Isabel Coixet, una forma de mirar
Ella trata de convertir un sue?o en un arma tenaz de combate. En esta mujer confluyen encastes de ambos bandos de la Guerra Civil
Bajo la lluvia, el fr¨ªo polar y la nevada se ha celebrado esta semana el Festival de Cine Espa?ol de Tudela en que se le ha tributado un homenaje a Isabel Coixet. Como cantaba Ovidi Montllor: ¡°Todo bien sencillo y bien alegre¡±. Hay homenajes, premios y medallas que obligan a vestir de negro para recibirlos. Suponen un nuevo clavo en el f¨¦retro, seg¨²n la opini¨®n del Roto. Pero en este caso se trataba de echarle un poco m¨¢s de mermelada a esta cineasta, que atraviesa un oleaje de loas, reconocimientos, parabienes y abrazos por los Goya atemperados por los insultos, el desd¨¦n y la incomprensi¨®n con que la obsequian algunos independentistas fan¨¢ticos. Para Isabel Coixet ser feminista, catalana y espa?ola es tan natural como llevar gafas de pasta. Por desgracia en este pa¨ªs son tres pesadas mochilas y su lucha consiste en que esta triple carga no le reste un gramo de energ¨ªa a la hora de hacer cine.
En esta mujer confluyen encastes de ambos bandos de la Guerra Civil, una rama provenzal de la que se deriva su apellido de resonancia jud¨ªa, otra del Ampurd¨¢, otra salmantina y otra valenciana, que a mi juicio es el gen dominante de su car¨¢cter, inteligencia y humor tirando al disparate. Pero en realidad, Coixet pertenece solo al talento, la verdadera patria universal. Hay que sembrar trigo en las fronteras.
El antepasado valenciano, aquel huertano de Beniopa, cerca de Gandia, tuvo 19 v¨¢stagos. Una vez al a?o, las comadres del pueblo acud¨ªan por la vereda a comunicarle que su mujer hab¨ªa parido; si hab¨ªa sido ni?a este ¨ªnclito machista segu¨ªa imp¨¢vido escardando el cebollino en la huerta sin levantar la espalda; si era ni?o le llevaba a la parturienta un caldo de gallina a la cama, hac¨ªa que tocaran las campanas e invitaba en el bar a todos los amigos. Que a esta vida no has venido a bailar el mambo si eres ni?a lo supo muy pronto Isabel al tener que afirmar su personalidad en el colegio contra compa?eros que se burlaban de ella simplemente por ser m¨¢s lista o por llevar gafas.
Esta clase de guerra infantil a unas ni?as las destroza, a otras las fortalece, pero hay algunas que se quedan a mitad de camino y por eso son, como Coixet, a la vez fuertes e inseguras, descaradas y t¨ªmidas, inteligentes y complicadas, que se lo montan de raras solo para que las dejen trabajar a su aire. En la consabida duda entre luchar o so?ar, Isabel Coixet trata de convertir un sue?o en un arma tenaz de combate. Por lo dem¨¢s todo el universo cabe en una mota de polvo. El talento para resolver el problema m¨¢s enigm¨¢tico solo est¨¢ en la mirada. Todos los ojos dejan huellas. Seg¨²n propia confesi¨®n, quien le ense?¨® a mirar fue John Berger, pintor, le?ador, cr¨ªtico de arte, labriego, soldado, guionista, poeta, motorista, dramaturgo, actor, ensayista, conferenciante, novelista, alba?il, amante, marido y padre, del que Coixet consigui¨® ser muy amiga.
¡°Un d¨ªa, en la mesa polvorienta y atestada de una librer¨ªa de segunda mano de Londres, John Berger apareci¨® en mi vida. Era un libro naranja y descuajeringado, con la portada llena de dobleces y palabras ininteligibles y min¨²sculas escritas en bol¨ªgrafo. El interior tambi¨¦n estaba lleno de anotaciones en un idioma que desconoc¨ªa, as¨ª que, intrigada por el t¨ªtulo Ways of Seeing (Maneras de ver), me lo llev¨¦ a casa. Empec¨¦ a leer en el largo recorrido en metro que me llevaba al lugar en las afueras de Londres, donde viv¨ªa entonces. Cuando baj¨¦ del vag¨®n, el mundo ya no era el mismo, yo ya no era la misma y mi punto de vista ¡ªese que, con pueril desfachatez, yo cre¨ªa inamovible¡ª se hab¨ªa hecho trizas. En 20 p¨¢ginas y 12 paradas de metro, el acto de ver hab¨ªa adquirido una brillantez y un sentido que me acercaba a un misterio que siempre se hab¨ªa mostrado esquivo conmigo: mirar es encontrar. Nunca le he visto partir le?a, pero estoy segura de que en cada hachazo tambi¨¦n est¨¢ todo lo que hay que saber sobre el mundo¡±.
Isabel Coixet sabe que un perro hambriento puede ser rey y que un mendigo puede ser arc¨¢ngel. Mirar simult¨¢neamente una monta?a de despojos que crece al lado de una autopista y una fotograf¨ªa de unas vacas en la Alta Saboya y entender el fino e irrompible hilo que las une, si no te vuelves loco, ese es el arte.
Despu¨¦s del ¨¦xito de su ¨²ltima pel¨ªcula, La librer¨ªa, ahora se propone rodar el caso del amor loco de Marcela y Elisa, dos lesbianas gallegas que para salir de la clandestinidad una se cort¨® la melena, se puso pantalones, se disfraz¨® de hombre, se hizo llamar Mario y consigui¨® que el cura las casara.
Bajo la nevada, Isabel Coixet ha recibido el homenaje en Tudela cuya verdadera catedral es el mercado de frutas y verduras. Cogollos, cardos, borrajas y esp¨¢rragos. La imagino empu?ando una alcachofa como si fuera el cetro de Agamen¨®n rodeada de sus amigos cin¨¦filos.
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