Navidad en la c¨¢rcel
Las madres, siempre fieles. De ah¨ª esa mitificaci¨®n del preso hacia la madre

Entregamos los m¨®viles en la garita de entrada y esperamos nuestro turno junto a los familiares. Madres y novias, sobre todo. Madres y esposas. Mujeres en su mayor¨ªa. Entramos recorriendo un pasillo, tan largo que parece un t¨²nel. El patio queda a la derecha. Patio es una de las palabras m¨¢s evocadoras de nuestra lengua, pero el patio de la c¨¢rcel es un espacio desarbolado, desabrido, desangelado. La ¨²ltima vez que estuve fue en verano. El fr¨ªo lo vuelve todo m¨¢s inh¨®spito. El fr¨ªo presenta la vida en crudo. Trato de imaginar en qu¨¦ se detienen los ojos cuando se pasea a diario por un espacio vac¨ªo entre cuatro muros. ?Son los recuerdos los que inundan la mente o es m¨¢s consolador perderse en un futuro que ha de llegar dentro de cu¨¢nto, de cuatro, de seis, de ocho a?os?
Qu¨¦ pronto se anima la buena gente que se mueve a diario en libertad a desearle a un condenado varios a?os m¨¢s de reclusi¨®n. Cualquier condena es rid¨ªcula cuando se es libre; sin embargo, al entrar en una c¨¢rcel, aunque sea de visita, percibe uno la espesura amorfa del tiempo. Esto es el Purgatorio, en el mejor de los casos. El otro d¨ªa escuch¨¢bamos en la SER a la ex directora general de prisiones, Mercedes Gallizo, decir que la vieja frase, ¡°que se pudra en la c¨¢rcel¡±, se ha transversalizado. Ahora la pronuncia de la derecha a la izquierda, seg¨²n el delito en cuesti¨®n nos ofenda m¨¢s o menos. Tambi¨¦n afirmaba, con inusitada valent¨ªa para el signo de los tiempos, que muchos de los que est¨¢n dentro bien podr¨ªan estar fuera si las condiciones sociales les hubieran sido favorables.
Acompa?o en esta fr¨ªa ma?ana de s¨¢bado a los voluntarios de LOVA (La ?pera como Veh¨ªculo de Aprendizaje). Llevan a?os desembarcando en centros educativos o sociales para ense?ar a ni?os o a presos a levantar un proyecto musical. Ense?an a hacer. Crean compa?¨ªas eventuales donde unos ser¨¢n t¨¦cnicos y otros artistas. Como en el teatro. Hoy venimos a ver la obra creada por los presos del m¨®dulo terap¨¦utico de Madrid III, en Valdemoro. El profesor jubilado Miguel Gil ha ido gui¨¢ndolos desde hace meses para que hoy se atrevan a salir al escenario a representar la obra Vaya corte. Miguel es uno de esos maestros vocacionales e incombustibles que siguen prestando servicios a la comunidad mientras otros estar¨ªan descansando de la esforzada vida de la ense?anza. Hoy viene de p¨²blico y se sienta a mi lado en el patio de butacas, nervioso, como si fuera un padre en una funci¨®n escolar. Todo el mundo est¨¢ inquieto. Es un d¨ªa grande.
La obra cuenta los problemas de una comunidad de vecinos pero inevitablemente los temas que les han abocado a su condena surgen: la droga, el descontrol, los celos, el paro, el dinero f¨¢cil. Cada uno de los actores goza de un par de minutos de gloria musical. J¨®venes en su mayor¨ªa, chicarrones casi todos, se transforman de pronto en seres vulnerables que temen tanto hacer el rid¨ªculo como no estar a la altura de lo que han ensayado. Cuatro muchachas de un coro g¨®spel se han prestado a hacerles los coros y la mezcla entre la falta de pericia de ellos y la profesionalidad de ellas tiene un efecto chocante y luminoso. Es algo que, de pronto, transforma el ambiente y lo inunda de optimismo. Es el efecto milagroso de la m¨²sica. A veces se dir¨ªa que es un rap; otras, un blues, y en ocasiones un reggaet¨®n. Es como si se hubieran inventado un ritmo a su medida. Cualquier actor sabe lo que cuesta una noche de estreno exponerse en cuerpo y alma. Porque en escena hay que poner lo m¨¢s ¨ªntimo, el f¨ªsico, eso que parece que siempre est¨¢ a la vista hasta que nos subimos a un escenario y lo sentimos desnudo. Usted, que me est¨¢ leyendo y s¨®lo actu¨® en una funci¨®n escolar, h¨¢gase a la idea. Imagine por un momento cu¨¢nto valor ha de reunir aquel que tal vez no ha verbalizado en su vida lo que siente y piensa, y teme ver mermada su masculinidad o distorsionada la imagen que los dem¨¢s tienen de ¨¦l.
Aplaudimos. En el escenario, ahora, saludando, todo el m¨®dulo. Aplauden las madres por amor. Son las siempre fieles. Las que nunca fallan. De ah¨ª esa mitificaci¨®n del preso hacia la madre y la soledad desesperada de quien carece de su consuelo. Aplauden los voluntarios, y tambi¨¦n yo, que confirmo el poder terap¨¦utico del teatro. La sala se va despejando. Este ser¨¢ el ¨²nico d¨ªa de Navidad en que habr¨¢ un almuerzo com¨²n para presos y familiares. A la salida, recogemos nuestros m¨®viles. Volvemos al mundo. Y mientras vamos abandonando el paisaje desolado que circunda la c¨¢rcel pensamos en aquellos otros, los libres de pecado, a los que cualquier pena parece poca. No saben lo canalla que es el tiempo: vuela para los felices y se estanca pegajoso y cruel para quien no posee la llave que abre y cierra su casa.
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