En la mente del asesino
Para matar no es preciso una mente privilegiada sino crueldad, falta de empat¨ªa y una tendencia patol¨®gica a obtener placer con el sufrimiento de otros
Que el repugnante Charles Manson pueda provocar alg¨²n tipo de fascinaci¨®n pop no es producto de una sociedad enferma, como se suele afirmar, sino de una suerte de romanticismo idiota que pulula en torno a los asesinos concedi¨¦ndoles m¨¢s misterio del que tuvieron. En general, este tipo de asesinos cuyos cr¨ªmenes no responden a impulsos sino a patrones largamente acariciados desde la adolescencia no suele gozar de una inteligencia superior. Un cociente medio basta para perpetrar su haza?a y, a pesar de que tarden en ser apresados, para matar no es preciso una mente privilegiada sino crueldad, falta de empat¨ªa y una tendencia patol¨®gica a obtener placer con el sufrimiento m¨¢ximo de otros, algo dif¨ªcil de entender hasta para los psic¨®patas que no matan, que los hay. Los expertos en la materia se esfuerzan en desmentir lo que la ficci¨®n se empe?a en afirmar. Revisitada con racionalidad, El silencio de los corderos, de Jonathan Demme, es una patochada de tal calibre que al segundo visionado ya se aproxima a la pura comedia: la mente del Lecter interpretado con iron¨ªa y talento por Anthony Hopkins es tan alambicada que m¨¢s se parece a un Houdini que a un malvado en la vida real. Eso es lo que intentaba explicar el antrop¨®logo canadiense Elliot Leyton cuando escribi¨® Cazadores de humanos: desmontar con rigor cient¨ªfico las fantas¨ªas que tantos argumentos han proporcionado a la ficci¨®n y al periodismo y escarbar en esas razones de orden social que conducen a preguntarse por qu¨¦ siendo tan escaso el n¨²mero de asesinos en serie un buen porcentaje de ellos se concentra en los Estados Unidos.
Leo en la revista The New Yorker el sorprendente reportaje dedicado a Thomas Hargrove, un tipo que consider¨® la idea de valerse de los m¨¦todos de las ciencias sociales para practicar el periodismo, y de ser reportero de sucesos acab¨® organizando un archivo monumental de asesinos y v¨ªctimas de su pa¨ªs: 751.785 registrados desde 1976. Hargrove cre¨® un algoritmo que ayudara a la polic¨ªa a relacionar la naturaleza de ciertos cr¨ªmenes, con el fin de detectar la presencia de asesinos que obedecieran a un patr¨®n en sus fechor¨ªas. Como suele ocurrir, y esto s¨ª que parece de pel¨ªcula, la polic¨ªa desconfi¨® de la sabidur¨ªa del viejo reportero, pero acab¨® siendo fiel a la ¨¦pica del cine americano: el mapa criminal de Hargrove se ha convertido en una herramienta ¨²til.
Dado que la naturaleza de los asesinos en serie les conduce a repetir un mismo esquema de elecci¨®n, secuestro y rituales con sus v¨ªctimas, la estad¨ªstica viene a ser la mejor compa?era para la resoluci¨®n de un caso. El archivero sabe que los asesinos m¨²ltiples suelen elegir para matar un lugar distanciado de su casa para no ser reconocidos, pero no tan lejano como para sentirse perdidos. Cada a?o, cerca de cinco mil personas matan a alguien y no son detenidos, y un porcentaje no desde?able de estos asesinos han matado ya antes. Sus tendencias est¨¢n primorosamente clasificadas: los ¨¢ngeles de la muerte que asesinan enfermos, los misioneros que acaban con personas que consideran inmorales, los perseguidores de ni?os¡ No se trata de un estudio psicol¨®gico sino num¨¦rico, pero los n¨²meros son prodigiosos desvelando inc¨®gnitas.
Donde s¨ª se habla de la psicolog¨ªa de estos practicantes de la maldad es en la hipn¨®tica serie Mindhunter, que cuenta en su primera temporada c¨®mo en los a?os 70 dos agentes de la Unidad de An¨¢lisis de Conducta del FBI, Ford y Tench, imaginaron que entrevistando a este tipo de criminales, que se iban a pudrir entre rejas o pasaban sus ¨²ltimos d¨ªas en el corredor de la muerte, podr¨ªan establecer esquemas de conducta que sirvieran para prevenir asesinatos. Resultaba chocante e innecesariamente generoso que alguien pensara en conceder un minuto de atenci¨®n a esos monstruos que hasta los dem¨¢s presos rechazaban, pero los detectives, interpretados por Jonathan Groff y Holt McCallany, no se desalentaron y a fuerza de jugar a la complicidad con estos reclusos lograron que confesaran cu¨¢les fueron los pasos desde el simple deseo de matar a la acci¨®n criminal.
Lo m¨¢s destacable de la serie es, sin duda, su falta de afectaci¨®n. Se agradece. En un asunto tan escabroso como el de la ritualidad del crimen es f¨¢cil dejarse llevar por el efectismo, la muestra imp¨²dica de la sangre, las amputaciones, los aplastamientos o las huellas de una violaci¨®n, sin embargo, el director David Fincher sabe tratar la crueldad del asesino y la vulnerabilidad de la v¨ªctima sin necesidad de que el espectador se tape los ojos a cada momento. Todos los asesinos son hombres, algo que responde a la pura estad¨ªstica: los varones matan diez veces m¨¢s que las mujeres, pero la presencia femenina es constante, ya que buceando en las biograf¨ªas de estos personajes se revela la falta de cari?o y atenci¨®n de la madre. Tambi¨¦n el maltrato del padre. No disculpa el crimen pero responde a un hecho cierto. Tambi¨¦n est¨¢ muy presente la soledad extrema, la falta de cohesi¨®n social. Lo que retrat¨® Hopper, s¨ª, lo que Hitchcock copi¨® a Hopper, s¨ª. Y lo que Perkins interpret¨®.
Babelia
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