Un dolor que no caduca
La serie documental 'The Keepers' trata del tiempo que necesitan las personas heridas para denunciar su trauma
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?Lo servimos al momento! As¨ª lo promete la publicidad en la sociedad de la impaciencia. Lo da?ino de esa anhelada inmediatez es que est¨¢ acabando con nuestra capacidad de ser pacientes, ese desfasado ant¨ªdoto natural contra la ansiedad. Todo se conjura para debilitar un mecanismo de defensa que a los ni?os antiguos se nos hac¨ªa ejercitar a diario, pero est¨¢ visto que hasta a nosotros que crecimos en una sociedad con menos est¨ªmulos se nos ha quedado fofo el m¨²sculo de la paciencia. Igual que queremos el libro o la compra a domicilio sin demora, borramos de inmediato el estr¨¦s con un ansiol¨ªtico, cuando nuestra naturaleza no est¨¢ preparada para esas prisas.
El s¨ªntoma de la ansiedad puede enmascararse pero el dolor no prescribe. De eso trata, en gran parte, la serie documental The Keepers, del tiempo que necesitan las personas heridas para denunciar su trauma, y del tiempo que se toman ciertas instituciones para reconocer que algunos de sus miembros causaron da?os terribles que podr¨ªan atenuarse si se asumiera la responsabilidad y se pidiera perd¨®n. En 1969, en la ciudad de Baltimore, desapareci¨® la hermana Cathy Cesnik, una joven profesora que daba clase de literatura en el instituto femenino Arzobispo Keough. Encontraron su cad¨¢ver meses despu¨¦s, en un vertedero: hab¨ªa sido vejada y asesinada. El caso conmocion¨® a las alumnas porque Cesnik era una de esas profesoras que provocan adoraci¨®n y crean escuela. Nunca la olvidaron. Tanto es as¨ª que dos de sus alumnas, hoy cercanas a los 70, se pusieron a investigar por su cuenta para esclarecer un caso que la polic¨ªa no estudi¨® con el debido celo. Establecieron una conexi¨®n asombrosa: alrededor de la fecha del asesinato de Cesnik se produc¨ªan abusos sexuales en el despacho del consejero espiritual del instituto, el padre Maskell. La primera alumna que se atrevi¨® a denunciarlo, Jean Hargadon, no hizo p¨²blico su nombre hasta 2014. A partir de ese momento, cerca de cuarenta de aquellas chicas se fueron agrupando en torno a nuestras investigadoras aficionadas, que resultaron ser m¨¢s perspicaces que la polic¨ªa. En estos momentos, cobra fuerza la teor¨ªa de que un hombre o varios, capitaneados por el cura, se quitaron de en medio a la monja, porque ten¨ªan la certeza de que una alumna le hab¨ªa informado de lo que estaba ocurriendo y esta estaba a punto de denunciarlo. Hab¨ªa m¨¢s personajes implicados: las aterrorizadas mujeres cuentan que el padre Maskell invitaba en ocasiones a otros curas y a alg¨²n polic¨ªa a participar del abuso.
El documentalista Ryan White sab¨ªa del caso Cesnik por su madre y su t¨ªa, que hab¨ªan estudiado en el instituto, ya que el asesinato no resuelto de la monja siempre rond¨® la memoria de las estudiantes. Y como si el esp¨ªritu de la profesora velara como un alma en pena por todas las ni?as a las que hab¨ªa ense?ado literatura, cincuenta a?os despu¨¦s, al tirar del hilo del crimen han ido saliendo las atrocidades que ocurr¨ªan en hora escolar, en aquel despacho al que acud¨ªan las chicas cuando el padre Maskell reclamaba a una u otra por el altavoz. El dolor no prescribe, a pesar de que 25 a?os es el plazo que la ley estadounidense estipula para que se denuncie un delito. Pero muchas de las que prestan testimonio, tambi¨¦n alg¨²n anciano puesto que Maskell fue trasladado a un centro masculino y abus¨® tambi¨¦n de ni?os, son ancianos que reprimieron su memoria durante a?os para hacer soportable la vida, ser capaces de amar, tener hijos, concentrarse en un trabajo.
De pronto, cuando el esfuerzo que les exigi¨® la vida se relaja, ven un d¨ªa en televisi¨®n algo que les recuerda al monstruo y a partir de ah¨ª el dique que contiene esa parte de la biograf¨ªa censurada comienza a agrietarse. As¨ª lo sinti¨® la v¨ªctima que vertebra el documental, Jean, asombrosamente parecida a Glenn Close, dotada de un discurso sincero y directo, que llega a contar que un cura la llev¨® hasta el vertedero donde se pudr¨ªan los restos de la monja para advertirle: esto es lo que le sucede a las chicas que hablan demasiado.
La archidi¨®cesis de Baltimore respondi¨® a la defensiva a este documental que se estren¨® en mayo y que ha sido considerada la serie del a?o. En la p¨¢gina de la iglesia, una frase escueta: ¡°The Keepers es ficci¨®n¡±. Reconocen que hubo abusos, de hecho llegaron a acuerdos de compensaci¨®n con algunas v¨ªctimas, pero no quieren aparecer como encubridores del delito. Frente a esa actitud decepcionante, los testimonios terribles de tantas v¨ªctimas, que no hablaron mientras suced¨ªa porque estaban muertas de miedo, que callaron luego por pura supervivencia. Hoy son ancianas, ancianas valerosas, que verbalizan el horror porque sienten la necesidad de que los culpables sean se?alados aun despu¨¦s de muertos como el padre Maskell.
En cuanto a nosotros, los espectadores, es un acto de reparaci¨®n que las escuchemos. Hay historias que precisan tiempo, 50 a?os, pero observamos que el dolor es terco, brota intacto de los labios de las v¨ªctimas. No es un dolor de usar y tirar.
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