¡°Vietnam para m¨ª es solo un contexto en el que tratar los dilemas morales¡±
La tercera novela del escritor estadounidense habla de soldados, miedo, culpa, camarader¨ªa, aventura y santidad
¡°Escupir esa bilis insondable; eso era el verdadero coraje¡±, leemos en Persiguiendo a Cacciato, tercera novela de Tim O¡¯Brien (Austin, 1946). El autor combati¨® entre 1969 y 1970 en Vietnam, donde, un solo a?o antes, su compa?¨ªa hab¨ªa perpetrado la masacre de My Lai, en la que cuatrocientos civiles fueron asesinados. Una buena parte de su ¡°bilis insondable¡± proviene de enfrentarse a aquello, as¨ª que mejor no irle al autor con ¡°no creo que este asunto tenga relaci¨®n con Vietnam¡±, como en El gran Lebowski. En su vida y en su narrativa, la mayor¨ªa de cosas s¨ª la tienen; a veces de forma directa (Persiguiendo a Cacciato o Las cosas que llevaban), a veces oblicua (En el lago de los bosques, donde el protagonista es veterano de guerra).
Tim O¡¯Brien es uno de los grandes, y Persiguiendo a Cacciato una crucial aportaci¨®n al mercado espa?ol. El cielo sabe que si leo otra novela sobre escritores que hablan de escritores voy a entrar fuertemente armado a alg¨²n grupo editorial. Nick Hornby tiene raz¨®n: se escriben demasiados libros sobre literatura. O¡¯Brien no lo hace. Escribe sobre soldados, miedo, culpa, camarader¨ªa, aventura y santidad. Insiste en que ¡°la verdad-historia es m¨¢s verdadera a veces que la verdad-acontecimiento¡±. Ama las historias, sabe que son lo m¨¢s importante que tenemos, y las hilvana en novelas llenas de fuerza y humor y pena. Persiguiendo a Cacciato no es una novela b¨¦lica: es una novela sobre las cosas que hacen e imaginan los hombres en una guerra. Por ejemplo: ?qu¨¦ pasar¨ªa si desert¨¢ramos y nos fu¨¦semos a Par¨ªs?
Pregunta. Una de sus novelas cita a Dostoievsky: ¡°El hombre est¨¢ condenado a mentir sobre s¨ª mismo¡±. Pero usted ha hecho lo contrario: contar muchas verdades sobre s¨ª mismo, en tiempo de guerra o en tiempo de paz.
Respuesta. S¨ª y no. Nunca he dicho la verdad ¡°literal¡± de las cosas que me han sucedido. Me gusta la ficci¨®n, y me gusta que cuente historias inventadas. Ocasionalmente he tomado algo de mi vida, algo que sucedi¨® tal cual, pero lo que me interesa es la verdad emocional: cosas que son emocionalmente precisas, como por ejemplo la sensaci¨®n de estar moralmente perdido en mitad de una guerra. Asimismo, muchas de las historias que cuento para acceder a esa verdad emocional son inventadas. ?Tiene eso sentido?
P. S¨ª. Est¨¢ condensando la experiencia de Vietnam en una historia, o una imagen, que puede no ser literal, pero que resume lo que sucedi¨® mucho mejor que cualquier descripci¨®n de t¨¢ctica militar o cualquier estad¨ªstica.
R. Exacto. La forma fea de decirlo ser¨ªa que todo novelista es un mentiroso nato. Mentimos por dinero y por nuestro arte. La forma bonita ser¨ªa decir que las mentiras son sublimes, nobles; que mentimos para contar la verdad sobre la condici¨®n humana, sobre el sufrimiento emocional y las disyuntivas morales que nos afectan a todos, no solo a los soldados: qu¨¦ es lo correcto y lo incorrecto. Y, habi¨¦ndolo decidido, tener el coraje para actuar en consecuencia. Todo eso son verdades emocionales que acechan a las personas, sean militares en guerra o gente normal. ?Deber¨ªa dejar a mi mujer? ?Cojo ese empleo o no? ?Qu¨¦ es lo correcto? Vietnam para m¨ª es solo un contexto en el que tratar los dilemas morales a los que nos enfrentamos.
P. Un cineasta espa?ol, Luis Garc¨ªa Berlanga, dec¨ªa que una de sus pel¨ªculas (La vaquilla) no era sobre la Guerra Civil, sino que suced¨ªa en la Guerra Civil.
R. Eso hago yo. En Las cosas que llevaban, mi libro m¨¢s conocido, me invento muchas cosas. Un 95%. Pero mi intenci¨®n era que el lector lo leyese como una autobiograf¨ªa. Por eso aparezco yo con mi nombre, y por eso el libro est¨¢ dedicado a los personajes. Quise escribir una ¡°memoria ficticia¡±. Ah¨ª radica la disputa de mis libros: mucha gente crey¨® que era todo cierto. Los novelistas buscamos que el lector crea que la historia es real, por eso utilizamos di¨¢logo y trama. Yo utilic¨¦ trucos distintos. Nadie va a ver un filme y cada cinco minutos se dice: esto no est¨¢ pasando. Nos rendimos a la ficci¨®n, nos libramos de la incredulidad.
P. A menudo realizo el experimento de recordar una vieja batallita con amigos, y todos la explicamos de un modo distinto. Eso pone en tela de juicio la existencia de una verdad ¨²nica. Si nuestras verdades son mentiras, tal vez las mentiras de nuestras novelas se acerquen m¨¢s a una verdad.
R. Muy de acuerdo. La verdad no es algo f¨ªsico. Es una percepci¨®n humana, algo que fabricamos. Una interpretaci¨®n. T¨² y yo podemos experimentar el mismo atraco en un supermercado, pero los dos prestaremos atenci¨®n a cosas distintas. A la hora de contar eso aparecer¨¢n varias versiones, y sin embargo llamamos a eso ¡°verdad¡±. Pero la verdad no es tan simple. Y si lo es, a¨²n no la hemos hallado. Siempre que creo que algo es verdad, acabo descubriendo lo contrario, o al menos un aspecto contradictorio de ella. No conozco la verdad sobre mi vida, ni siquiera la verdad sobre m¨ª. Nadie lo hace. Tenemos opiniones distintas en distintas ¨¦pocas de nuestras vidas; incluso sobre nosotros mismos. Y esas opiniones y percepciones se modifican con el paso del tiempo. Lo que era verdad ayer puede ser mentira hoy. Quiz¨¢s ayer te dije que te quer¨ªa, y era verdad, pero hoy ya no te quiero. La gente cambia de idea, y la verdad cambia con ellos. Una guerra puede ser justa y moral hoy, pero en un tiempo pueden aparecer dudas. Santa Claus es una verdad cuando eres ni?o; si tienes 6 a?os, el tipo que baja por tu chimenea y trae regalos es real. Sabemos que la verdad no es algo s¨®lido, y sin embargo matamos a gente por algo que creemos que es verdad, y pasado un tiempo tenemos que aceptar que no era as¨ª. Por desgracia, suele ser tarde para dec¨ªrselo a los muertos.
P. Los novelistas sabemos que la ficci¨®n es la tapadera perfecta para soltar todo aquello que jam¨¢s confesar¨ªamos en la vida real. Conscientemente o no afloran verdades inesperadas, imposibles de plasmar en modo autobiogr¨¢fico. ?Le sucede a usted eso?
R. Continuamente. No importa el tema. La narrativa te da la libertad de examinarte a ti mismo. Sin ella no ser¨ªa capaz de analizar mis debilidades, mis fragilidades, mis tropiezos. A menudo me siento incapaz de aceptar determinadas cosas, sobre el estado del mundo, o cosas que me averg¨¹enzan de m¨ª, pero un personaje me acerca a una cierta verdad. Aunque no exista una verdad total, estoy m¨¢s cerca del meollo de lo que soy si lo hago a trav¨¦s de la narrativa.
P. Se antoja un poco contradictorio preguntarle en este punto sobre su experiencia militar ¡°real¡±, pero quisiera saber qu¨¦ sac¨® Vietnam de usted: ?la crueldad, el coraje, el miedo¡?
R. Vietnam extrajo de m¨ª un cierto valor que no imaginaba poseer, pues hab¨ªa cosas que me parec¨ªan letales, o peligrosas, y antes de ir all¨ª no esperaba siquiera ser capaz de andar en un territorio en guerra, y de luchar ni te cuento. El suelo estaba plagado de minas, literalmente, y mover mis piernas me parec¨ªa una imposibilidad f¨ªsica. ?C¨®mo voy a lograrlo? Especialmente por una guerra en la que no creo. En ese sentido s¨ª hall¨¦ una valent¨ªa f¨ªsica que no esperaba. Por otro lado, fui a la guerra porque era un cobarde. Deber¨ªa haberme opuesto a ella, emigrar a Canad¨¢ o Suecia; estar dispuesto a ir a la c¨¢rcel. Pero no lo hice, no tuve el valor. Una vez all¨ª deb¨ª haber soltado el rifle y anunciar que no pensaba matar a nadie m¨¢s. Pero tampoco lo hice, y eso que lo pens¨¦ muchas veces. ?La raz¨®n? Lo explico en Persiguiendo a Cacciato y en Las cosas que llevaban: ten¨ªa miedo de la humillaci¨®n. Me asustaba que la gente de mi pa¨ªs me llamara cobarde y nenaza. Tem¨ª la p¨¦rdida de mi reputaci¨®n. Fui a una guerra para evitar el bochorno. Pero mi conciencia deber¨ªa haber triunfado; deber¨ªa haber dicho no. En el campo de batalla parec¨ªa valiente, pero por dentro yo sab¨ªa que era un cobarde, porque no hab¨ªa hecho lo justo. Eso es cobard¨ªa pura: actuar en contra de tus principios. Cuando me dicen que soy un valiente, y que serv¨ª a mi pa¨ªs, s¨¦ que todo es mentira. Que no hice lo que deb¨ªa. Y por eso no puedo parar de escribir sobre ello [r¨ªe].
P. Siempre has dicho que la guerra era espantosa, pero tambi¨¦n te has atrevido a decir que a veces hallabas en ella misterio y aventura, santidad y descubrimiento¡ Que en ella pod¨ªas hallar bondad. No s¨¦ si muchos pacifistas son capaces de aceptar esas realidades.
R. No disputo que la guerra, en t¨¦rminos morales, es una cosa aborrecible. Por otro lado, cuando est¨¢s metido en ella, me parece deshonesto negar lo que ha representado para la gente a lo largo de los siglos. La guerra no es buena, pero a pesar de su maldad aprendes cosas sobre ti mismo, lo que desde luego es bueno. Eso no implica que si eres jud¨ªo tengas ganas de que te env¨ªen otra vez a un campo de concentraci¨®n pero, como Primo Levi testific¨®, aprendes cosas sobre ti y los dem¨¢s. Hay revelaciones (aunque lo cierto es que pude haber llegado a ellas por otras v¨ªas: escalando una monta?a, o viajando solo por el mundo). Matar a gente es malo, pero cuando te sumerges en esa maldad descubres cosas buenas. Enfrentarte a la bondad en mitad de lo maligno es un enigma irresoluble; una paradoja. Pero sucede. La vida es contradictoria, y la guerra tambi¨¦n. Para colmo, la guerra est¨¢ empeorando: drones, civiles masacrados, matanza de ni?os y adolescentes¡ Hace mucho tiempo que ya no se trata de dos ej¨¦rcitos de hombres adultos midiendo sus fuerzas cara a cara. Es una carnicer¨ªa de inocentes.
P. Vonnegut afirmaba que la Segunda Guerra Mundial fue la ¨²ltima guerra ¡°justa¡±. No s¨¦ si concurro con ¨¦l, pero lo que s¨ª podemos afirmar es que Vietnam fue un conflicto gratuito y condenado a la cat¨¢strofe. ?C¨®mo lo ve¨ªan usted y sus compa?eros de armas?
R. Yo dir¨ªa que un 75% de los americanos que fueron a Vietnam estaban convencidos de luchar una guerra justa. Acababan de salir del instituto y se tragaron todo lo de la contenci¨®n del comunismo. No sab¨ªan nada de Vietnam, colonialismo franc¨¦s, nacionalismo o el deseo de independencia de los pueblos. Pero yo sab¨ªa que no era una guerra justa.
P. Habl¨¢bamos antes de la existencia de m¨²ltiples verdades. Tras leer Nam, de Mark Baker, adem¨¢s de sus novelas, me di cuenta de que exist¨ªan centenares de vietnams. Que las experiencias personales eran tan dispares como para ser casi opuestas.
R. Y tanto. Baker lo explica muy bien. Hab¨ªa centenares de opiniones, dependiendo de si estabas en una oficina, o cargando camiones, o si eras un general que sobrevolaba la zona en un helic¨®ptero y regresaba a su cama, o si estabas luchando. Todas las experiencias se basan en lo que viste y viviste. Si les preguntas a los hombres a quienes les volaron ambas piernas, su respuesta ser¨¢ un pel¨ªn distinta de la de los hombres que estaban mecanografiando informes en la retaguardia. En Vietnam la proporci¨®n de personal de retaguardia y combatientes era de 10 a 1; por cada soldado que recorr¨ªa la jungla con el rifle al hombro y durmiendo al raso y registrando aldeas y sufriendo emboscadas hab¨ªa diez que no hac¨ªan nada de eso. Diez. Esa gente no conoc¨ªa la guerra como tal.
P. Si tuviese que resumir en una palabra la percepci¨®n que tengo yo de Vietnam despu¨¦s de todas esas novelas, memorias y pel¨ªculas, ser¨ªa confusi¨®n.
R. S¨ª. Caos total. Empezando por la confusi¨®n geogr¨¢fica: como soldado, jam¨¢s sab¨ªas donde estabas. No ten¨ªas una sensaci¨®n de destino. En la Segunda Guerra Mundial, el destino era Berl¨ªn: todos a Berl¨ªn. ?bamos a alg¨²n sitio. Y ten¨ªas una idea de cu¨¢l era el sentido militar de todo aquello, el prop¨®sito de aquellas maniobras. Pero en Vietnam andabas en c¨ªrculos. ibas a una aldea, alguien mor¨ªa, alguien resultaba herido, dejabas la aldea pero regresabas a esa aldea, u otro exactamente igual, una semana despu¨¦s, y vuelta a empezar. Era muy confuso. Incluso si estabas a favor de la guerra estabas confuso: ?de qu¨¦ sirve todo esto? En teor¨ªa est¨¢bamos salvando a esa gente del comunismo y la dictadura, pero hab¨ªa odio y terror en sus ojos. No nos consideraban para nada sus salvadores. Nuestra artiller¨ªa estaba volando sus aldeas, y nuestros aviones estaban gaseando sus cultivos. Jam¨¢s dispar¨¢bamos apuntando. Est¨¢bamos aterrorizados: lanz¨¢bamos r¨¢fagas, al bosque, al lugar de donde cre¨ªamos que ven¨ªan los disparos. Mor¨ªa gente inocente todo el tiempo. Otras veces hicimos eso queriendo. Como en My Lai. Yo estuve all¨ª; la conoc¨ªa ¨ªntimamente. Era una de las aldeas que tuve que patrullar tras la masacre. Nunca sab¨ªas qui¨¦n era el enemigo; no llevaban uniformes. No hab¨ªa frentes. En la Guerra Civil espa?ola, por ca¨®tica que fuese, hab¨ªa un frente, un sentido general de d¨®nde estaba el enemigo. En Vietnam nunca lo sab¨ªas. No hab¨ªa una zona segura tras las trincheras. Todo era peligroso. Nunca sab¨ªas qui¨¦n estaba de tu lado o qui¨¦n quer¨ªa matarte. O a qui¨¦n le daba igual, como sucede en muchas guerras. Hab¨ªa confusi¨®n sobre donde pon¨ªas el pie, y las consecuencias de ese paso eran vivir o morir. Era una guerra confusa en todos los niveles: militar, pol¨ªtico, geogr¨¢fico, y tambi¨¦n cultural. Nadie hablaba vietnam¨¦s. No pod¨ªas preguntarte a la gente si te amaban o odiaban, porque no hablabas su lengua.
P. Jim Dodge, el novelista, me dijo una vez que escribir era el acto menos terap¨¦utico que se le ocurr¨ªa. Que pasar cinco horas al d¨ªa pensando en tus traumas era, de hecho, la receta m¨¢s segura para volverte loco. Pero tal vez tras una experiencia como Vietnam escribir s¨ª sea un acto curativo.
R. No s¨¦ si me cura. El prop¨®sito, en todo caso, nunca es terap¨¦utico. Intento hacer arte: sacar algo bonito de algo feo. Una historia que haga que la gente sienta algo emocionalmente. Que comprendan el horror, y la confusi¨®n, de todo aquello. No s¨¦ si la ausencia de narrativa habr¨ªa cambiado algo en m¨ª. Mi prop¨®sito era la comunicaci¨®n: explicar qu¨¦ significa relacionarte con el mal. La II? Guerra Mundial pudo haber tenido prop¨®sitos nobles, pero lo que hac¨ªan sobre el terreno los soldados de uno y otro bando siempre era malvado. Si utilizas un lanzallamas contra alguien y lo quemas vivo, es maldad. Muchos testigos han hablado de lo sucio y malo que te sientes; aunque est¨¦s luchando contra el nazismo. Mis libros intentan sacudir un malestar, una hipocres¨ªa, la ignorancia de todos los que a¨²n creen que ir a matar gente es una soluci¨®n. Mucha de la gente que desea entrar en guerras jam¨¢s ha estado en una. Lo que yo digo es: si tanto te gusta la guerra, deber¨ªas ir a lucharla, ?no? A no ser que pretendas que los dem¨¢s mueran por ti [r¨ªe].
P. En el contexto demencial de Vietnam, la idea que tiene su personaje, Cacciato, de dejar el frente e irse a Par¨ªs parece completamente l¨®gica. Una respuesta loca a un contexto loco.
R. Por supuesto. Y es as¨ª en todas las guerras. En todas las novelas y poemas y pel¨ªculas de guerra, remont¨¢ndonos hasta Homero, el instinto predominante es huir del horror. Hacer lo que har¨ªa un ser humano decente: no matar a nadie e intentar no morir. Yossarian en Trampa 22, de Joseph Heller. Henry Flaming en El rojo emblema del valor, de Stephen Crane. Adi¨®s a las armas de Hemingway, cuando el teniente Henry trata de ocultarse en aquel lago suizo. Son predecesores de Cacciato. El deseo de largarse de una guerra no es solo un tema de supervivencia, sino tambi¨¦n de moral. Todos estos personajes, Cacciato incluido, han llegado a la conclusi¨®n b¨¢sica de que eso no es lo que deber¨ªan estar haciendo. Dicho esto, como suger¨ªa antes, no estoy contra la guerra al 100%. Si el mal es suficientemente malo, y has agotado todas las medidas para evitar, por ejemplo, lo que sucedi¨® en Alemania en 1936, creo que finalmente hay que usar el mal para aplastar el mal. No me enga?o: sigue siendo mal, pero no queda otro remedio.
P. Una rega?ina no habr¨ªa bastado con Hitler.
R. No. El problema es que utilizamos el mal como primera opci¨®n. En los Estados Unidos sucede a menudo: la guerra es la primera respuesta que se les ocurre. Bombardeemos a esos hijos de puta. A nadie aqu¨ª le importa una mierda qu¨¦ quiere ISIS, o por qu¨¦ Mohammed Atta lanz¨® su avi¨®n contra aquellas torres. A nadie le importa el Oriente Medio. Nadie sabe nada sobre ¨¦l. Un 99% del p¨²blico americano no sabe lo que les sucede a los musulmanes por esa mezcla de negligencia e injusticia occidental. Tampoco saben nada sobre Israel, ni por qu¨¦ les damos nuestra ayuda. No quieren saberlo. Si yo pidiese que habl¨¢ramos con Al Qaeda, que al menos pregunt¨¢semos qu¨¦ quieren, me destruir¨ªan. Pero no estar¨ªa diciendo que estoy a favor de ellos; solo que intentemos hablar, que escuchemos sus peticiones. Si un pol¨ªtico dijese eso no sacar¨ªa un solo voto, ser¨ªa un acto suicida. En realidad se trata de una pregunta coherente. Creo que hay ¨¦pocas en que tienes que combatir fuego con fuego, pero tambi¨¦n creo que esas ¨¦pocas son muy raras. Y no estamos en una de ellas, pese a que todo el mundo en mi pa¨ªs lo crea. Hay una belicosidad y una beligerancia en el aire, as¨ª como una arrogancia moral¡ Estados Unidos cree que es un regalo de Dios al mundo. Hemos provocado lo que nos sucede.
P. Alguna gente coloca a Persiguiendo a Cacciato en el repelente caj¨®n del ¡°realismo m¨¢gico¡±. Pero Paul Berlin, su protagonista, no invoca magia alguna; solo ¡°considera posibilidades¡±, como ¨¦l dice.
R. Para m¨ª esa novela es realismo puro. La imaginaci¨®n es real. So?amos despiertos sobre la cita que tendremos con una chica, imaginamos si seremos felices o no con ella¡ Todos imaginamos opciones. Es una fantas¨ªa que sucede. Paul Berlin solo imagina qu¨¦ pasar¨ªa si siguiera a Cacciato en su periplo a Par¨ªs. Ni siquiera empieza a andar, pero lo imagina en completo detalle, del mismo modo que yo so?aba, hace cuarenta a?os, que cruzaba las monta?as de Vietnam y me iba a casa. Alguna vez incluso lo hab¨ªamos hablado entre nosotros: tenemos comida y agua, ?qu¨¦ nos impide largarnos? Era un instinto de huida. Nuestra imaginaci¨®n tambi¨¦n es una forma de considerar qu¨¦ hacer, no solo un lugar donde so?ar. A veces imaginamos qu¨¦ queremos ser de mayores. Visualizamos las distintas opciones del futuro. No es racional: es imaginaci¨®n. Pasamos el d¨ªa imaginando. Es una cosa muy humana de la que los animales carecen: imaginar su muerte o su porvenir.
P. Dice que la imaginaci¨®n es poder, pero el humor tambi¨¦n lo es. En 1998 sac¨® una novela c¨®mica, Gato enamorado, que no todo el mundo entendi¨® (fue masacrada en el New York Times) pero que a m¨ª me chifla.
R. Es mi libro m¨¢s impopular. A todos los escritores nos sucede que, si escribimos un libro popular, los lectores exigen que hagas m¨¢s libros como ese. Pero yo no quer¨ªa escribir otro libro de guerra. Quer¨ªa utilizar el humor para tratar el mismo material que he tratado en mis libros sobre Vietnam. Mucha gente se decepcion¨®, pero a m¨ª tambi¨¦n me gusta mucho esa novela.
P. Por desgracia a¨²n existe esa noci¨®n de que los temas profundos no pueden ser tratados con humor.
R. A grandes rasgos, y sobre todo si hablamos del mundo acad¨¦mico, el humor es tratado con desd¨¦n. Se potencia la tragedia sobria, y se desde?a todo lo que huela a divertido. No lo entiendo. Si lees Don Quijote, Trampa 22, las historias de Woody Allen¡ Son serios. Hablan de la pena, de que te hagan da?o, de confusi¨®n moral¡ En la vida real a menudo te r¨ªes de cosas as¨ª. Te r¨ªes porque no quieres sentir m¨¢s dolor. La risa surge del dolor; es una respuesta al dolor. Te r¨ªes de la absurdidad del mundo. Y de lo absurdo que es uno mismo.
COMPRA ONLINE 'PERSIGUIENDO A CACCIATO'
Autor: Tim O'Brien.
Editorial: Contra (2017).
Formato: tapa blanda (384 p¨¢ginas).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.