El diccionario como cementerio
No solo son mortales los libros, tambi¨¦n lo son las palabras que desaparacen, se tornan ambiguas o cambian de significado
Quien oye de continuo otro idioma a su alrededor tiene a veces la tendencia a sumergirse profundamente en su propia lengua, m¨¢s o menos como un submarinista. Existe un diccionario de la lengua neerlandesa cuya redacci¨®n se inici¨® en 1864 y que por fin se ha terminado recientemente. La primera vez que vi el diccionario completo, un interminable n¨²mero de vol¨²menes que parec¨ªan ocupar metros de espacio, fue en la Universidad de San Diego. En mi casa de ?msterdam est¨¢n todos por el suelo ¡ªno tengo otro sitio donde colocarlos¡ª. A veces paso horas enfrascado en la lectura del diccionario y me siento entonces como dentro de un batiscafo que desciende hacia las profundidades infinitas de mi lengua, donde habitan palabras que nunca he visto ni le¨ªdo, nombres de objetos extinguidos, oficios inconcebibles, variantes ling¨¹¨ªsticas y sin¨®nimos que ya nadie conoce, citas extra¨ªdas de poemas ya desaparecidos y libros que deben probar que esas palabras o expresiones existieron alguna vez de verdad en un tiempo que ya qued¨® atr¨¢s para siempre. Es un mundo extra?o ese de las profundidades. Me gusta pronunciar en voz alta las palabras naufragadas para que parezca que vuelven a la vida al menos una vez m¨¢s, pero al cabo de un par de horas regreso al mundo donde han perdido su validez y es como si llegara a un pa¨ªs extranjero con billetes de banco sin valor.
Me gusta pronunciar en voz alta las palabras naufragadas para que parezca que vuelven a la vida al menos una vez m¨¢s
Como es l¨®gico, me fue imposible llevarme a Menorca mi diccionario infinito. En mi casa de la isla tengo un ejemplar de 1950, que ya consta de casi 3.000 p¨¢ginas densamente impresas y que tampoco es f¨¢cil levantar. Una isla no es el mejor lugar para libros. La humedad es el enemigo, y el moho, su arma. Quien tiene un trato frecuente con los libros reconoce sus estados de ¨¢nimo. Los libros quieren ser le¨ªdos, esperan con ansia la mano que los tome, los dedos que pasen las p¨¢ginas. Si no los usas durante mucho tiempo, primero se ponen tristes y despu¨¦s se enfadan. Eso les sucede a las novelas y los libros de poes¨ªa, pero sobre todo a los diccionarios (de no ser usados, las palabras se rebelan en ellos).
En los Pa¨ªses Bajos el diccionario al que me refiero recibe el nombre de Dikke Van Dale, que significa el Van Dale gordo. Es el tesoro de nuestra lengua. La humedad del aire fue deteriorando mi ejemplar encuadernado en tela verde. La sal que el viento trae del mar ejerci¨® su labor destructiva. El libro empez¨® a desintegrarse, la tapa dura empez¨® a despegarse y cada vez que tomaba el libro entre mis manos este me manifestaba su rencor dejando caer hojas que luego yo colocaba sueltas en la parte de atr¨¢s. Dios sabe si echaba de menos a su anterior propietario, al que yo nunca llegu¨¦ a conocer, pero que dej¨® estampado su exlibris al principio del volumen. ¡°H. A. Brongers¡±, marcaba este con ¨¦nfasis. Yo no sab¨ªa qui¨¦n era ese hombre. Cab¨ªa la posibilidad de que el tal Brongers hubiera fallecido sin palabras o que el libro siguiera furioso con ¨¦l por considerar que hab¨ªa sido vendido de forma humillante por cuatro duros. A partir de entonces inici¨® su verdadero camino de la infamia: lo abandonaron en una librer¨ªa de viejo cutre y m¨¢s tarde lo dejaron a la intemperie sobre un estante en un mercado, entre otros parias, del que fue salvado por quien esto escribe.
Quien tiene un trato frecuente con los libros reconoce sus estados de ¨¢nimo. Los libros quieren ser le¨ªdos
Los libros poseen su orgullo; saben lo que valen. El que guarda en su interior miles y miles de palabras como una memoria viva de la lengua no quiere acabar en el rastro de la plaza de Waterloo sobado por un mont¨®n de manos descuidadas. El viaje a Espa?a quiz¨¢ a¨²n fue una sorpresa para ¨¦l y su nuevo lugar de residencia ¡ªentre un diccionario ?Webster, un Duden y otros diccionarios extranjeros que conten¨ªan en parte las mismas palabras que ¨¦l aunque en mucha menor cantidad¡ª era en s¨ª un destino aceptable. Pero, cuando lleg¨® el invierno y todos se quedaron solos, se desat¨® la lenta rebeli¨®n, una especie de guerra de los 20 a?os que de mi parte se libraba con celo, pegamento, aguja e hilo, hasta que Van Dale se rindi¨®, el primero, y amenaz¨® con suicidarse. Aquel fue el momento en que alguien me coment¨® que en la isla viv¨ªa una encuadernadora. As¨ª que le llev¨¦ mi moribundo Van Dale hecho pedazos. La encuadernadora me dijo que necesitar¨ªa quedarse con ¨¦l dos meses y que luego me lo devolver¨ªa vivo.
Cuando me desped¨ª del libro sent¨ª como si echara de casa a mi lengua. Adem¨¢s de ser tesoros de una lengua, los diccionarios son cementerios. Junto a las palabras vivas y reci¨¦n nacidas albergan tambi¨¦n, si son buenos, todas las voces que han ca¨ªdo en desuso o han desaparecido para siempre. Al final de su vida demasiado breve, Proust especul¨® acerca del tiempo de vida que le esperaba a su libro despu¨¦s de que ¨¦l hubiese desaparecido. Cien a?os le parec¨ªa mucho ¡ªen ese sentido fue cauto o coqueto¡ª. Dentro de poco ¨¦l llevar¨¢ cien a?os muerto, pero su libro a¨²n tardar¨¢ mucho en desaparecer. Tal vez pens¨® menos en la pervivencia de la lengua. No solo son mortales los libros, sino que tambi¨¦n lo son las palabras. Estas desaparecen, se llenan de polvo, se tornan ambiguas o cambian de significado.
En cierta ocasi¨®n, mi editor franc¨¦s me pregunt¨® en qu¨¦ lengua hab¨ªa le¨ªdo a Proust y cuando le contest¨¦, un poco ofendido, "en franc¨¦s, naturalmente", me dijo: "Pues eso es rid¨ªculo. Proust sigue siendo genial en franc¨¦s, por supuesto, pero hace ya tiempo que su obra ha quedado anticuada con todas sus formas en desuso del subjuntivo. Desde la muerte del autor, los ingleses llevan ya publicadas tres traducciones de su obra. Ya quisieran los franceses. No hay nada que envejezca tan r¨¢pido como el estilo".
Lengua, palabras, estilo. En los ¨²ltimos cien a?os se han extinguido lenguas que nunca he o¨ªdo o le¨ªdo. Siempre me ha intrigado el hecho de que haya personas que mueran siendo las ¨²ltimas en hablar una lengua. ?Qu¨¦ sucede en tal caso? ?Cu¨¢l ser¨¢ su ¨²ltimo pensamiento? Me imagino las palabras flotando un instante por encima del muerto, conscientes de que nunca m¨¢s regresar¨¢n a la tierra. El pensamiento se expresa tambi¨¦n en lengua. ?C¨®mo ser¨¢ pensar por ¨²ltima vez en palabras que nadie oir¨¢ nunca m¨¢s?
Fragmento del libro?533 d¨ªas, del escritor holand¨¦s Cees Nooteboom, que recoge sus diarios de Menorca y que la editorial Siruela publica el 21 de febrero.
Traducci¨®n de Isabel-Clara Lorda Vidal.
COMPRA?ONLINE '533 D?AS'
Autor: Cees Nooteboom.
Editorial: Siruela (2018).
Formato: versi¨®n kindle y tapa blanda (216 p¨¢ginas)
Babelia
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