Lumumba, la rumba y la culpa
Bruselas abre la revisi¨®n de su pasado colonial con conciertos de m¨²sica congole?a y la renovaci¨®n de su museo africano
-Es hora de descolonizar B¨¦lgica -dice Mireille-Thseusi Robert, y luego dibuja un semic¨ªrculo con la barbilla y su mirada se pierde en la b¨®veda acristalada de la Galer¨ªa Ravenstein. Es obvio que est¨¢ satisfecha con la frase. B¨¦lgica no es una colonia, pero lo que quiere decir Mireille -presidenta de Bamko, colectivo antirracista belga integrado por descendientes de africanos- es que el pa¨ªs debe revisar la relaci¨®n con su pasado colonial y la manera en que este pervive en el espacio p¨²blico. Mireille se aclara la garganta, se levanta y se acerca al micr¨®fono para dar por inaugurada la plaza itinerante Lumumba. La plaza es ficticia, es un s¨ªmbolo que hoy cristaliza en forma de estatua. Patrice Lumumba, primer ministro del primer Gobierno democr¨¢tico congol¨¦s tras la independencia, asesinado en 1961 presumiblemente por agentes occidentales, probablemente belgas, no tiene plaza fija en Bruselas.
-Vamos a parar unos minutos.
La megafon¨ªa no funciona, o funciona demasiado. Las palabras de Mireille reverberan. Despu¨¦s, salta la alarma de una tienda de aparatos para sordos. Las Galer¨ªas Ravenstein son unas galer¨ªas comerciales construidas en los a?os cincuenta donde hay sitio para tiendas, bares, oficinas y plazas itinerantes. A Mireille le gustar¨ªa que Lumumba tuviera plaza, pero sobre todo le gustar¨ªa que los monumentos en los que se recuerda a Leopoldo II -el segundo rey de los belgas y el hombre que lo empez¨® todo- incluyeran placas en las que se explicaran los efectos devastadores de la empresa colonizadora. Pero la descolonizaci¨®n de B¨¦lgica no se har¨¢ en un d¨ªa. Por ejemplo, hace cinco a?os que el Museo Real del ?frica Central -es decir, del Congo- cerr¨® sus puertas. Se reabrir¨¢ en octubre, renovado por fuera y, sobre todo, por dentro. ¡°Es un asunto importante y complicado¡±, dicen en el museo.
La alarma de la tienda de aparatos para sordos se calla, Mireille sigue hablando y, finalmente, se descubre la estatua. Es Lumumba. Es Lumumba a tama?o casi natural y est¨¢ leyendo el discurso en la ceremonia de independencia. Levemente inclinado hacia adelante, sostiene unos papeles y habla con suave determinaci¨®n y sus palabras hacen que el rey Balduino se mueva como si la sisa de su traje de gala le estuviera martirizando. Al principio nadie se acerca, despu¨¦s se pierde el miedo reverencial a la obra nueva y la gente se aproxima y se hace fotos. Uno de ellos es Philip Buyck. A Philip Buyck, blanco y belga, le gustar¨ªa que Lumumba, adem¨¢s de una plaza, tuviera una biblioteca. Mejor dicho, le gustar¨ªa que la biblioteca privada que lleva el nombre de Lumumba y que el propio Philip gestiona, fuera una biblioteca p¨²blica y ocupara un solar en el barrio de Matong¨¦. ¡°?Por qu¨¦ no?¡±, dice Philip, y se guarda el m¨®vil en la cazadora y sale disparado hacia la acera de enfrente, al Bozar, el sitio donde ocurre todo y donde, en unos minutos, un combo formado por m¨¢s de veinte m¨²sicos de rumba congole?a ofrecer¨¢ un concierto en recuerdo de Lumumba.
La sala est¨¢ llena, hay gente de pie en los pasillos. Hay blancos y negros. Mujeres con tocado, hombres con abrigo largo de pa?o y sombrero. Son canciones escritas en los a?os sesenta, alusivas a Lumumba y a la independencia congole?a, muchas de ellas grabadas por Franco y L¡¯Ok Jazz. Encima del escenario hay algunos artistas que estuvieron all¨ª, en los a?os de Franco, como Lokombe y Armando Muamba.
Entre canci¨®n y canci¨®n se dan las gracias muchas veces a mucha gente y a algunas instituciones. Se proyecta un v¨ªdeo breve -?bravo!- donde se destaca el inter¨¦s de Lumumba por la rumba congole?a. Sale mucha gente a saludar. Un joven larguirucho y trajeado, representante de la televisi¨®n p¨²blica congole?a, que guarda un cierto parecido -?lo cultiva?- con el mism¨ªsimo Lumumba, tropieza consigo mismo y sus gafas caen al suelo. Se ha creado un momento bello y trascendente. Despu¨¦s, Faya Tess canta Les inmortels y, como quiera que un rato antes se ha guardado un minuto de silencio en memoria de los congole?os que han muerto ese mismo d¨ªa -manifestaciones contra el presidente Kabila-, el aire se llena de niebla y todo se muere lentamente. Pero no.
-Independance, cha-cha!!!
Todo se mueve. Despu¨¦s del concierto, el guitarrista Beniko Popolipo se eleva sobre sus hombros y se desplaza a una sala contigua en la que, acompa?ado de otros m¨²sicos, hace lo mismo que antes, pero con resultados diferentes. La fiesta es el mensaje. La gente est¨¢ de pie y se venden cervezas a un precio razonable para estar en un palacio de bellas artes, y platos de comida congole?a. Los m¨²sicos suenan, pero no se oyen -los m¨²sicos necesitan o¨ªrse, los escritores necesitan leerse-, y les piden cuentas a los t¨¦cnicos de sonido. Hay grupos de amigos, hay matrimonios de cierta edad y hay parejas mixtas (mixtas no quiere decir chico y chica, sino persona blanca y persona negra). Hay una ni?a con trenzas que llora y todo el mundo baila. Baila Philip, baila Mireille, baila la madre de la ni?a que llora con la ni?a en brazos y, de pronto, la ni?a deja de llorar y se duerme. Baila Lumumba.
Leopoldo II y el busto perdido y hallado en un parque
Al otro lado del r¨ªo y entre los ¨¢rboles, o sea, en el parque Duden, en la comuna de Forest, hab¨ªa un busto del rey Leopoldo II y ahora solo est¨¢ la peana, que ha sido corregida y aumentada por medio de un grafiti: ¡°Texto explicativo sobre los Horrores del Estado Libre del Congo=Necesario¡±. Y la nave va: el burgomaestre comprende el fondo pero no la forma y habla de ¡°talibanes¡±, los guardabosques encuentran el busto en un matorral del propio parque y se hacen fotos. Las autoridades aseguran que el busto volver¨¢ a su sitio en un par de meses.
Babelia
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