Emilio de Justo dibuja una faena de emoci¨®n en la plaza de Vistalegre
Decepcionante corrida, en presentaci¨®n y juego, del homenajeado Victorino Mart¨ªn
Mart¨ªn / D¨ªaz, Luque, De Justo
Seis toros de Victorino Mart¨ªn, justos de presentaci¨®n, con cara, pero escurridos y anovillados, y de juego desigual; el tercero, con casta y peligro, y el cuarto, de buena condici¨®n y gran fijeza.
Curro D¨ªaz: estocada casi entera desprendida (saludos tras leve petici¨®n); estocada baja y delantera (oreja).
Daniel Luque: estocada baja (saludos); pinchazo y pinchazo hondo (silencio).
Emilio de Justo: estocada trasera y tendida ¡ªaviso¡ª y descabello (oreja); bajonazo (saludos).
Palacio Vistalegre. Primer festejo de la Feria de Invierno de Madrid. Corrida homenaje a Victorino Mart¨ªn Andr¨¦s, fallecido el pasado 3 de octubre. 17 de febrero. Alrededor de media plaza.
Durante los siete u ocho minutos que dur¨® la faena de Emilio de Justo al tercer toro de la tarde los espectadores y aficionados que se dieron cita en el Palacio Vistalegre para homenajear al ganadero Victorino Mart¨ªn Andr¨¦s vivieron en sus carnes la emoci¨®n del toreo. Los ¡®bien¡¯ y los aplausos protocolarios se tornaron en sentidos ¡®ol¨¦s¡¯ y en vibrantes ovaciones. La raz¨®n es que en el ruedo se hab¨ªan encontrado un toro y un torero.
El trasteo ejecutado por el diestro extreme?o no fue perfecto ni completamente lucido, pero y qu¨¦. All¨ª hab¨ªa emoci¨®n y verdad. El toro de Victorino -o novillo, luego se ver¨¢ por qu¨¦- tuvo la principal virtud de la transmisi¨®n. La transmisi¨®n que da la casta. Pero tambi¨¦n las dificultades y la exigencia que conlleva esta condici¨®n. Sin terminar de humillar ni entregarse, el c¨¢rdeno ejemplar de la divisa azul y encarnada mantuvo hasta el final una actitud desafiante y, por momentos, respondi¨® con brusquedad y violencia.
Pero De Justo no se amilan¨®. Siempre bien colocado, muy de verdad, le plant¨® cara y firm¨® una obra de enorme valor que remat¨® con una estocada trasera y tendida -y un descabello posterior-, que cobr¨® tir¨¢ndose muy derecho encima del morrillo de su oponente. Esperando al animal con la muleta retrasada, aguant¨® los parones, y dibuj¨® muletazos que tuvieron largura y verdad. Cada vez que llegaba el momento del embroque, nadie sab¨ªa si el torero seguir¨ªa con los pies en el suelo. Y, tras el remate, una mezcla de entusiasmo y alivio se liberaba en los tendidos. La oreja, de peso. Su labor frente al manso y deslucido sexto estuvo cargada, de nuevo, de entrega y pundonor, pero fue un tanto embarullada.
Al tercero se le deber¨ªa haber recibido con el ¡®cumplea?os feliz¡¯. Melonchero, que as¨ª se llamaba el animal, cumpl¨ªa los cuatro a?os este mes de febrero. Es decir, podr¨ªa haberse lidiado igualmente como utrero. Algo as¨ª, en una corrida de Victorino, no tiene perd¨®n. Sobre todo, teniendo en cuenta que no fue la excepci¨®n, sino la norma. Los otros cinco astados que saltaron al ruedo acababan de cumplir los cuatro, en enero o diciembre. Utreros adelantados, que se dijo siempre. Y en la apariencia se not¨®, vaya si se not¨®. El encierro tuvo cara, pero solo eso. Chicos y vareados todos, y alguno, como el quinto, era una cabra. Y todos, o casi todos, lucieron una expresi¨®n de adolescentes y no de hombres con toda su barba, como esos cinque?os que dieron gloria a este hierro.
El cuarto, el m¨¢s toro de la corrida, fue, adem¨¢s, el que m¨¢s empuj¨® en el caballo. Aunque bien es verdad que acudi¨® al relance, meti¨® la cabeza bajo el peto y se llev¨® al picador hasta el mismo centro del ruedo. Y ah¨ª se acab¨® la historia porque su matador, Curro D¨ªaz, nos priv¨® de un segundo puyazo (ya un tercero o cuarto es pura utop¨ªa). D¨ªaz, que ante el noble primero solo hab¨ªa dejado un par de detalles de torer¨ªa y se hab¨ªa mostrado acelerado, evidenci¨® falta de ambici¨®n cuando, tras una notable tanda al natural en la que se sinti¨® toreando, se limit¨® a ponerse bonito, a citar fuera cacho y a pasar al toro lo m¨¢s r¨¢pido posible, antes de irse a por la espada entre la sorpresa general. La orejita que le dieron tras un espadazo bajo y delantero fue de sonrojo.
Daniel Luque, tan correcto y t¨¦cnico como carente de pasi¨®n y alma, sobresali¨® en un cambio de mano, un par de redondos, y un pase de pecho ante el segundo, que solo sac¨® casta a la hora de morir, y se estrell¨® con el morucho quinto, que no pasaba.
Babelia
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