M¨¢s que diferentes
Con la visita de Leif Ove Andsnes y Yevgueni Kissin, Madrid ha sido algo parecido a la capital mundial del piano
El uruguayo Quint¨ªn Cabrera cantaba hace a?os por los bares y locales de Madrid aquello de ¡°?Qu¨¦ vida tan diferente la m¨ªa y la suya, Se?or Presidente!¡± Tras ver y escuchar en el Auditorio Nacional en d¨ªas contiguos a Leif Ove Andsnes y Yevgueni Kissin, nacidos con unos pocos meses de diferencia en 1970 y 1971, respectivamente, la primera parte de la exclamaci¨®n, entendiendo ¡°vida¡± en el sentido m¨¢s amplio posible, parece pintiparada para glosar brevemente sus dos conciertos: cuesta imaginar a dos seres humanos, y dos grandes pianistas, m¨¢s diferentes.
Obras de Sibelius, Widmann, Schubert, Beethoven y Chopin.
Leif Ove Andsnes (piano).
Obras de Beethoven y Rajm¨¢ninov.
Yevgueni Kissin (piano).
Auditorio Nacional, 24 y 25 de octubre.
De entrada, el programa de uno y otro. Andsnes ha confeccionado uno extremadamente original, que conten¨ªa aut¨¦nticas rarezas, como cinco piezas de Jean Sibelius o una composici¨®n de J?rg Widmann (perteneciente a su misma generaci¨®n y quiz¨¢s el compositor vivo m¨¢s interpretado y demandado de la actualidad) inspirada en Schubert, presente a su vez al final de la primera parte con sus Drei Klavierst¨¹cke, tocadas superlativamente por el noruego. En la segunda, una sonata de Beethoven (¡°La tempestad¡±) y dos piezas de Chopin. Kissin, en cambio, opt¨® por una sola obra en la primera parte (la monumental ¡°Hammerklavier¡±, tambi¨¦n de Beethoven), contrapuesta a una selecci¨®n de doce breves Preludios de Sergu¨¦i Rajm¨¢ninov en la segunda.
Andsnes, decidido a renovar el anquilosado formato del recital, sali¨® a tocar con un traje gris; Kissin, con esmoquin y pajarita, como siempre. El noruego camina hacia al piano y saluda como una persona normal y corriente, afable, modesta, cercana; el ruso, con un reguero de tics, anda como robotizado y repite mec¨¢nicamente los mismos gestos hier¨¢ticos, incluso cuando habla, como si estuviera preprogramado. El primero lleva a?os casado y tiene tres hijos; el segundo ha contra¨ªdo matrimonio hace tan solo unos meses con una amiga de la infancia. Andsnes vive en Bergen, en su Noruega natal, mientras que Kissin se ha mudado a Praga. En su festival de Rosendal, Andsnes hace m¨²sica de c¨¢mara y se mezcla con todo el mundo como uno m¨¢s; Kissin parece habitar en su propio planeta (su concierto tuvo que empezar media hora m¨¢s tarde de lo habitual para poder acomodarse a sus f¨¦rreas costumbres de ensayo) y no parece el m¨¢s accesible, ni asequible, de los humanos.
Lo m¨¢s f¨¢cilmente comparable, claro, son las sonatas de Beethoven que tocaron ambos. La de Andsnes marc¨® el momento m¨¢s alto de su recital, sobre todo el contenido y magistralmente graduado Allegretto final, que bastar¨ªa por s¨ª solo para considerarlo uno de los mejores pianistas actuales. El noruego tiene una idea muy clara, y muy honda, de esta m¨²sica y sabe c¨®mo plasmarla en sonidos. Kissin empez¨® estamp¨¢ndose contra el muro de la ¡°Hammerklavier¡±, una obra no escrita desde el piano, sino contra el piano. Casi nada de lo que hizo en los dos primeros movimientos tuvo inter¨¦s: r¨¢fagas incesantes de notas inmaculadamente tocadas, pero desprovistas de direcci¨®n, de sentido, de hechura, del sonido adecuado, y sin que los silencios tuvieran tampoco su significado trascendental: recordaba en todo a la tambi¨¦n fallida Sonata ¡°Waldstein¡± que toc¨® en 2014 en esta misma sala.
En el Adagio, donde Beethoven se transmuta de tit¨¢n en monje, Kissin empez¨® por fin a habitar poco a poco esta m¨²sica que parece desligada de cualquier soporte espaciotemporal, impregn¨¢ndose al menos en parte de su ser ¨²ltimo. La fuga final fue otro dechado de virtuosismo (?qu¨¦ trinos, qu¨¦ superposici¨®n de voces, qu¨¦ escalas, qu¨¦ acordes!), pero el muro, inescalable para tantos, segu¨ªa estando ah¨ª. Beethoven, el m¨¢s humano de los compositores, parece seguir siendo territorio hostil para el menos humano de los pianistas.
Andsnes, con demasiadas butacas vac¨ªas en el Auditorio para un artista de su talla, toc¨® fuera de programa obras de Chopin y Sibelius (su Impromptu op. 5 n¨²m. 5). Kissin, ante el p¨²blico enfervorizado y ebrio de propinas que llenaba la sala, toc¨® hasta seis (un estudio de Scriabin, una bagatela de Beethoven, valses de Chopin y Brahms, y su propia Toccata, con fuertes aromas de Gershwin), alargando generosamente su recital hasta muy tarde en un clima de apoteosis. Andsnes, en fin, de sonrisa f¨¢cil y franca, parece felizmente apegado a la vida. Kissin, en cambio, escribi¨® ya siendo un ni?o el epitafio que habr¨ªa de leerse en su tumba: ¡°Aqu¨ª yace Yevgueni Kissin, hijo del pueblo jud¨ªo, un siervo de la m¨²sica¡±. Durante 48 horas al menos, con la visita de estos dos genios situados en las ant¨ªpodas uno del otro, Madrid ha sido algo parecido a la capital mundial del piano.
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