La imp¨²dica vida de Johnny Hallyday
Llega 'A toda tralla', la primera biograf¨ªa espa?ola del gigante que domin¨® el pop franc¨¦s durante m¨¢s de medio siglo
En la madrugada del 5 de diciembre, el donostiarra Felipe Cabrerizo pon¨ªa punto final a su biograf¨ªa de Johnny Hallyday. Antes de apagar el ordenador, ech¨® una mirada a las ¨²ltimas noticias de France Presse. Le golpearon las tres palabras que iban a despertar al pa¨ªs vecino: ¡°Johnny est mort¡±. Le despedir¨ªan un mill¨®n de parisinos, tras una ceremonia a la que acudieron los tres ¨²ltimos presidentes de la V Rep¨²blica. Se le ofreci¨® un lugar en el Pante¨®n de hombres ilustres, entre pensadores y h¨¦roes de la resistencia, pero hab¨ªa elegido ser enterrado en San Bartolom¨¦, una isla de ultramar, siguiendo tal vez el ejemplo de Jacques Brel, que reposa en su rinc¨®n de Polinesia. De su voluntad de imbricarse en la gran tradici¨®n de la chanson francesa hablaremos luego.
Cabrerizo iniciaba una carrera fren¨¦tica para poner su reci¨¦n terminado tomo (Johnny Hallyday. A toda tralla, Expediciones Solares) en los puntos de venta, antes de que se extinguieran los ecos del fallecimiento. En lo que llevamos de siglo, no se ha visto tal conmoci¨®n social por la muerte de un cantante, pero estamos ante un fen¨®meno exclusivamente franc¨¦s (o franc¨®fono, seamos exactos). Johnny cuenta con una enorme bibliograf¨ªa pero, piensa Cabrerizo, el suyo es el primer libro en otra lengua.
Ciertamente, no encontrar¨¢n una figura equivalente en todo el planeta. Un vocalista que no compon¨ªa, que naveg¨® por todas las modas, que presum¨ªa de tipo duro pero triunf¨® a lo grande con baladas. Excepto por patinazos puntuales, estuvo en la cresta de la ola desde 1960. Su magnetismo creci¨® en vez de disminuir: en las ¨²ltimas d¨¦cadas, ofrec¨ªa tandas de conciertos en el Palacio de Bercy (19.000 espectadores), el Parque de los Pr¨ªncipes (50.000) y recintos a¨²n mayores.
Entraba en juego m¨¢s que la m¨²sica, evidentemente. Se palpaba la identificaci¨®n de buena parte de Francia con este divo grandull¨®n que tuvo una infancia de follet¨ªn, alejado de sus padres, (mal) educado en el circuito de las variedades, tocado por el rayo del rock & roll gracias a una pel¨ªcula de Elvis. Y no olviden la coyuntura: surge en la segunda mitad de los llamados 30 A?os Gloriosos, cuando el desarrollo econ¨®mico borra la pesadilla de las guerras coloniales, el terrorismo en la metr¨®poli, la amenaza del golpismo militar.
El baby boom se tradujo en una explosi¨®n de la cultura juvenil, que en Francia engendr¨® el yey¨¦. Aunque encuadrado en el movimiento Salut les Copains, Johnny se situaba por encima de aquella tropa gracias a la gravedad de su repertorio y su agilidad para asimilar tendencias: en 1961 ya grababa en Londres con los mejores mercenarios locales, al a?o siguiente estaba en Nashvile, trabajando en el legendario estudio de Owen Bradley.
Atenci¨®n: Johnny reforzaba su credibilidad tocando la t¨²nica de estrellas for¨¢neas. Cierto que fich¨® como telonero a Jimi Hendrix cuando el guitarrista acababa de aterrizar en Londres, puede que sea verdad que ¡°intim¨®¡± con la novia de Keith Richards, asegura que el Bob Dylan de 1966 se aloj¨® unos d¨ªas en su casa de Par¨ªs ¡°pero no me dirig¨ªa la palabra cuando nos cruz¨¢bamos por los pasillos¡±. Uno ya se volv¨ªa incr¨¦dulo cuando aseguraba que Otis Redding quiso grabar con ¨¦l y se siente un poco de verg¨¹enza ajena cuando alardeaba de topetazos alcoh¨®licos con Janis Joplin o Jim Morrison.
La verdad: Johnny iba de turista por la contracultura. Cuando ocurrieron los disturbios de Mayo del 68, acudi¨® de espectador en su Rolls Royce blanco; espantado ante la violencia, sali¨® pitando hacia la Costa Azul. M¨¢s adelante, ya no tendr¨ªa que fingir. Patrick Eudeline, famoso cr¨ªtico musical, logr¨® una audiencia informal con su adorado Johnny: le pregunt¨® qui¨¦n era el artista vivo que m¨¢s le impresionaba. Se le cayeron los palos del sombrajo cuando le respondi¨® que¡Elton John.
No, Hallyday no ejerc¨ªa de hipster: lo suyo era pillar ideas impactantes, aptas para ser recicladas. Para su estreno de 1998 en el Estadio de France (90.000 personas), quiere representar una famosa escena de Apocalypse now, aquel enjambre de helic¨®pteros en formaci¨®n de ataque mientras suena la ¡°Cabalgata de las valquirias¡±; solo le permiten un aparato, que finge depositarle en la cubierta del estadio. En realidad, se trata de un extra; las im¨¢genes de Hallyday descolg¨¢ndose hab¨ªan sido previamente grabadas.
El modus operandi de Johnny era comercialmente impecable: cuando se acab¨® el fil¨®n de hacer versiones de hits for¨¢neos, contrat¨® a compositores eficaces -Michel Berger, Jean-Jacques Goldman, Pascal Obispo- que proporcionaban densidad emocional a su personaje. A continuaci¨®n, montaba espect¨¢culos apabullantes, que enlataba en CD y DVD. Todo se consum¨ªa con voracidad.
Franceses de varias generaciones simpatizaban con ese chico de la calle, hecho a s¨ª mismo, insumiso ante las convenciones morales. Para compensar, deb¨ªa enfatizar sus desdichas. La suya fue una vida al desnudo, prevista para que los medios amplificaran sus amores y divorcios, las broncas callejeras y las estancias en Urgencias, los accidentes automovil¨ªsticos y los problemas con la coca¨ªna, las peleas con Hacienda y los conflictos con David (el hijo que tuvo con Sylvie Vartan).
A pesar de semejante carga, los cineastas intuyeron su plasticidad. Hizo memorables papeles en pel¨ªculas de Claude Lelouch. Jean-Luc Godard, Patrice Laconte, Costa-Gavras. Y todo sin renegar de la imagen de rocker, aunque su m¨²sica derivara hacia el pop convencional. En los ¨²ltimos tiempos, se acostumbr¨® a despedir sus shows con cl¨¢sicos imperecederos de la chanson, como ¡°Non, je ne regrette rien¡± o ¡°Et maintenant¡±. Por si alguien no se hab¨ªa dado cuenta, recordaba que era hijo de la Piaf, sobrino de Becaud, alumno de Aznavour. Franc¨¦s hasta la m¨¦dula.
Babelia
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