El arca de No¨¦ de la modernidad
El tr¨¢nsito al siglo XX fue la Edad de Oro de las postales, que se convirtieron en objeto de colecci¨®n para pobres. Un libro cataloga las 45.000 impresas en Espa?a hasta 1905
Quien haya pasado alguna vez por la calle de la Libertad de Madrid habr¨¢ reparado, sin la menor duda, en el escaparate de Casa Postal, una tienda tan peque?a que ha de entrarse en ella de perfil, como los jerogl¨ªficos: cromos, juguetes de hojalata, bolas de cristal¡ La tienda sin embargo no se dedica a eso. En la tienda, peque?a, casi una miniatura, se venden tarjetas postales. En sus archivadores, parecidos a los ficheros del Museo Brit¨¢nico, hay m¨¢s de un mill¨®n a la venta. 45.000 son las que aparecen por vez primera en este cat¨¢logo monumental. Todas las que se conocen hasta la fecha. Faltar¨¢n, se supone, otras 5.000 o 6.000, ignotas o extraviadas. Una obra fara¨®nica.
Hablemos de ello. En cualquier otro pa¨ªs que no fuera este aduar de beduinos se habr¨ªa recompensado a su autor, el asturiano Mart¨ªn Carrasco, con la Orden de la Jarretera por un esfuerzo tan colosal: toda una vida coleccion¨¢ndolas, catalog¨¢ndolas y ahora editando esos 200 ejemplares sin ayuda alguna, y, por si fuera poco, esperando a que alguien entre a comprarle el libro.
Hace 60 a?os que los conservadores del Metropolitan de Nueva York empezaron a adquirir para el museo grandes colecciones de tarjetas postales. Advirtieron en ellas una fascinante informaci¨®n hist¨®rica: eran el arca de No¨¦ de la modernidad. Basta hojear las casi 600 p¨¢ginas de este cat¨¢logo y las m¨¢s de 3.000 postales reproducidas en ¨¦l para conocer aspectos de Espa?a que en muchos sesudos tratados no aparecen. Al margen, claro, de la belleza de muchas de ellas y de lo que son la mayor¨ªa: cristalizaci¨®n de un momento de dicha. La mayor parte exportan lo mejor de un lugar y se circulan con ellas momentos memorables, o que aspiran a serlo: ¡°Quiero que sepas que cuando estaba lejos, disfrutando de ese lugar tan hermoso que figura en la postal, me acord¨¦ de ti, y mi felicidad habr¨ªa sido completa si hubiera podido tenerte al lado, disfrutando juntos de este momento¡±, parecen decirnos. Esa felicidad es contagiosa: a todo el mundo le gustan las postales, a todo el mundo le gusta recibirlas y por eso las ha conservado todo el mundo; nadie hubiera osado destruirlas.
Las que se catalogan aqu¨ª van del a?o 1887, fecha de la primera de que se tiene noticia, a 1905, la Edad de Oro de la tarjeta postal, y su autor ha tenido que ir a buscarlas a varios continentes, all¨¢ adonde se enviaron. Las postales en origen eran, pues, cosa de acomodados viajeros, pero las coleccionaron los pobres, que se hac¨ªan la ilusi¨®n de viajar. Si el coleccionarlas no hubiera sido cosa de pobres, los responsables de nuestros museos y bibliotecas, nuevos ricos acostumbrados a la p¨®lvora del rey, las acopiar¨ªan si no por sagacidad, como sus colegas del Met de Nueva York, s¨ª por m¨ªmesis y esnobismo.
Acaso nos convenga as¨ª: los provincianos vagamundos podremos seguir compr¨¢ndolas en el Rastro por un euro. ?Y qu¨¦ buscamos en ellas? Sin ir m¨¢s lejos, en las cuatro rar¨ªsimas que se conservan del Rastro madrile?o, de principios del siglo XX, una imagen fidedigna de algo que s¨®lo estaba apuntado en los libros de Mesonero, Baroja o G¨®mez de la Serna y en alg¨²n cuadro de Solana: la miseria de las Grandiosas Am¨¦ricas y la desolaci¨®n baudelairiana, la mirada luminosa de unos ni?os andrajosos, que ya habr¨¢n muerto, y la temperatura moral de aquellos barrios bajos.
Al margen de la minuciosa catalogaci¨®n de Mart¨ªn Carrasco, el entom¨®logo de las postales, voy pasando lentamente sus p¨¢ginas. Pocos festines comparables. Cuanto m¨¢s grande es el mundo, m¨¢s hospitalaria y confortable es la casa postal que les ha dado. Todas y cada una hablan de nosotros. Son aur¨¢ticas, con su poder de acercarnos tantas lejan¨ªas. Est¨¢n representados cualquier ciudad, pueblo o lugar, grande o peque?o, transitado o escondido, pr¨®ximo o remoto de Espa?a, Puerto Rico, Cuba, Filipinas y las colonias africanas, donde prendi¨® una industria que nadie pens¨® que llegar¨ªa a ser tan floreciente. Hasta que, pasados 100 a?os, casi se ha extinguido. Est¨¢ a punto de suceder. Como el pl¨¢stico acab¨® con los alfares, los esmarfons est¨¢n a punto de apuntillar uno de los inventos m¨¢s afortunados, el canto del cisne del romanticismo.
El autor de esta obra, empezada hace 15 a?os, confiesa que su mayor temor era, dada su edad, no verla terminada. Que lo haya logrado precisamente ahora acaso sea providencial. Tal vez empiecen a interesarse por las postales alguien m¨¢s que los benem¨¦ritos cart¨®filos. Y ese ser¨¢ un hecho feliz, tal vez el ¨²ltimo, como quien dice, concerniente al asunto que tratamos.
Cat¨¢logo de las tarjetas postales ilustradas de Espa?a. Mart¨ªn Carrasco Cort¨¦s. Casa Postal, 2018. 594 p¨¢ginas. 70 euros.
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