?ltimas entradas del diario de Ricardo Piglia
La edici¨®n p¨®stuma de la tercera entrega del dietario del escritor argentino trata los a?os de su enfermedad. Babelia, que inici¨® su publicaci¨®n en 2011, adelanta nuevos fragmentos

?La marea baja
Lunes
A medianoche, cuando afloja el calor, salimos a caminar. Cruzamos la ciudad, que va envejeciendo a medida que nos acercamos al r¨ªo por el sur. En el Bajo, la costanera es bell¨ªsima. Hay parrillas con mesas al aire libre bajo los ¨¢rboles. Pescadores en la escollera, de espaldas a la ciudad, con sus ca?as y sus aparejos. Un parque de diversiones con farolitos de colores y juegos medio arruinados. ?ste es el mundo de Alrededor de la jaula y En vida, dos de los mejores libros de Haroldo Conti. Las luces lejanas de los barcos que cruzan el r¨ªo son el ¨²nico horizonte de esas historias sin salida.
Habitualmente los narradores m¨¢s l¨ªricos y m¨¢s atentos al paisaje narran el r¨ªo. Se han escrito varias obras maestras en esa l¨ªnea: Zama, de Di Benedetto; El limonero real, de Saer; Sudeste, de Conti; La ribera, de Wernicke; Hombre en la orilla, de Briante. Buscan la lentitud; tienden a narrar en presente lo que ya sucedi¨®. Algunas novelas de Conrad se mueven en esa direcci¨®n: la calma chicha es la motivaci¨®n del relato. En El coraz¨®n de las tinieblas, mientras esperan que suba la marea del T¨¢mesis, Marlow cuenta la historia. Cuanto m¨¢s profunda es la quietud, m¨¢s intensa es la narraci¨®n. La dispersi¨®n del flujo del tiempo se frena y la bajante la calma, la creciente que no llega se convierte en una met¨¢fora del arte de narrar.
Martes
Voy al dentista. Me recomend¨® usar una placa de descanso. Es una l¨ªnea de acr¨ªlico transparente ¡ªy muy firme¡ª que reproduce la parte superior de la dentadura. De ese modo al dormir no seguir¨¦ haciendo rechinar los dientes. El crujir y el casta?eteo eran signos de terror en las historietas y las novelas de aventuras que le¨ªa de chico. A la noche duermo apaciblemente y sue?o que viajo en tranv¨ªa.
Me he refugiado en la mente, en el lenguaje, en el porvenir. No puedo ya vestirme solo, as¨ª que me he hecho confeccionar una capa
Jueves
Viene a casa Fernando Kriss, un amigo de toda la vida, profesor de filosof¨ªa, inactivo, o mejor, desactivado, seg¨²n dice. Trae dos botellas de vino blanco. Compramos comida ¨¢rabe en el restaurante de la esquina y nos sentamos a comer en el patio. Sin entrar en la moda actual donde todos hacen de expertos y dan varias vueltas con la copa en la nariz antes de tomar un poco de vino, empezamos una discusi¨®n delirante sobre la diferencia entre el Chardonnay y el Chenin. Podr¨ªamos aplicar, dice Fernando en la mitad de la primera botella, a la diferencia entre los vinos la teor¨ªa de los conjuntos borrosos. Es un tipo de l¨®gica que pretende introducir silogismos no-perfectos, es decir, un conocimiento incierto y difuso. El razonamiento est¨¢ basado en experiencias similares pero no id¨¦nticas, imprecisas, digamos. Se ha casado cuatro veces. Hace un mes, su ¨²ltima mujer se fue de viaje y volvi¨® a la semana sin que Fernando se hubiera dado cuenta de su ausencia. Llama a esos acontecimientos una experiencia con los conjuntos borrosos. Por ejemplo, dice, los periodistas ocupan hoy el lugar de los intelectuales y los intelectuales se han identificado con los periodistas. T¨ªpico caso de un conjunto borroso. Algunos de los intelectuales que en la ¨¦poca de los militares apoyaron la guerra de las Malvinas han firmado ahora una solicitada defendiendo la posici¨®n de Gran Breta?a. No son oportunistas, se divierte mi amigo, son s¨®lo borrosos. Abrimos la segunda botella de vino. Al aire libre, la noche est¨¢ espl¨¦ndida.
Viernes
En octubre de 1921 Kafka entreg¨® sus cuadernos a Milena. (¡°?Has encontrado en el diario algo decisivo contra m¨ª?¡±). Lo mismo hace Tolst¨®i con Sofia, su futura mujer (y ella nunca se lo perdona), y tambi¨¦n Nabokov con V¨¦ra. En distintos momentos Pavese piensa en esa posibilidad (¡°Lo escribo para que ella lo lea¡±). En mi caso, quienes han vivido conmigo no s¨®lo leen estos cuadernos sino que adem¨¢s escriben en ellos. Unas veces hay precisiones sobre el contenido (en realidad pasamos la noche en el tren) y otras sobre la forma (?qu¨¦ sintaxis espantosa!). Nunca escondo estos cuadernos porque no hay nada que esconder. Y quien los interviene s¨®lo quiere hacer saber que los ha le¨ªdo.
Un d¨ªa perfecto
Viernes
Alguien record¨® que el atardecer no exist¨ªa como tema po¨¦tico para los griegos. Todo el m¨¦rito era para el amanecer y sus m¨²ltiples met¨¢foras: la aurora, el alba, el despertar. Reci¨¦n en Roma, con la declinaci¨®n del imperio, Virgilio y sus amigos empezaron a celebrar el ocaso, el crep¨²sculo, el fin del d¨ªa.
?Habr¨ªa entonces escritores del amanecer y escritores del crep¨²sculo? ?sas son las listas que me gusta hacer. Pero, en cambio, ahora que ha ca¨ªdo la noche y me alumbra una vieja l¨¢mpara me gustar¨ªa rememorar un sentimiento ligado a la puesta de sol. ?C¨®mo podr¨ªamos definir un d¨ªa perfecto? Tal vez ser¨ªa mejor decir: ?c¨®mo podr¨ªa yo narrar un d¨ªa perfecto?
?Para eso escribo un diario? ?Para fijar ¡ªo releer¡ª uno de esos d¨ªas de inesperada felicidad?
Antes, cada dos por tres entraba en una pol¨¦mica p¨²blica. Ahora no le encuentro sentido a ese murmullo incesante de opiniones
La ca¨ªda
Hoy me he vuelto a caer, acontecimiento siempre sorprendente y est¨²pido, me levant¨¦ trabajosamente. En la cama, dificultades demoniacas para sentarme, luego busco en el ropero el pantal¨®n y al girar caigo. Carola alucina, el portero sube. ¡°No se preocupe, don Emilio¡±, me dice, llega con el joven mucamo que recibe a los clientes de Deborah, la travesti que atiende en el piso 3. Entre los dos me ayudan a volver a la vida.
Martes
Morir es dif¨ªcil, algo me sucede, no es una enfermedad, es un estado progresivo que altera mis movimientos. Esto no anda. Empez¨® en septiembre del a?o pasado, no pod¨ªa abrochar los botones de una camisa blanca.
Lunes
Vendo mi biblioteca, necesito espacio. Conservo s¨®lo 500 libros, la biblioteca ideal, con esa cantidad se puede trabajar. He empezado a declinar inesperadamente. No hay que quejarse.
S¨¢bado 5
Mi vida depende ahora de la mano derecha, la izquierda empez¨® a fallar en septiembre despu¨¦s de que termin¨¦ el programa de televisi¨®n sobre Borges. Me sucedi¨® en ese momento, pero no a causa de eso. Los m¨¦dicos no saben a qu¨¦ se debe. El primer s¨ªntoma fue que no pod¨ªa hacer movimientos finos, los dedos ya no me obedec¨ªan.
Lunes
La mano derecha est¨¢ pesada e ind¨®cil pero puedo escribir. Cuando ya no pueda¡
Siento que crece en el cuerpo un hormiguero, una batea. Quiero estar seguro antes de anotarlo. Escrupuloso hasta el fin.
Siempre quise ser s¨®lo el hombre que escribe.
Me he refugiado en la mente, en el lenguaje y en el porvenir. No puedo ya vestirme solo, as¨ª que me he hecho confeccionar una capa, o mejor, una t¨²nica que me cubre el cuerpo c¨®modamente, con dos lazos para atarla. Tengo dos atuendos; mientras uno se lava, uso el otro, son de lino color azul, no necesito nada m¨¢s.
La enfermera meretriz puede entrar en el cuarto a cualquier hora, mientras yo, entre los pliegues de la cama, miro la ciudad por la ventana.
El papagayo en una jaula.
La silla de ruedas, el andar mec¨¢nico, el cuerpo met¨¢lico.
La enfermedad como garant¨ªa de lucidez extrema.
Una dolencia pasajera.
Para no desesperar, he decidido grabar algunos mensajes en voz alta en una diminuta grabadora digital que reposa en el bolsillo alto de mi capa, ?o de mi caparaz¨®n?
Si uno puede usar su cuerpo, lo que dice no importa.
El genio es la invalidez.
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Autor: Ricardo Piglia.
Editorial: Anagrama (2017).
Formato: versi¨®n Kindle y tapa blanda (296 p¨¢ginas).
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