La bondad implacable
Con la misma facilidad con que se le cuelga a alguien el sambenito de hereje, se reparten certificados de lo que podr¨ªa llamarse victimidad
No hay fines nobles que en virtud de su nobleza justifiquen el uso de medios inmundos. Los medios son los fines. Los llamados fines son el medio y la excusa para imponer una dominaci¨®n. Procuro no hacer el menor caso de los fines o los ideales expl¨ªcitos que asegura tener la gente. No hay ninguna dificultad en inventar un ideal luminoso. No cuesta ning¨²n dinero, y casi ning¨²n esfuerzo, salvo el de la simple enunciaci¨®n, y quiz¨¢s alg¨²n gasto en propaganda. Hasta la obtusa sed de sangre de los pistoleros etarras pod¨ªa envolverse en el ideal arc¨¢dico de una comunidad liberada, noble, feliz. El crimen y el terror no eran el medio necesario o disculpable para alcanzar ese fin. Eran el fin en s¨ª mismo, por otra parte muy conocido y muy experimentado en muchos sitios del mundo: la dominaci¨®n de las personas y de las conciencias a trav¨¦s del miedo. No es verdad que distintos ideales, a veces muy alejados entre s¨ª, puedan compartir a veces medios semejantes. La identidad de los medios revela que los fines son exactamente los mismos.
Pero el ideal noble siempre parece que logra mayores disculpas. No es lo mismo al fin y al cabo tener como ideal la primac¨ªa de la raza aria que la igualdad y la fraternidad entre todos los seres humanos. Todos los puritanos religiosos y pol¨ªticos han desconfiado siempre de las im¨¢genes, sobre todo si eran im¨¢genes de cuerpos humanos desnudos, y en general de cualquier forma de arte, de literatura, de fantas¨ªa no controlada o regimentada por ellos. Los integristas religiosos defienden la censura de palabras e im¨¢genes en nombre de la salvaci¨®n de las alma en la vida eterna. Pero da la casualidad de que una censura igual de rigurosa se ha defendido y se ha impuesto en otras ¨¦pocas en nombre de ideales laicos y emancipadores. La Iglesia cat¨®lica proscrib¨ªa la desnudez de los cuerpos porque incitaba al pecado y por tanto a la perdici¨®n, y por eso las personas progresistas nos rebelamos contra ese despotismo. ?Vamos a aceptar que se proh¨ªban los cuerpos desnudos o se pongan l¨ªmites a la libertad de expresi¨®n en nombre del ideal admirable de la dignidad y la igualdad entre las personas? En el mundo comunista la homosexualidad fue tan perseguida como en los pa¨ªses de sofocante hegemon¨ªa cat¨®lica. ?Era m¨¢s disculpable la homofobia de Fidel Castro que la del general Franco y sus obispos obsequiosos? En ambos casos el ideal diverso es un pretexto, y la finalidad, la misma: literalmente, invadir la intimidad de las personas y joderles la vida. A todos nos gusta manifestar nuestro esc¨¢ndalo por la agresi¨®n reaccionaria, pol¨ªtica y religiosa, contra la Olympia de Manet y contra Madame Bovary. La pregunta es cu¨¢l ser¨¢ nuestra actitud si la censura puritana se ejerce en nombre de causas con las que nos identificamos; incluso si en nombre de esas mismas causas se limitan derechos sagrados de las personas.
Algunos de nosotros llegamos a conocer en nuestra adolescencia la groser¨ªa de la censura, la inseguridad de un sistema sin garant¨ªas jur¨ªdicas en el que ser sospechoso equival¨ªa a ser culpable, la manipulaci¨®n del pasado al servicio del poder pol¨ªtico y de la Iglesia cat¨®lica, la eliminaci¨®n completa de nombres y de periodos de la historia. Porque conocimos aquello quiz¨¢s estamos m¨¢s adiestrados para advertir el regreso de los s¨ªntomas inmemoriales de autoritarismo que ahora empiezan a ejercerse no en nombre de la ortodoxia patri¨®tica o religiosa, sino del m¨¢s sagrado respeto a las minor¨ªas, a los m¨¢s vulnerables, a las v¨ªctimas de abusos sexuales, a las mujeres maltratadas y postergadas. La vieja trampa vuelve a saltar con el automatismo de siempre: prohibimos algo o condenamos sin juicio a alguien porque queremos hacer justicia a los oprimidos y salvaguardar a los inocentes; si t¨² no acatas nuestra prohibici¨®n ni das por l¨ªcita de antemano nuestra condena es porque eres c¨®mplice de los opresores y de los culpables. Pero adem¨¢s no basta con el castigo, ni con corregir el presente: hay que borrar al castigado, su presencia y su obra; hay que dilatar retrospectivamente su condena; hay que cambiar el pasado para que no queden en ¨¦l testimonios que puedan perturbar nuestra beatitud presente y futura.
La National Gallery de Washington ¡°pospone¡± una muestra de Chuck Close al ser acusado de abusos. La simple acusaci¨®n lo ha convertido en culpable
Asociaciones virtuosas exigen al Metropolitan Museum de Nueva York que esconda un cuadro de Balthus, igual que hace veintitantos a?os exig¨ªan que se retirara de una exposici¨®n la Maja desnuda de Goya. Si la prohibici¨®n se hace en nombre del puritanismo religioso, parece inaceptable: basta cambiar el ideal y se convierte en una reivindicaci¨®n liberadora. La National Gallery de Washing?ton acaba de ¡°posponer¡± una exposici¨®n del pintor Chuck Close porque varias modelos lo acusan de lo que antes se llamaba ¡°propasarse¡±. Chuck Close lleva paralizado en una silla de ruedas desde hace 30 a?os. La simple acusaci¨®n lo ha convertido en culpable. Hay sospechosos a los que no se les concede la presunci¨®n de inocencia. Otros museos de Estados Unidos han descolgado obras de Close que estaban expuestas en sus salas. La culpa autom¨¢tica del acusado infecta de inmediato a su obra. Lo que ha hecho o no ha hecho, la sombra que cae sobre ¨¦l, extiende un maleficio t¨®xico que debe ser suprimido. No basta la afrenta p¨²blica. El castigo no es suficiente. Cualquier duda, cualquier flaqueza o concesi¨®n, es una injuria a?adida a las v¨ªctimas, a todas ellas, literales o no, cercanas o lejanas. Con la misma facilidad con que se le cuelga a alguien el sambenito de hereje y se le condena a la lapidaci¨®n o a la hoguera, se reparten certificados de lo que podr¨ªa llamarse victimidad. ?Qui¨¦n puede pedir que no se retiren de un museo, o no se borren de la historia del arte, obras que tienen un origen tan emponzo?ado, y cuya mera existencia, ni siquiera contemplaci¨®n, ofende tanto, provoca tanto sufrimiento?
El delito es tan grave que igual que anula la presunci¨®n de inocencia, tampoco admite la eximente de la muerte. Reos vivos y muertos se mezclan en el desfile diario de la nueva Inquisici¨®n: Woody Allen, Balthus, Picasso, Egon Schiele, Caravaggio. Chuck Close defiende en vano su inocencia y dice amargamente: ¡°Me han crucificado¡±. Es una lapidaci¨®n m¨¢s bien, una quema en la hoguera. Es el principio eterno de fanatismo purificador que adapta en cada ¨¦poca un disfraz religioso, o pol¨ªtico, seg¨²n convenga, siempre con la misma sonrisa de implacable bondad.
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