As¨ª suena la ¨¦poca de Lutero
El Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht ofrece una ruta sonora de siglos atr¨¢s


En el centro hist¨®rico de Utrecht conviven, en proporci¨®n desigual, iglesias luteranas (las m¨¢s) y cat¨®licas (las menos): las primeras, sobrias y monocromas; las segundas, multicolores y plagadas de im¨¢genes, s¨ªmbolos unas y otras de las creencias de sus fieles. Ir alternando entre ellas para asistir al vendaval de conciertos diarios del Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht, esquivando ciclistas con la mirada y con la cintura (esto s¨ª, a partes iguales), equivale casi a repasar la historia de la Reforma luterana, iniciada hace ahora justo 500 a?os, y de la casi inmediata Reforma cat¨®lica, que es como, con buen criterio, prefieren llamar ahora muchos historiadores a la Contrarreforma. En algunas de las iglesias protestantes de Utrecht no es dif¨ªcil ver las cicatrices de lo que Eamon Duffy llam¨® el ¡°despojamiento de los altares¡±: estatuas decapitadas, o desmembradas, frescos arrancados de cuajo de los muros. Porque la Reforma de Lutero no ser¨ªa solo religiosa: cambi¨® para siempre la faz pol¨ªtica y social de Europa, desencaden¨® violentas guerras y, como ha explicado brillantemente estos d¨ªas aqu¨ª Andrew Pettegree, habr¨ªa de marcar tambi¨¦n decisivamente el curso futuro de la imprenta.
El historiador brit¨¢nico ha hablado en el Vredenburg, sede asimismo de muchos conciertos y situado muy cerca del lugar donde Carlos V erigi¨® en 1529 una fortaleza o "castillo de la paz" (eso significa en holand¨¦s Vredenburg), que toma su nombre del tratado de paz que firm¨® Carlos el a?o anterior en Gorcum con el duque de G¨¹eldres. Pero nunca fue tal, sino un basti¨®n espa?ol desde el que defender y atacar a los rebeldes flamencos. Los habitantes de Utrecht siempre tomaron aquel baluarte imperial como un intruso, como una afrenta a su soberan¨ªa e independencia y no cejaron hasta demolerlo en 1581. El a?o antes, Utrecht hab¨ªa abrazado la Reforma luterana.
¡°Cantar, luchar, llorar, rezar¡± es el subt¨ªtulo de esta 36? edici¨®n del Festival de M¨²sica Antigua de Utrecht, pues todo ello est¨¢ presente en la m¨²sica que se hac¨ªa en Europa antes de Lutero, la que se hizo en vida del alem¨¢n y, sobre todo, la que se har¨ªa de resultas de la Reforma. Como viene siendo tristemente tradici¨®n en los ¨²ltimos a?os, el concierto inaugural del viernes fue un fiasco en toda regla en el que casi nada funcion¨® como debiera: ni el programa ?mal concebido?, ni los int¨¦rpretes ?Lorenzo Ghielmi y La Divina Armonia, mal elegidos, y con serias goteras entre sus integrantes, con dos trompistas que no dieron una a derechas? engancharon al p¨²blico, cuyos desganados aplausos finales denotaban m¨¢s resignada cordialidad que entusiasmo. El nuevo ¨®rgano barroco del Vredenburg, tan esperado, e inaugurado oficialmente en este concierto, supuso tambi¨¦n una decepci¨®n: apenas visible (no se ha suprimido ni un asiento) y demasiado peque?o para la sala, parece un buen instrumento de acompa?amiento, pero, de sonoridad y registros limitados, aun cuando se recurre al lleno, como hizo Ghielmi ostensiblemente desde el principio, deja mucho que desear como solista. Pero, en organer¨ªa, los milagros no existen y el tama?o s¨ª importa.
Refugiados en primera persona
Financiado por el Institut Ramon Llull y el INAEM, el espect¨¢culo musicoteatral interactivo Musica fugit (de Kamch¨¤tka, un grupo formado en Barcelona con Adrian Schvarzstein) convierte a los espectadores durante m¨¢s de dos horas en refugiados. Un pu?ado de actores ?trasunto de jud¨ªos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial? los llevan de ac¨¢ para all¨¢, huyendo, escondi¨¦ndose, agazap¨¢ndose. Se ocultan en s¨®tanos, cocinas, jardines traseros, se acuclillan en penumbra en chiscones, se tapan las caras con bolsos o mochilas, corren por callejuelas o por la parte baja de los canales, se api?an sentados unos encima de otros en un microb¨²s con cortinillas negras que no saben ad¨®nde les lleva. Privados de documentaci¨®n y de m¨®viles (quemados en un bid¨®n rociado con gasolina), se convierten en sombras que huyen sin tregua de un perseguidor invisible. La ficci¨®n toma visos de ser cada vez m¨¢s real, nadie habla, pero s¨ª suena m¨²sica barroca aqu¨ª y all¨¢, cercana o lejana, tocada asimismo por una cantante (Emma Kirkby) y varios instrumentistas jud¨ªos de otro tiempo. El p¨²blico, dispersado al comienzo en varios grupos, acaba sus peripecias cuando todos se re¨²nen por fin de nuevo en un garaje, donde la angustia da paso al alivio, las sonrisas, a los abrazos de confraternizaci¨®n con desconocidos que parecen haber dejado de serlo, a los bailes. Y a las l¨¢grimas de emoci¨®n generalizadas. Pero aguarda a¨²n un segundo final, en medio de un parque, todos con los ojos vendados con cintas negras y andando torpemente, trastabill¨¢ndose, hasta que la m¨²sica de Bach invita a dormir para, por fin, despertar de la pesadilla. Extinguido el j¨²bilo anterior, este ep¨ªlogo es de nuevo triste y reflexivo, como no pod¨ªa ser de otra manera, porque los refugiados reales habitan entre nosotros: aqu¨ª y ahora.
Como tambi¨¦n es habitual, pronto se enderez¨® el paso y las cosas se enmendaron s¨¢bado y domingo, tanto en los conciertos peque?os como en los de gran formato. Entre los primeros, han destacado especialmente el recital del incombustible Hopkinson Smith, extremadamente delgado, que extrae ahora de su eterno la¨²d de Joel van Lennep un sonido transparente y casi quebradizo de puro fr¨¢gil, pero que mantiene dedos y esp¨ªritu en perfecta forma; el concierto de Tasto Solo, el grupo de Guillermo P¨¦rez que, no haciendo honor a su nombre, y enriquecido en esta ocasi¨®n con una viola da gamba, un arpa y tres cantantes, ofreci¨®, como siempre, una lecci¨®n interpretativa en un programa excepcionalmente bien construido con m¨²sicas sacras y profanas de finales del siglo XV y comienzos del XVI, las nacidas en el primer tramo de la vida de Lutero; otro grupo infalible y de enorme calidad, La Morra, buce¨® en el contexto musical del papado de Leo X, el mercader de indulgencias que desat¨® las iras del reformador; Cantar Lontano y su hiperentusiasta director, el contorsionista Marco Mencoboni, recalaron tambi¨¦n en Roma, en la m¨²sica que all¨ª se hac¨ªa cuando la visit¨® el joven Lutero, y su excepcional concierto se resinti¨® solo de la ac¨²stica poco adecuada de la Pieterskerk, en la que los instrumentos, y m¨¢s si son tan sonoros como trompetas, trombones y chirim¨ªas, siempre est¨¢n de m¨¢s; Jos van Veldhoven y la Sociedad Bach Holandesa propusieron una versi¨®n mucho m¨¢s vigorosa y llena de garra que contemplativa de una de las cimas de la m¨²sica devocional barroca: el ciclo de siete cantatas Membra Jesu Nostri, de Dieterich Buxtehude; Paul van Nevel volvi¨® a ejercer de ajedrecista omn¨ªmodo con su Huelgas Ensemble, moviendo todas sus piezas con su caracter¨ªstica minuciosidad, en busca tanto de la perfecci¨®n en el dibujo de las l¨ªneas como del embelesamiento sonoro; y Olga Pashchenko, un dechado de talento, ratific¨® que no hay instrumento de tecla que se le resista, consiguiendo en un recital a medianoche disimular las carencias del nuevo ¨®rgano del Vredenburg al insuflar a todas sus interpretaciones dos requisitos esenciales: l¨®gica y tensi¨®n.
Entre los conciertos de gran formato, S¨¦bastien Dauc¨¦ y su Ensemble Correspondances dieron otra vez lustre al Barroco franc¨¦s, con un programa dedicado a la m¨²sica en la corte de Luis XIV, que no pudo mantenerse al margen de los vaivenes y sobresaltos desatados en su pa¨ªs por la Reforma: los motetes y piezas sacras de Henry Du Mont y Marc-Antoine Charpentier pueden gustar m¨¢s o menos, poseer mayor o menor entidad musical, pero es imposible interpretarlos mejor y con m¨¢s calidad vocal e instrumental. Y el domingo por la noche, Vox Luminis regal¨® una versi¨®n transparente y de hechuras casi camer¨ªsticas de la Misa en Si menor de Bach, la obra que casi un siglo despu¨¦s de ser compuesta, su primer editor, Hans Georg N?geli, describi¨® como ¡°la m¨¢s grande m¨²sica de todos los tiempos y todos los pueblos¡±. Era solo la segunda vez que escalaba el grupo belga este Everest, y los resultados de una versi¨®n muy pegada a la tierra y alejada de todo trascendentalismo, fueron deslumbrantes, con momentos dif¨ªciles de olvidar, como el segundo Kyrie, la fuga final del Gloria, el Agnus Dei que cant¨® el jovenc¨ªsimo Alex Chance (hay que apuntar este nombre) o el Dona nobis pacem final, suspendido literalmente en el aire. La ausencia de director se traduce en un pulso muy uniforme para no magnificar los riesgos, pero la inmensa calidad de instrumentistas y, sobre todo, de los 15 cantantes (dos o tres por parte) decanta claramente la balanza a favor del haber, no del debe. Carl Philipp Emanuel llam¨® a la Misa en Si menor de su padre, un ferviente luterano, la ¡°gran misa cat¨®lica¡±. Casi un ox¨ªmoron conceptual que no pod¨ªa estar ausente de un festival dedicado a las m¨²sicas de las Reformas, en plural, tan idiosincr¨¢sicas y combativas unas como otras, y que, aunque ha deparado ya tantas emociones en su primer fin de semana, no ha hecho a¨²n m¨¢s que comenzar.
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