The rival queens are back
Vivica Genaux y Ann Hallenberg protagonizan en Madrid un duelo incendiario
La morena y la rubia, la trapecista y el payaso triste, la extrovertida y la introvertida, la dionisiaca y la apol¨ªnea, el fuego y la piet¨¤. El Auditorio Nacional, a iniciativa de Antonio Moral? en el papel de Don King, reconstruy¨® este domingo la hist¨®rica rivalidad de Faustina Bordoni y Francesca Cuzzoni vali¨¦ndose de Vivica Genaux y de Ann Hallenberg.
Comparecieron ambas en el contexto de un duelo anunciado como tal en los carteles, amparado en una rivalidad superior a ambas -Vivaldi contra H?ndel-? y resuelto con fervor, apasionamiento, aunque no llegaron a pelearse sus partidarios ni lo hicieron ellas mismas.
Bordoni y Cuzzoni, en cambio, combatieron "de verdad". Empezando por aquella incendiaria funci¨®n de Astinatte programada en Londres en 1727. La ¨®pera no ha sobrevivido. Tampoco lo ha hecho la fama del compositor, que se llamaba Ariosti, o Bononcini, seg¨²n otras versiones a discusi¨®n entre? los music¨®logos. S¨ª ha pasado a la historia la fecha exacta del mano a mano, 6 de junio, como consta la presencia en el palco de la atribulada princesa de Gales.
?Qu¨¦ sucedi¨® realmente? El apasionamiento y el cloroformo de la velada impiden una reconstrucci¨®n objetiva, pero las cr¨®nicas de la ¨¦poca, bastante pintorescas, coinciden en que Cuzzoni y Bordoni se pegaron y tiraron del pelo. Intercambiaron palabrotas y blasfemias. Necesitaron ambas asistencia m¨¦dica para remediar los moratones.
Tanto la una como la otra capitalizaron travestidas la batalla de los tendidos. De hecho, el origen de la trifulca estrib¨® en que los partidarios de la Cuzzoni abroncaron a la Bordoni nada m¨¢s verla aparecer en escena. Hicieron lo mismo los hooligans de la soprano rival respecto a la Cuzzoni, de tal manera que la contienda se traslad¨® finalmente a las cantantes y precipit¨® que ambas fueran expulsadas de la Royal Academy of Music.
La rivalidad fue en su origen la tentaci¨®n comercia? de H?ndel, compositor y empresario en la capital de su majestad, precisamente porque se percat¨® de que el contraste de las divas en las posteriores funciones de la temporada proporcionar¨ªa taquillazos nunca vistos en la historia de Londres.
La prueba est¨¢ en que la Cuzzoni y la Bordoni se desafiaron en las obras en boga que prodigaba el propio H?ndel. Era el caso de Riccardo Primo, de Siroe y de Tolomeo, todas ellas sometidas a cl¨¢usulas precursoras del star-system hollywoodiense porque las sopranos italianas exig¨ªan el mismo n¨²mero de arias cuando no la cifra exacta de compases.
Semejantes pretensiones hab¨ªan dado origen a la controversia de H?ndel con la Cuzzoni. Le hab¨ªa escrito el maestro un aria a medida de la vis pat¨¦tica,"Falsa imagine" se titulaba, pero resulta que se le antoj¨® sencilla, demasiado sencilla, a la insaciable musa parmesana.
"Madame, todos sabemos que usted es un demonio, pero sepa usted igualmente que yo soy Belceb¨², el jefe e los demonios", objet¨® el compositor germano antes de amenazar con arrojarla por la ventana. Se arroj¨® ella misma, poco a poco. Truncada definitivamente en 1728 la rivalidad con la hermosa Bordoni, la Cuzzoni itiner¨® con altibajos por los teatros italianos, comparti¨® escena con los grandes castrati de la ¨¦poca -Farinelli, Senesino-, malgast¨® su fortuna en Centroeuropa y fue encarcelada en Holanda (1742) por no haber sufragado las deudas.
Trat¨® de sobreponerse en la corte de W¨¹rttemberg resign¨¢ndose a honorarios indecorosos, incluso se avino a participar en una crepuscular gira londinense en 1750 que obtuvo m¨¢s piedad que aplauso. "Regres¨® pobre, fea y acabada", escribi¨® el cr¨ªtico Charles Burney con impostura de sepulturero. Era una venganza. Entre otras razones porque Burney, tambi¨¦n ¨¦l, hab¨ªa tomado partido por la Bordoni, ep¨ªtome del stile brillante y contrapeso triunfal a las desdichas que se procuraba la autodestructiva Cuzzoni.
Contrajo la Bordoni matrimonio con el poderoso compositor germano Johann Adolph Hasse y se convirti¨® en la prima donna de la ?pera de Dresde, aunque ni el uno ni la otra sospecharon que otra emergente cantante italiana, Regina Mingotti, aspiraba a desbancar a la gloria veneciana. Para impedirlo, Hasse tram¨® una argucia y compuso una ¨®pera, Demofonte, que conten¨ªa unas cuantas arias a medida de la esposa y un pasaje infernal concebido para malograr a la pujante compatriota.
Sucedi¨® al rev¨¦s. Mingotti fue capaz de superar todas las piruetas y pasajes incendiarios, aunque Hasse, al borde del papel mafioso, le recomend¨® que se marchara al San Carlo de N¨¢poles, "no fuera a ocurrir que una desgracia se entrometiera en su brillante porvenir".
La Bordoni pudo haber inducido la treta de las amenazas, aunque fue ella la primera en comprender la oportunidad de la retirada. No quer¨ªa arrastrarse como hac¨ªa la Cuzzoni, de tal forma que su ¨²ltima actuaci¨®n se produjo en 1751, 30 a?os antes de morirse rica y serena en Venecia.
All¨ª hab¨ªa nacido en 1697. Proven¨ªa de una distinguida familia y hab¨ªa accedido a los mejores maestros de la ¨¦poca. Incluidos los compositores Alessandro y Benedetto Marcello, a quien la tradici¨®n y la leyenda, tanto montan, atribuyen una premonici¨®n: "Venecia tiene un le¨®n, el de San Marcos, y tiene una sirena, Faustina Bordoni".
Tambi¨¦n la llamaron en Londres "the queen", la reina, pero Bordoni tuvo que compartir los honores en collera con Cuzzoni, al abrigo de un sobrenombre que ha pasado a la historia de la ¨®pera y a la historia de la m¨²sica y de la envidia:? The rival queens.
Reencarnadas en Genaux y Hallenberg, han resucitado en el Auditorio Nacional? este domingo con menos vehemencia y con evidente rivalidad. Las uni¨® la riqueza crom¨¢tica y el ¨¦nfasis ret¨®rico de la Orquesta Barroca de Sevilla, fabulosa, exuberante y magm¨¢tica entre los dedos del maestro Fasolis, pero las separ¨® el repertorio -Vivaldi contra H?ndel-? y lo hicieron sus "faenas".
Vivica Genaux expuso su carisma esc¨¦nico, su fabulosa pirotecnia y hasta sus recursos populistas, incluida la repetici¨®n de un aria para los espectadores de retaguardia, mientras que Hallenberg abrum¨® con la hermosura de su l¨ªnea de canto y con la hondura de los pasajes "contemplativos".
Ninguno tan bello, tan rotundo y tan estremecedor como el aria de "Scherza, infida" (Ariodante). Fue la cima del concierto, el "pathos" del duelo, la mayor expresi¨®n art¨ªstica de la velada. Que es un t¨¦rmino muy pugil¨ªstico, velada. Y que invalida la posibilidad de adoptar posiciones neutrales. O eres de Joselito o eres de Belmonte.? De Luis Miguel o de Ord¨®?ez. Por eso me declaro partidario de Ann Hallenberg. Que canta desde los adentros y torea cargando la suerte.
Babelia
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