de la gerontocracia ortodoxa que presid¨ªan el foro de debate, a cuenta de la libertad de la cultura y, luego, informar a nuestra traductora, convencida, de la farsa de los reg¨ªmenes autoritarios. Aquellas noches de muro me convocaba a alcanzar un s¨®tano de la avenida Unter den Linden de la entonces frontera comunista donde acababa de descubrir una discoteca de j¨®venes disidentes que beb¨ªan, discut¨ªan de pol¨ªtica y cantaban como si se hallaran en la Comuna de Par¨ªs, con los que convers¨¢bamos cada noche del sue?o de la reunificaci¨®n alemana mientras nos invitaban a brindar por la ca¨ªda del muro que toc¨¢bamos con las manos. Esa experiencia l¨ªmite, en contrapunto con la escritura de mi libro Dresde gestado al mismo tiempo, lo llev¨® a ¨¦l a buscar un protagonista alem¨¢n, R¨¹diger Volger para la pel¨ªcula Madrid, un entorno germ¨¢nico para Octavia y una reflexi¨®n contempor¨¢nea acerca del papel del arte y sus mecenas complicados en la Europa actual.

En algunos de sus rodajes ¨²ltimos me llev¨®, entre otros amigos, a compartir como extra algunos planos. Era evidente que su preocupaci¨®n por el cambio espa?ol se hab¨ªa ensanchado en los ¨²ltimos tiempos mientras dejaba aparecer con fuerza al intelectual libertario del que nunca abjur¨®. Los viejos registros magistrales que desarrollara en Canciones¡­y Caudillo tomaron forma nueva en la serie posterior Andaluc¨ªa: un siglo de fascinaci¨®n, al que pertenecen Ojos verdes o El grito del sur. Casas Viejas. Sin tab¨²es que lo frenaran, optaba por temas m¨¢s o menos arriesgados que le golpeaban la c¨¢mara y el guion, como de hecho tambi¨¦n sucedi¨® con algunos de sus compa?eros de oficio, (V¨ªctor Erice, Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n, Juan Antonio Bardem, Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez, Andr¨¦s Linares..) . Mart¨ªn Patino no se rindi¨® ante los obst¨¢culos, sino que los manejaba como parte de una tragicomedia que antes de degenerar en ¨¦pica retornaba al gui?ol, oficio propio de un anarquista convencido que siempre sal¨ªa por peteneras, es decir, por la m¨²sica medular, por el zurcido de im¨¢genes m¨¢s impactante. Esa pureza disidente ya la hab¨ªa demostrado de joven neg¨¢ndose a recoger el t¨ªtulo de fil¨®logo de Salamanca, ciudad natal con la que mantuvo querencias y distancias estrat¨¦gicas, antes de ser su amor postrero. Disidencia en lo p¨²blico y lo privado es su aviso a tres generaciones de espa?oles para cuando pretendan interpretar el pasado.

Al salir de un rodaje y transmitir el montaje de lo rodado, Basilio Mart¨ªn Patino recurr¨ªa a la jugada del ni?o que acaba de reparar en el juguete roto de un rinc¨®n para recomponerlo con otra identidad en otra dimensi¨®n excitante y veros¨ªmil, tanto o m¨¢s que el original. As¨ª volc¨® en la mesa de montar su capacidad desmitificadora, reinventada en el proceso de fascinaci¨®n, y su mirada fragmentaria cobr¨® pulso y ritmo rastreando el mundo que se ven¨ªa abajo, y del que ¨¦l era testigo y sujeto paciente, con resistencia de granito. Aun as¨ª, siempre manifest¨® que su proceso no era el de historiar, sino el de ayudar a realizar el viaje colectivo a trav¨¦s de una representaci¨®n de la materia inerte que cobraba vida en el proceso creador de las im¨¢genes liberando una parte de la secreta vida de todos.

Pasado el tiempo, realiz¨® su diagn¨®stico sin dejar la c¨¢mara. Sab¨ªa que ven¨ªa otro invierno equivalente al que templ¨® su mirada, pero no se contuvo, expresando que aunque hoy una gran parte de los creadores trabajan, por fuerza mayor o por inercia, para el escaparate, con nuevos riesgos como el de la falsificaci¨®n y la impostura, al menos, con la nueva cantera de ¡°productos¡± se puede comparar lo ¨²ltimo que aparece y que nos llega a trav¨¦s de cualquier vitrina o p¨¢gina digital nutriendo las estad¨ªsticas posibles. Y encontr¨® el hilo que le condujo a las asignaturas pendientes: Espejos en la niebla, de pura cepa salmantina, y la apuesta en sesiones de veinte horas diarias en la Puerta del Sol por el movimiento del 15-M en el que se hallaba tambi¨¦n su hija Teresa: lo que se llama un cierre delegado.

Se nos ha ido sereno en una noche que se parece a la de mayo de la copla del Madrid de posguerra con la que ¨¦l contribuy¨®, entre otras melod¨ªas, con im¨¢genes poderosas a aliviar las heridas de la memoria colectiva espa?ola, sin aceptar m¨¢s agradecimiento que poner al respetable, con ojos y con voz, y mano a mano, en la misma obra.