El placer de matar
?Hay algo terriblemente humano en acabar con una vida? Testimonios de algunos combatientes y de asesinos coinciden en explicar qu¨¦ les lleva a apretar el gatillo
Hace 40 a?os, aproximadamente, un modesto comerciante de Lugo, aficionado a la caza, viaj¨® a Madrid para realizar el sue?o de su vida: contratar un safari en ?frica. El gerente portugu¨¦s de la agencia que lo organizaba le fue exponiendo las tarifas: por tumbar una gacela, tanto; por un le¨®n, tanto; por un elefante, tanto¡ En un momento dado, el cazador, que ya hab¨ªa establecido una cierta sinton¨ªa con ¨¦l, le pregunt¨®: ¡°Y por cargarme un negrito, ?cu¨¢nto?¡±. La respuesta, acompa?ada de una sonrisa c¨®mplice, fue: ¡°De eso ya falaremos cuando estemos all¨ª¡±.
Entre los muchos temas que fueron eclipsados este oto?o por la tragicomedia de los puigdemones est¨¢ la impresionante matanza realizada en Las Vegas por Stephen Paddock el pasado 1 de octubre: casi 60 muertos y medio millar de heridos en un tiroteo desde lo alto de un hotel sobre la muchedumbre que escuchaba un concierto. En cuando se descart¨® la hip¨®tesis terrorista, muchos peri¨®dicos comentaron, perplejos, que el m¨®vil era desconocido y desconcertante. De Paddock se supo enseguida que ten¨ªa licencia para la caza mayor en Alaska y apostaba continuamente en los casinos grandes cantidades de dinero.
Por las mismas fechas se supo que hab¨ªan sido m¨¢s de 100 las v¨ªctimas mortales del enfermero alem¨¢n Niels H?gel, y no seis como al principio se pensaba. A diferencia de Pad?dock, que se suicid¨® tras la org¨ªa, H?gel fue detenido y juzgado, por lo que pudo explicar el m¨®vil: lo hac¨ªa por aburrimiento. La forma de combatir este sentimiento era una serie de excitantes apuestas consigo mismo: inyectaba a los pacientes una dosis letal de f¨¢rmacos y unos minutos despu¨¦s empezaba a aplicarles maniobras de reanimaci¨®n. Cuando sobreviv¨ªan sent¨ªa un intenso placer, pero cuando perd¨ªa la autoapuesta y el paciente mor¨ªa se sent¨ªa muy triste. Reconoci¨® que actuaba b¨¢sicamente en busca de emociones fuertes, de esa extraordinaria tensi¨®n que le produc¨ªa la incertidumbre del desenlace. De paso, los ¨¦xitos que lograba en el deporte que ¨¦l mismo hab¨ªa inventado le permit¨ªan presumir ante los compa?eros por su habilidad como reanimador de pacientes grav¨ªsimos. Una vez descubierto, H?gel decidi¨® seguir una de las m¨¢s potentes supersticiones contempor¨¢neas: pidi¨® perd¨®n a los familiares de sus v¨ªctimas y asegur¨® que lo sent¨ªa mucho.
Un miembro del equipo de Patton describi¨® como ¡°un espect¨¢culo satisfactorio¡± el estallido de un avi¨®n
En las ¨²ltimas d¨¦cadas se ha publicado una ingente cantidad de testimonios sobre el placer de matar, al que las guerras suelen ofrecer barra libre. Libros como los de Joanna Bourke (Sed de sangre), Glenn Gray (Guerreros. Reflexiones del hombre en la batalla), James Hillman (Un terrible amor por la guerra) o Neitzel y Welzer (Soldados del Tercer Reich. Testimonios de lucha, muerte y crimen) han hecho f¨¢cilmente accesibles centenares de documentos, de los que unos pocos son aqu¨ª suficientes como muestra. Por ejemplo, el del soldado que describ¨ªa a su novia la sensaci¨®n de clavar la bayoneta en un cuerpo enemigo: ¡°Cada uno al que le doy bajo las costillas me hace pensar en ti, querida, y eso fortalece mi brazo¡±. O el miembro del equipo de Patton que contaba: ¡°Y hablando de cosas maravillosas, (¡) lo m¨¢s grande que he visto ¡ªy quiz¨¢ tambi¨¦n lo m¨¢s hermoso y el espect¨¢culo m¨¢s satisfactorio que jam¨¢s he presenciado¡ª fue un bombardero enemigo estallar en llamas por los aires junto con sus ocupantes al chocar contra la ladera de una monta?a. Dios, fue magn¨ªfico¡±. O el piloto de guerra que presum¨ªa de sus haza?as: ¡°Cuando uno se acercaba volando bajo, entonces ?fiuuum, venga a disparar!, las ventanas hac¨ªan ruido y el tejado saltaba por los aires. (¡) Una vez fue en Ashford. En el mercado, hab¨ªa una asamblea, montones de gentes que iban charlando, ?vaya chorro que les cay¨® encima! ?Qu¨¦ divertido!¡±. Coppola sab¨ªa bien lo que hac¨ªa cuando film¨® Apocalypse Now.
La ambivalente fama de Ernst J¨¹nger procede en parte de la franqueza con que describi¨® sus vivencias en la Primera Guerra Mundial: ¡°Herv¨ªa con una rabia ciega que hab¨ªa tomado el control de mi ser y de todos los dem¨¢s de una forma incomprensible. El abrumador deseo de matar daba alas a mis pies. (¡) Un observador neutral quiz¨¢s habr¨ªa cre¨ªdo que nos hall¨¢bamos pose¨ªdos por un exceso de felicidad¡±.
Pero aunque dispongamos de una biblioteca entera con testimonios directos de excombatientes, parecen ser muchos m¨¢s (no creo que existan estad¨ªsticas para saberlo a ciencia cierta) los que se refugian en un impenetrable silencio. Y testimonios como los citados obligan a preguntarse si el profundo silencio de muchos excombatientes se debe a que no quieren recordar el horror que vivieron o a que no quieren admitir ni ante s¨ª mismos el extra?o placer que sintieron al vivirlo.
Ese inconfesable placer ser¨ªa algo as¨ª como el retorno del tatarabuelo troglodita oculto
Son varias actualmente las hip¨®tesis que intentan explicar esos placeres crueles. Exponerlas requerir¨ªa bastantes p¨¢ginas. Algunas son tan pintorescas que solo pueden haber nacido en los ¡°cr¨¢neos previlegiados¡± de profesores universitarios en Par¨ªs o Chicago. Las razonables se pueden agrupar, muy esquem¨¢ticamente, en dos grupos.
El primero remite al sadismo como trastorno m¨®rbido de un peque?o porcentaje de humanos. Es la hip¨®tesis patol¨®gica, la que separa radicalmente a estos asesinos perversos de las personas sanas. A veces se confunde al s¨¢dico con el psic¨®pata, pero este ¨²ltimo mata sin placer, con la misma frialdad con que hace cualquier otra cosa, pues su caracter¨ªstica definitoria es que ni siente ni padece. S¨¢dico en cambio es quien obtiene un intenso placer al humillar, torturar o matar a otros.
El segundo grupo de hip¨®tesis apuntar¨ªa al placer primordial de resucitar las huellas mn¨¦micas que podr¨ªa conservar nuestro paleoenc¨¦falo desde los tiempos prehist¨®ricos en que el hom¨ªnido que todos fuimos disfrutaba la vivencia jubilosa del ¨¦xito en la lucha o en la caza, las dos actividades b¨¢sicas de las que depend¨ªa la supervivencia. Ese inconfesable placer ser¨ªa algo as¨ª como el retorno del tatarabuelo troglodita que todos llevar¨ªamos oculto en lo m¨¢s hondo.
Dicen sus practicantes que es muy distinto el placer de la caza mayor y menor. Se habla menos de que para algunos la mayor (y m¨¢s placentera) de las cazas parece ser precisamente la caza humana. Y no escasean los datos y documentos que lo ilustran. La prevenci¨®n es l¨®gica, pues ese tipo de experiencias l¨ªmite no son f¨¢ciles de mirar directamente. Y sin embargo, pese a la advertencia de Nietzsche, a veces es necesario mirar de frente al abismo, asumiendo incluso el riesgo de que el abismo nos mire. Porque si no lo hacemos podr¨ªa ocurrir que acabemos cayendo ciegamente en ese desconocido abismo.
Jos¨¦ L¨¢zaro. Profesor de Humanidades M¨¦dicas en la UAM, coautor de ¡®El alma de las mujeres¡¯ y codirector de www.deliberar.es
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