Voces de Venezuela
Editada una antolog¨ªa urgente para explicar la magnitud del desastre que anega el pa¨ªs y ha forzado ya al exilio a tres millones de personas
Dos maleficios a?adidos de la emigraci¨®n forzosa son la invisibilidad y el silencio. En el pa¨ªs de acogida, o de llegada, por decirlo m¨¢s neutro, el emigrado forzoso suele ser invisible para los nativos, a no ser que por su n¨²mero o por su pobreza llegue a percibirse como una molestia. Salvo excepciones, ha llegado a toda prisa, sin contactos, sin un contrato de trabajo, sin perspectivas de que su cualificaci¨®n profesional sea reconocida. El emigrado forzoso muchas veces es un emigrado fugitivo, que sali¨® huyendo con lo poco que ten¨ªa a mano, con poco m¨¢s que unas cuantas direcciones y contactos de compatriotas que lo precedieron en la huida. Y una mudez repentina agranda la invisibilidad. El emigrado puede no hablar el idioma del pa¨ªs de acogida, o hablarlo tan defectuosamente que sus posibilidades de comunicaci¨®n son tan escasas como las de trabajo. La elocuencia que tuvo en su vida anterior, la que todos manejamos en la nuestra, se le ha convertido de pronto en tartamudeo, en un hablar equivocado o incierto, m¨¢s todav¨ªa a causa de la timidez, del sentimiento de la indiferencia o la hostilidad del ambiente. El que sab¨ªa explicarse con toda la rica fluidez de su idioma y el pleno dominio de sus referencias culturales visibles o impl¨ªcitas ahora parece confinado en una tosquedad preverbal.
El emigrado forzoso entonces se cobija entre los suyos. Muchos o pocos, siempre son una burbuja impermeable y aislada. En Berl¨ªn, en los a?os veinte, hab¨ªa centenares de miles de rusos escapados de Rusia: publicaban sus propios peri¨®dicos, a veces con grandes tiradas, escrib¨ªan en ruso y editoriales rusas los difund¨ªan, pero no exist¨ªa el menor punto de contacto con la cultura alemana en la que viv¨ªan. Vlad¨ªmir Nabokov, en Berl¨ªn, era a la vez un autor c¨¦lebre y un autor invisible para quien no leyera en ruso.
Lo raro es que la mudez sea casi id¨¦ntica cuando el idioma de los emigrados forzosos es el mismo del pa¨ªs de llegada. En muchos casos el acento ya puede desatar el recelo. Las diferencias anecd¨®ticas de entonaci¨®n o de vocabulario no son tan marcadas como para justificar la dificultad de comunicaci¨®n, la soledad de la voz forastera que se alza y el silencio con el que es recibida. El emigrado llega en situaci¨®n de penuria a lugares ya agobiados por su propia dosis de aflicci¨®n. Viene cargado de problemas angustiosos y quiere cont¨¢rselos a personas que creen tener ya bastante con los suyos, y que prefieren no hacer el esfuerzo de imaginaci¨®n necesario para ponerse en el lugar del que llega. Tambi¨¦n puede que a la falta de imaginaci¨®n se una el prejuicio xen¨®fobo, o el prejuicio ideol¨®gico. El que con frecuencia lo ha perdido todo y hasta se ha jugado la vida para huir de su pa¨ªs puede estar huyendo de un r¨¦gimen que goce de las simpat¨ªas pol¨ªticas de un cierto n¨²mero de personas influyentes en el pa¨ªs de llegada. En ese caso el emigrado recibe una agresividad tan virulenta que al principio le parece inexplicable: no sabe que es un testigo inc¨®modo al que ser¨¢ prioritario silenciar y desacreditar; sabe que es una v¨ªctima, pero se encuentra se?alado como culpable, incluso como traidor.
El emigrado forzoso quiere que lo dejen vivir y que lo dejen explicarse, y que sus palabras no se queden reducidas al c¨ªrculo de sus compatriotas. El emigrado tiene muchas cosas inauditas que contar. Nosotros, en Espa?a, desde el final del franquismo, seg¨²n se impon¨ªan las dictaduras militares en Am¨¦rica Latina, hemos podido escuchar las voces y las historias de los fugitivos que iban llegando en olas sucesivas, contadas en nuestro idioma, con acentos que aprend¨ªamos poco a poco a identificar, afinando nuestro o¨ªdo peninsular a m¨²sicas tan diversas. Aquellas tierras hab¨ªan acogido unas d¨¦cadas antes a nuestros propios desterrados. Ahora la libertad era abolida en ellas al mismo tiempo que se abr¨ªa para nosotros. Primero aprendimos a distinguir el acento chileno, luego el del R¨ªo de la Plata, siempre el cubano, m¨¢s tarde el colombiano, cuando arreciaba la violencia del narco, el de Per¨² con el despotismo corrupto de Fujimori.
El emigrado forzoso entonces se cobija entre los suyos. Muchos o pocos, siempre son una burbuja impermeable y aislada
El ¨²ltimo acento, el l¨¦xico nuevo en el que nos estamos educando, es el de Venezuela. Yo empec¨¦ a acostumbrarme a ¨¦l en Nueva York. Es un acento de tonalidad muy caribe?a, una lengua con una gran riqueza de giros y expresiones singulares, con una flexibilidad que hace tan evidente la dulzura y la cortes¨ªa como el borbot¨®n deslenguado del habla popular. Ahora, en Madrid, igual que desde hace ya bastantes a?os en Nueva York o en Miami, una di¨¢spora venezolana masiva se encuentra en todas partes; y como est¨¢ nutrida sobre todo de gente cualificada, instruida, luchadora, de convicciones democr¨¢ticas, de un amor inquebrantable por el pa¨ªs en el que ya no pod¨ªan seguir viviendo, es una di¨¢spora de voces que se explican con mucha claridad y vehemencia y quieren ser escuchadas.
Las personas emigran, o escapan, y tambi¨¦n las editoriales. Una de ellas, Kalathos, que ten¨ªa su sede en Caracas, acaba de publicar su primer libro venezolano en Espa?a. Se titula Siete sellos: Cr¨®nicas de la Venezuela revolucionaria. Es una antolog¨ªa urgente que ha compilado Gisela Kozak Rovero, aludiendo a los siete sellos del Apocalipsis de san Juan para explicar la magnitud del desastre que ahora mismo sigue anegando su pa¨ªs y ha forzado ya al exilio a tres millones de personas. Una dificultad que tiene el fugitivo para ser escuchado es que con mucha frecuencia lo que ha vivido y tiene que contar es literalmente incre¨ªble; otra casi igual de grave es que las dictaduras de mucho espesor ideol¨®gico tienden a apoderarse de las palabras fundamentales y a tergiversarlas en su propio beneficio, volvi¨¦ndolas in¨²tiles para la expresi¨®n de lo real. Cada uno a su manera, los 24 cronistas que participan en el libro hacen el esfuerzo de resaltar los hechos frente al desconocimiento y la propaganda y de rescatar las palabras precisas para contar la verdad. La cr¨®nica de gran envergadura literaria y rigor testimonial es ya una tradici¨®n del periodismo en Am¨¦rica Latina. Los relatos sobre el autoritarismo, el crimen, el hambre, la enfermedad, el martirio, la perversidad, la di¨¢spora ¡ªlos siete sellos de la calamidad venezolana¡ª componen un moral alucinante sobre el r¨¢pido declive de un pa¨ªs de riqueza asombrosa hundido ahora en la miseria, tan da?ado por el despotismo y la ceguera ideol¨®gica como por la corrupci¨®n, la arbitrariedad, el puro mal gobierno. Escribir bien puede ser la mejor manera de contar bien la realidad. Ojal¨¢ las voces venezolanas de este libro sean escuchadas fuera del gueto del destierro.
¡®Siete sellos: Cr¨®nicas de la Venezuela revolucionaria¡¯. Varios autores. Compilaci¨®n de Gisela Kozak Rovero. Kalathos, 2017. 327 p¨¢ginas. 20 euros.
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