Agua y aceite
El recibimiento a Jean-Guihen Queyras y Alexandre Tharaud demuestra que el p¨²blico tiene memoria musical, y emocional
El p¨²blico tiene memoria musical, y emocional. As¨ª se explican los m¨¢s que c¨¢lidos aplausos con que fueron saludados Jean-Guihen Queyras y Alexandre Tharaud al comienzo de su recital. Hay que entender que iban dirigidos especialmente al violonchelista franc¨¦s, que toc¨® en la misma sala y en el mismo ciclo con dos ilustres compatriotas (Eric Le Sage y Emmanuel Pahud) hace muy poco, el 24 de enero, y, sobre todo, que dej¨® una huella indeleble en la Sala de C¨¢mara del Auditorio Nacional cuando abord¨®, en un mismo concierto, las seis Suites para violonchelo de Bach el 28 de mayo de 2016. Aquella vivencia no es f¨¢cil de desplazar de la memoria. Si a ello le a?adimos sus numerosas visitas durante a?os como integrante del Cuarteto Arcanto, resulta m¨¢s que comprensible que el p¨²blico recibiera a Queyras como a un viejo amigo. Su modestia y simpat¨ªa -naturales, no impostadas- ayudan a reforzar la conexi¨®n.
Tocaba por primera vez en Madrid con uno de sus pianistas habituales, Alexandre Tharaud, al que muchos recordar¨¢n por su participaci¨®n en Amour, la pel¨ªcula de Michael Haneke, en la que interpreta a un antiguo alumno del personaje que encarna Emmanuelle Riva. No parece, sin embargo, el mejor de los acompa?antes, al menos no en todos los repertorios. Sac¨® su mejor yo en la primera obra del programa, una versi¨®n para violonchelo y piano -contenida, intimista y delicada- de una de las sonatas para viola da gamba y continuo de Bach, una de sus grandes especialidades: no en vano Tharaud empez¨® a despuntar como un magn¨ªfico y original int¨¦rprete al piano del repertorio barroco, no s¨®lo de Bach, sino tambi¨¦n de sus compatriotas Jean-Philippe Rameau y Fran?ois Couperin, apenas frecuentados por los pianistas.
Obras de Bach, Shostak¨®vich, Berg y Brahms.
Jean-Guihen Queyras (violonchelo) y Alexandre Tharaud (piano).
Auditorio Nacional, 6 de febrero.
Sin embargo, a partir de la Sonata op. 40 de Shostak¨®vich, empezaron a detectarse dos mundos muy diferentes. Por un lado, el violonchelo d¨²ctil -suave y poderoso, po¨¦tico e ir¨®nico, quedo e incisivo- de Queyras y, por otro, un piano siempre correcto, pero mucho m¨¢s plano, sin mordiente en los movimientos r¨¢pidos, demasiado domesticado y sin esa articulaci¨®n precisa y di¨¢fana que demanda la m¨²sica del ruso. En la manera de tocar de su compa?ero, en cambio, se suced¨ªan los detalles de gran clase y el mayor de todos ellos lleg¨®, quiz¨¢, en la secci¨®n central del movimiento lento, fraseada de una manera reveladora por s¨ª sola de su inmensa talla: muy pocos violonchelistas actuales podr¨ªan igualarla.
Resulta discutible que las Cuatro Piezas op. 5 de Alban Berg puedan o deban tocarse con otro instrumento que no sea el clarinete. Todo en ellas parece tan pensado para la sonoridad y la t¨¦cnica de este instrumento de viento que su apropiaci¨®n por parte de uno de cuerda parece casi una intromisi¨®n. Esta sensaci¨®n se vio atemperada de nuevo por el arte de Queyras, que hizo suyas las notas con naturalidad, acompa?ado ahora con mejor tino con Tharaud, aqu¨ª poco generoso a la hora de traducir las infinitas gradaciones din¨¢micas indicadas por Berg en la partitura. Con la obra que cerraba el concierto, ambos artistas publicitaban, como cada vez es m¨¢s habitual, su ¨²ltima grabaci¨®n, dedicada ¨ªntegramente a la m¨²sica de Brahms. Y el agua y el aceite volvieron a no poder mezclarse en una versi¨®n extraordinaria por parte de Queyras, que empez¨® con el feliz presagio de no valerse de un arm¨®nico en el Sol que abre el s¨¦ptimo comp¨¢s, habitual en casi todos los violonchelistas, lo que rompe por completo la frase. La milagrosa melod¨ªa del joven Brahms nos lleg¨®, adem¨¢s, envuelta en una extra?a aura al prescindir Queyras por completo de vibrato.
Son precisamente los muy diferentes tipos de vibrato una de las caracter¨ªsticas m¨¢s relevantes y originales de la t¨¦cnica del franc¨¦s, en la que tambi¨¦n destacan su perfecto control del sonido, en cualesquiera din¨¢micas, su variedad de golpes de arco (en algunas notas suaves sin apenas peso y desasiendo casi la mano derecha de la vara) y un legato sin aparentes fronteras, que acerca en muchos momentos su instrumento (de Gioffredo Cappa) a la voz humana. En contra de lo que suele ser habitual, Queyras parec¨ªa estar en todo momento m¨¢s pendiente de Tharaud que viceversa, y el pianista volvi¨® a mostrarse demasiado fr¨ªo, g¨¦lido a ratos, y s¨®lo se apart¨® de ese guion en un s¨²bito, ef¨ªmero y binvenido arranque de emotividad mediado el tercer movimiento, que el ferviente bachiano Brahms compuso, por cierto, como una barroquizante fuga. Fuera de programa tocaron sendas transcripciones de dos Danzas H¨²ngaras de Brahms (und¨¦cima y quinta, la m¨¢s famosa de la colecci¨®n), aplaudidas con entusiasmo por un p¨²blico que volvi¨® a rendirse ante el arte grande y cercano de uno de los mejores violonchelistas actuales.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.