Te dir¨¦ siempre la verdad
Es dif¨ªcil distinguir entre lo vivido y lo imaginado. Llu¨ªsa Cunill¨¦ siempre sonr¨ªe y calla. Nunca ha dado entrevistas y lo entiendo
Releo a Llu¨ªsa Cunill¨¦ de madrugada. Es la hora ideal: releo y tambi¨¦n descubro. El dir¨¦ sempre la veritat (2002), por ejemplo, que se me escap¨® en su tiempo. Era, veo ahora, un mon¨®logo m¨¢s o menos autobiogr¨¢fico sobre la vida de Llu¨ªs Homar en el Lliure, escrito por Cunill¨¦, Homar y el director Xavier Albert¨ª. Digo ¡°m¨¢s o menos¡± porque es dif¨ªcil distinguir entre lo vivido y lo imaginado. Cunill¨¦ siempre sonr¨ªe y calla. Nunca ha dado entrevistas y lo entiendo: hay una excesiva tendencia a preguntar porqu¨¦s, a desdibujar misterios. No quiero conocer la verdad resumible y explicable, sino la otra, las tres voces engendrando en la noche una cuarta voz que relata lo que podr¨ªa ser, a mis o¨ªdos, una falsa confesi¨®n verdadera. O sea, un personaje de Cunill¨¦.
¡°Te dir¨¦ siempre la verdad¡±. ?A qu¨¦ verdad se refiere ese narrador que se parece a Llu¨ªs Homar? Est¨¢ la verdad de la vida, siempre incompleta por inaprensible, siempre escap¨¢ndose por los lados, y est¨¢ la verdad del arte, que es un alcohol destilado y embriagador. La verdad art¨ªstica te revela una segunda historia, un relato secreto que has de atrapar.
De la obra emerge ahora otro tr¨ªo. Noche de verano, mucho calor. Un encuentro en una terraza de Gr¨¤cia. De la voz que relata me quedo con la escena de la habitaci¨®n, que parece escrita por Salter. El actor entra, ve los cuerpos desnudos, el hombre bronceado, la mujer blanca. Suena una canci¨®n de Ni?a Pastori. La voz dice: ¡°Esta historia nunca sucedi¨®. Es una fantas¨ªa, y quiz¨¢s la he contado por vanidad de actor, para hacerla cre¨ªble. Y demostrar as¨ª que la verdad en el teatro tiene m¨¢s que ver con la credibilidad que con la realidad. La realidad en bruto es muy poco teatral: hay demasiados tiempos muertos. En el teatro todo ha de ser esencial¡±.
Esenciales son el calor, la desnudez, la piel bronceada y la piel blanca, la canci¨®n de madrugada. Me da igual que Homar nunca viviera ese episodio: le pas¨® a su voz recreada, su voz nocturna, su voz ver¨ªdica. Aunque hay otra posibilidad, claro. Pudo haber sucedido, acorde a aquella antigua paradoja evocada por Cocteau: ¡°?Miente quien dice que miente?¡±.
Cierro el libro. Abro mi cuaderno de notas y releo: ¡°Las conoc¨ª una tarde oscura, en el caf¨¦ Z¨²rich. Luz de lluvia, noviembre excesivo. Dos hermanas, en una mesa del fondo, frente a frente, calladas, escribiendo, vestidas de negro. Como las Bront?, me dije. Elena Posa me hab¨ªa contado que trabajaban en una oficina de las afueras, y al salir iban a un caf¨¦, antes de que los caf¨¦s se convirtieran en lugares inofensivos, y escrib¨ªan durante horas. Despu¨¦s viene una larga conversaci¨®n con Llu¨ªsa en Hampstead, frente al estanque, sentados en uno de esos bancos ingleses que llevan en el lomo el nombre de un muerto y son un poco su esp¨ªritu, y la tarde luminosa que parec¨ªa no acabar de caer. No recuerdo nada de lo que hablamos, pero queda lo m¨¢s importante: aquella tarde entramos en el estado de la narraci¨®n. La verdad¡±.
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