En la biblioteca del azar
El azar te saca de quicio y cambia el rumbo de las lecturas, actuando de ant¨ªdoto contra las obsesiones y las inercias, contra lo que se lleva
El azar es un eficiente bibliotecario ciego. A m¨ª no para de regalarme novedades sorprendentes a las que nunca habr¨ªa llegado a trav¨¦s del tosco algoritmo de las recomendaciones de Amazon. Amazon me llama de t¨² y por mi nombre de pila, pero no sabe a qu¨¦ atenerse conmigo. Me propone atropelladamente lecturas de acuerdo con mis ¨²ltimas b¨²squedas, pero como mi curiosidad es variada y caprichosa, el algoritmo c¨¦lebre acaba confundi¨¦ndolo todo, y ya se ve que se rinde y me ofrece cualquier cosa, con una mezcla de sobreabundancia y de monoton¨ªa que es una receta segura para el aburrimiento lector.
El azar no se equivoca nunca. Es un bibliotecario an¨¢rquico que ignora las coacciones de la moda y de la actualidad. Sus aliados frecuentes son los vendedores de los puestos callejeros y los de las librer¨ªas de segunda mano. Una parte de mis mejores lecturas de los ¨²ltimos 14 o 15 a?os sol¨ªa encontrarla en los tenderetes de las aceras de Broadway, en el Upper West Side de Manhattan y m¨¢s arriba, en Morningside Heights, en las cercan¨ªas de la Universidad de Columbia. Los estudiantes de Columbia iban por la calle ensimismados en sus m¨®viles y ni siquiera reparaban en aquellos tesoros en venta por unos pocos d¨®lares, pero hab¨ªa siempre haraganes sin graduaci¨®n que pasaban el rato rebuscando libros y charlando con los vendedores, muchos de ellos personajes m¨¢s estramb¨®ticos que los de las novelas que ofrec¨ªan. No hab¨ªa cl¨¢sico de la literatura universal ni obra maestra contempor¨¢nea que no pudiera encontrarse en uno de aquellos mostradores de aglomerado por un m¨¢ximo de cinco d¨®lares.
Uno cambia de continente y de ciudad, pero no ¡°de vida y costumbres¡±, como dice el Busc¨®n de Quevedo. Hace un par de semanas, en un puesto de esa feria de libros usados que se instala cada s¨¢bado a espaldas de la librer¨ªa Bertrand, en Lisboa, al solecillo suave del invierno, encontr¨¦ una antolog¨ªa de textos breves de Henri Michaux, en una de esas ediciones refinadas y austeras de Gallimard, la tipograf¨ªa negra y roja sobre el fondo crema. Yo no ten¨ªa la menor urgencia y ni siquiera la menor intenci¨®n de leer a Henri Michaux en este momento, pero el libro lleg¨® a mis manos y se ha instalado ante m¨ª con una apelaci¨®n imperiosa, y ahora lo llevo conmigo, lo abro al azar y lo leo a rachas, y esta prosa inesperada agrega su tonalidad particular a la atm¨®sfera de los d¨ªas.
El azar te saca de quicio y cambia sin respeto el rumbo de las lecturas, actuando como un ant¨ªdoto contra las obsesiones y las inercias, contra la seducci¨®n insidiosa de lo que se lleva. No hay prop¨®sito ni esfuerzo consciente que no pueda ser mejorado por la irrupci¨®n del azar. Cosas que me importan mucho de antemano se revelan superfluas y otras que surgieron sobre la marcha o por pura sorpresa me conceden redoblado lo que cre¨ª perder con la decepci¨®n de lo que m¨¢s buscaba. Me pasa escribiendo igual que leyendo, o viendo pel¨ªculas, o escuchando m¨²sica. Me pasa en casi cualquier circunstancia de la vida. Por eso voy aprendiendo a tomar con algo de escepticismo mis proyectos m¨¢s firmes, y a permanecer alerta y disponible para lo que pueda presentarse.
Curzio Malaparte escribe con un desapego est¨¦tico que hiela la sangre y de repente tiene arrebatos verdaderos de compasi¨®n hacia los inocentes y de asco hacia los verdugos
Voy muy r¨¢pido por la calle camino de una exposici¨®n que est¨¢ muy recomendada y para la que se me hace tarde. Pero estoy pasando junto a los puestos de la Cuesta de Moyano y me cuesta mucho no acercarme a ellos. Unos minutos m¨¢s que pierda y no me quedar¨¢ tiempo para ver con algo de tranquilidad la exposici¨®n. Mirar¨¦ uno nada m¨¢s, un momento, sin detenerme, sin comprar nada, solo por ceder a la curiosidad, al h¨¢bito, al puro vicio. Un t¨ªtulo atrae mis ojos, una portada llamativa, de aquella colecci¨®n de bolsillo que publicaban colectivamente varias editoriales en los a?os setenta: Escritos sobre arte, de Jean Dubuffet. Son cartas, conferencias, art¨ªculos, apuntes sueltos, una promesa s¨²bita, una tentaci¨®n a la que no s¨¦ resistirme. El libro se public¨® en 1975. Yo acabo de encontrarlo en 2018. Pero ya no hay tiempo. Y sin embargo, un poco m¨¢s all¨¢, otra portada me atrapa, m¨¢s chocante todav¨ªa, ex¨®tica en su colorido vulgar y en su aire de ¨¦poca: Ka?putt, nada menos, de Curzio Malaparte, una de aquellas novelas ¡°fuertes¡± y vagamente escandalosas que llegaban a las estanter¨ªas de la clase media espa?ola en los a?os sesenta, en la colecci¨®n Reno, con portadas truculentas como carteles de pel¨ªculas, con la letra muy apretada y el papel muy malo.
Con los dos libros en la cartera llego muy apurado a la exposici¨®n. Me queda una hora para verla. La veo entera en 20 minutos, avanzando por las salas contra un gran glaciar de tedio.
Pero en el autob¨²s, de vuelta a casa, ya voy sumergido por completo en Kaputt. La traducci¨®n, de 1962, es de R. Coll Robert. Curzio Malaparte fue un fascista de primera hora que luego se pele¨® con Mussolini y lleg¨® a estar varias veces en la c¨¢rcel. Durante la II Guerra Mundial, trabaj¨® a medias como corresponsal y como diplom¨¢tico y escribi¨® cr¨®nicas desde el frente del Este para el Corriere della Sera. Kaputt est¨¢ escrita al mismo tiempo, sobre la marcha, como a borbotones, con una inmediatez y una visceralidad que resaltan a¨²n m¨¢s el horror de las experiencias que cuenta. Malaparte alternaba con algunos de los grandes matarifes nazis y con los diplom¨¢ticos de los pa¨ªses fascistas y los neutrales. Tambi¨¦n asist¨ªa a ras de suelo al espect¨¢culo de las batallas, los bombardeos, las ejecuciones masivas, la extra?a supervivencia de la belleza del mundo natural en los m¨¢rgenes de la destrucci¨®n humana. Curzio Malaparte es un C¨¦line de menos altura literaria, pero de semejante crudeza en la observaci¨®n de lo espantoso. Escribe con un desapego est¨¦tico que hiela la sangre y de repente tiene arrebatos verdaderos de compasi¨®n hacia los inocentes y de asco hacia los verdugos. Su retrato del genocida Hans Frank en el castillo de los reyes polacos de Cracovia tiene una cualidad de esperpento sanguinario. Haber visto tan de cerca a gente as¨ª y haber sobrevivido para contarlo sin perder la raz¨®n y sin contaminarse de vileza es una haza?a que va m¨¢s all¨¢ de la literatura. El testimonio de lo que se ha vivido adquiere una vehemencia de pesadilla surgida de la fiebre.
Termino Kaputt y lo pongo al lado de Dubuffet y de Michaux. Quiero formar una biblioteca rigurosa hecha exclusivamente con los mejores hallazgos del azar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.