Restauraciones excesivas para hacer caja en los museos
La presi¨®n del p¨²blico, que demanda obras "agradables", y el precio de las piezas llevan a una intervenci¨®n exagerada
?Qu¨¦ muestran los grandes museos? ?La realidad o un trampantojo? Una estimaci¨®n razonable bien podr¨ªa ser que el 20% de lo que vemos es restauraci¨®n. A?adidos y retoques que sustituyen, con mayor o menor acierto, partes de la obra original. Un relato oculto entre el dinero y la historia.
A comienzos del siglo XX, los conservadores del Museo del Hermitage de San Petersburgo transfirieron sistem¨¢ticamente los paneles renacentistas a lienzo. Un proceso que sacrific¨® grandes zonas de la pintura original. Esta informaci¨®n se omite al p¨²blico. Ya en 1556, el pintor e historiador del arte Giorgio Vasari (1511-1574) advirti¨® que La ¨²ltima cena (1497) de Leonardo da Vinci estaba ¡°arruinada¡±. Casi el 80% de lo que hoy resiste en Santa Maria delle Grazie de Mil¨¢n es ajeno a la mano del genio. Que miles de personas se empe?en todos los a?os en verla representa el triunfo del marketing sobre el arte. ?Y qu¨¦ permanece de los colores brillantes, los detalles o las veladuras con los que Leonardo visti¨® a la Mona Lisa? Pese a su cansancio nadie imagina que deje de exhibirse. El Louvre calcula que el 80% (5.920.000 personas) de las visitas que llegan al museo acuden en primer lugar a ver esa dama retratada en una tabla de ¨¢lamo. A 17 euros por entrada, la Gioconda aporta anualmente unos 100 millones.
Desde luego es una ilusi¨®n pensar que las obras deban verse siglos despu¨¦s igual que salieron de los talleres de los artistas. ¡°El tiempo tambi¨¦n pinta¡±, escribi¨® Goya. Sin embargo, incluso el genio aragon¨¦s tuvo sus cuitas con los retoques. En una carta dirigida a Pedro Cevallos, Primer Secretario de Estado de Carlos IV, que conserva el Archivo Hist¨®rico Nacional, se queja (¡°cuanto m¨¢s se toquen las pinturas con pretexto de su conservaci¨®n m¨¢s se destruyen¡±) de la restauraci¨®n a la que los conservadores sometieron en 1801 al cuadro La muerte de S¨¦neca (1612-1615), de Rubens.
Pero vivimos en la era del turismo de masas y los museos necesitan atraer visitantes, hacer caja. Y esto se consigue con obras brillantes, limpias, casi como nuevas. Nadie quiere ver barnices oscuros ni p¨¦rdidas. Solo hay que fijarse en las vedutas de Canaletto: todas, milagrosamente, siguen conservando sus infinitos detalles. ¡°A veces parecen pasadas por un rodillo¡±, ironiza Mar¨ªa Jos¨¦ Ruiz-Ozaita, directora del Departamento de Restauraci¨®n del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Ese sentido de lo perfecto es hoy una urgencia. ¡°El visitante quiere ver las obras lo m¨¢s agradables posible, quiere contemplar los grandes iconos y disfrutarlos al m¨¢ximo¡±, reconoce Ubaldo Sedano, responsable de Restauraci¨®n del Museo Thyssen. ¡°Si las piezas est¨¢n en mal estado el disfrute se reduce bastante porque las faltas provocan que centremos en ellas la mirada¡±. ?Pero d¨®nde est¨¢ el l¨ªmite entre conservar y alterar?
Aqu¨ª, como en todo, existen escuelas. La mediterr¨¢nea (Francia, Italia, Espa?a) es menos intervencionista de lo que fue la anglosajona, ¡°que llegaba hasta el fondo, casi a la pintura original¡±, relata Manuela Mena, jefa de conservaci¨®n de Pintura del Siglo XVIII y Goya del Prado. Es una opci¨®n entre miradas. ¡°Hay restauradores que prefieren mostrar solo las partes originales de la pintura y dejar las p¨¦rdidas sin tocar. Pero esto a veces reduce la obra a la condici¨®n de reliquia¡±, advierte Robert Simon, uno de los propietarios originales del Salvator Mundi (alrededor de 1500), de Leonardo de Vinci. En principio, la linde es clara. ¡°Es necesario conocer al m¨¢ximo tanto la pieza como al artista: si enrollaba los lienzos, si barnizaba¡±, aconseja Mar¨ªa Jos¨¦ Ruiz-Ozaita.
Sin embargo, la verdadera frontera la tiende la historia y el dinero. Las colecciones din¨¢sticas (El Prado, Uffizi) conservan con m¨¢s fidelidad sus obras que aquellas que proceden del mercado del arte (Getty, National Gallery de Washington, Frick). ¡°Las instituciones estadounidenses al tener mucho menos patrimonio han comprado bastantes piezas en el mercado y quieren exhibirlas de forma atractiva, lo que ha provocado intervenciones innecesarias¡±, alerta Ubaldo Sedano. Es una ley no escrita. Cada vez que una pintura cambia de manos, se limpia, se ¡°restaura¡±; se altera. Este malabarismo provoca que aumente ¡°el riesgo de da?arla si la restauraci¨®n no resulta adecuada en un mundo en el que existen buenos y malos profesionales¡±, reflexiona Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauraci¨®n y Documentaci¨®n T¨¦cnica del Museo del Prado. Y a?ade: ¡°Si una obra se recupera en exceso pierde su capacidad de comunicaci¨®n y tambi¨¦n su sentido; el restaurador no tiene que aportar nada¡±.
Esa l¨®gica choca contra la perseverancia de los intereses econ¨®micos en un momento en el que los Maestros Antiguos regresan a los r¨¦cords. La venta por 382 millones de euros del Salvator Mundi ha intensificado el debate sobre qu¨¦ exhiben los museos. La tabla, que ir¨¢ al Louvre Abu Dabi, estaba en p¨¦simo estado (repintes, grietas, p¨¦rdida de pintura original), pero tras dos a?os en las manos de la conservadora Dianne Modestini emergi¨® ¡ªen cierta manera¡ª radiante. Tanto brillo incendi¨® la suspicacia. Incluso de alguien tan pausado como Thomas Campbell, exdirector del Met de Nueva York. ¡°?Pulgada por pulgada, Modestini debe de estar entre los artistas vivos m¨¢s caros del mundo!¡±, ironiz¨® en Instagram. La restauradora escurre el debate. ¡°Respecto a los da?os de la tabla, Christie¡¯s [la sala que subast¨® la pintura] ya public¨® en el cat¨¢logo una imagen del proceso de limpieza¡±, zanja por correo electr¨®nico. En principio, el alcance de la intervenci¨®n depende del tipo de artista y de la vida que ha llevado la obra. ¡°Un leonardo ha trotado mucho, lo l¨®gico es que la conservaci¨®n no sea la mejor¡±, admite Enrique Quinta. El Prado ¡ªresume el experto¡ª est¨¢ libre de la tentaci¨®n de los excesos. ¡°La Pradera de San Isidro (1788) no tiene un punto que no sea de Goya, Las Meninas (1656), cuatro retoques y en El descendimiento (antes de 1443) de Rogier van der Weyden solo se han intervenido las juntas de la tabla. Tan poca restauraci¨®n resulta algo excepcional¡±. Imposible contradecirle.
Babelia
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