Ni Joyce sab¨ªa de qu¨¦ iba su ¡®Ulises¡¯
El autor se sirve de parodias y s¨¢tiras, intertextualidad, palabros, latinajos y un sinf¨ªn de figuras ret¨®ricas para construir una historia cuyo objetivo no es la coherencia

¡°Hay muchas razones por las cuales la gente cree que hay libros que ¡°deben¡± leerse¡±, afirma Mikita Brottman en Contra la lectura, ¡°pero sospecho que (¡) pueden resumirse en inseguridad intelectual, esnobismo, temores residuales de clase, ego¨ªsmo y una especie de folclore supersticioso arraigado en la tradici¨®n¡±. Ya ven que el concepto de ¡°placer¡± est¨¢ ausente del listado. El deseo voraz de leer un cl¨¢sico ¡°obligatorio¡± es tan raro como un antojo de escarola en plenos munchies. Uno acude a los cl¨¢sicos can¨®nicos por culpa y compromiso, sin esperanza de diversi¨®n, igual que a misa del gallo. Es una paradoja. A nadie se le ocurrir¨ªa escuchar m¨²sica pop para no pasarlo bien (exceptuando a los siniestros, de acuerdo). El arte, por norma general, no sirve ese fin.
Y sin embargo, aqu¨ª tienen a Ulises, la segunda novela de James Joyce. Un libro que solo puede leerse sufriendo. Y d¨¦jenme decirles, amigos m¨ªos, que (invirtiendo la m¨¢xima churchilliana) nunca tantos sufrieron tanto por tan poco.
James Joyce naci¨® en Dubl¨ªn en 1882. Sobrevolaremos raudos su biograf¨ªa porque, al contrario que Herman Melville, el autor tuvo la nariz metida en libracos durante toda su vida. Solo levant¨® la cabeza de sus polvorientos tomos para casarse, ponerse pedo e insultar a los nacionalistas irlandeses (y luego huir del pa¨ªs). S¨ª: Joyce es el perfecto escritor para cr¨ªticos. A los intelectuales de la cultura oficial les encanta dejar caer nombres como Jack London o Mark Twain, pero en realidad sienten un molesto hormigueo al pensar en el talante proletario y buscavidas de aquellos hombres de acci¨®n (y sus novelas, tan populares y divertidas).
Joyce, por el contrario, solo estudi¨® y escribi¨®. Era un purasangre acad¨¦mico, con un curr¨ªculum m¨¢s lineal que el de Harold, mi erizo casero (nacido en cautividad). La mayor¨ªa de cronistas le pintan como el repelente levanta-dedos de la clase, gafudo y empoll¨®n. De los jesuitas fue a la universidad y de ah¨ª a dar clases y soltar fil¨ªpicas. Ni azada, ni rev¨®lver ni inmunda escobilla de v¨¢ter ensuciaron sus delicadas manos [1]. Nuestro amigo, cada vez m¨¢s hogare?o, bibli¨®latra y temeroso (de los perros, las tormentas, los caballos y tal vez incluso su ropa interior), se mud¨® de ciudad europea a ciudad europea, conociendo solo a los fulanos m¨¢s funestos de cada destino (Ezra Amo a Hitler Pound, WB Odio a la clase obrera Yeats, el envarado Wyndham Lewis¡) y, suponemos, encargando comida a domicilio para no mezclarse con la plebe. A lo largo de su vida estallaron dos guerras mundiales, pero a JJ le pillaron fuera, y saltaba el contestador (de la Gran Guerra solo coment¨®: ¡°Ah, s¨ª, he o¨ªdo decir que hay una guerra por ah¨ª¡±). JJ muri¨® en 1941 en Z¨²rich, ciudad neutral (c¨®mo no), de una peritonitis. Su fantasma, sin embargo, sigue atorment¨¢ndonos gracias a los cr¨ªticos literarios, que lo sacan a relucir cada vez que de un texto no se entiende un pijo.
Ese, por supuesto, es su principal problema (o atributo, si ustedes son cr¨ªticos-con-pipa). S¨ª: Ulises es un galimat¨ªas, simple y llanamente. Leerlo me record¨® a la cascada de sinsentidos que escup¨ªan por la calle los locos de mi pueblo: lo que los manuales de psiquiatr¨ªa definen como ¡°ideaci¨®n delirante y cl¨ªnica alucinatoria no coherente¡±. No: la coherencia o la inteligibilidad no eran su fuerte. Y asimismo hay t¨¦cnica en su locura. Podr¨ªamos decir, de hecho, que esta novela es solo t¨¦cnica. Mikita Brottman dijo de Finnegans Wake que ¡°el estilo est¨¢ estructurado de manera deliberada para llamar la atenci¨®n sobre s¨ª mismo¡±, y lo mismo puede aplicarse a Ulises. Estilo en estado puro, y a la historia que la zurzan. Despu¨¦s de todo solo el vulgo se interesa por cosas mundanas como sentimiento y trama.
A lo largo de 717 p¨¢ginas el autor se sirve de lo que ¨¦l llamaba ¡°palabra interior¡± [2], as¨ª como citas, referencias cl¨¢sicas, intertextualidad, parodias y s¨¢tiras (de obras ignotas), cr¨ªtica literaria, el callejero de Dubl¨ªn (edici¨®n siglo XIX), palabros, latinajos, jerga, exclamaciones HM (Histeria Manuscrita), palabras soeces [3] y un sinf¨ªn de figuras ret¨®ricas para construir una historia que nadie entiende. ¡°Vivan las cosas que no hay que explicar¡±, cantaron aquellos, y Ulises no era una de ellas. Esta novela es como un museo de expresionismo abstracto: necesitas al gu¨ªa susurrando en tu oreja todo el rato, de otro modo solo ves lienzos con vomitonas. La ¡°palabra interior¡± de JJ no incluye pistas sobre las conexiones, citas o personajes que aparecen de la nada para esfumarse de igual modo, como hermanos gemelos malvados en una telenovela venezolana. El lector se halla, p¨¢gina tras p¨¢gina, con el proverbial culo al viento. Sin asideros ni faros antiniebla. Perdido, siempre perdido. Y con una jaqueca atroz.
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Solo existe una forma de entender qu¨¦ farfulla Joyce en Ulises, y es hincando los codos cual estudiante de medicina (?oh, no!). El escritor recomendaba familiarizarse con La Odisea antes de atreverse con su novela, y otros cr¨ªticos suger¨ªan leer obras previas del autor como Dublineses y Retrato de un artista adolescente. Tampoco est¨¢ de m¨¢s, seg¨²n he podido comprobar, empaparse de historia de Irlanda desde la guerra de las Galias, tener a mano un diccionario de slang anta?¨®n, un Lat¨ªn-Franc¨¦s-Espa?ol robusto y, a ser posible, un submarino microsc¨®pico con m¨¢quina del tiempo para viajar a 1921, al interior de la mente del autor, y as¨ª estar seguros de que no se nos escapa nada. Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde, quien tradujo y anot¨® la edici¨®n de Lumen, llama a todo esto ¡°apoyatura informativa¡±, y se apunta a la fiesta con un extenso semblante biogr¨¢fico del autor, as¨ª como 25 p¨¢ginas de explicaci¨®n por cap¨ªtulos. Nada de esto suena muy invitante. Si Joey Ramone llega a exigir que su p¨²blico tuviese ¡°apoyatura informativa¡± estar¨ªa a¨²n muerto de asco en un s¨®tano de Queens. Joyce, lejos de avergonzarse por sus demandas, se jactaba de que hab¨ªa escrito aquella cosa ¡°para tener ocupados a los cr¨ªticos 300 a?os¡±, y reclamaba, como un ni?o adicto a la atenci¨®n, que el lector dedicara ¡°una vida entera¡± a leer sus obras.
En todo esto no les he hablado del argumento de Ulises porque, ya lo habr¨¢n intuido, es irrelevante ¡°como televisor en luna de miel¡±, que dec¨ªan en Un cad¨¢ver a los postres. La novela narra un d¨ªa en la vida de tres personas. Leopold Bloom es lo que Joyce imaginaba que deb¨ªa ser un hombre com¨²n, pues es l¨ªcito sospechar que jam¨¢s hab¨ªa hablado con uno. John Carey habla por ello de la perversa ¡°duplicidad¡± de Ulises: un retrato supuestamente fiel del ¡°hombre de la calle¡± hecho ininteligible para ese mismo hombre (o todo para el pueblo pero sin el pueblo). Por a?adidura, Joyce se mofa de Bloom: critica su plebeyo gusto lector, sus aficiones de pat¨¢n. Como el pijo que lleva al Up & Down a su primo pobre de pueblo, Joyce le invita a la novela para mirarle por encima del hombro y re¨ªrse de sus J¡¯Hayber.
Los otros dos personajes son Molly, esposa de Bloom, y el joven Stephen Dedalus (estudiante pedantuelo e insufrible, dado a declamar sin provocaci¨®n previa [4]). Los tres hablan, comen, piensan y ¡°flanean¡±, de un amanecer al siguiente. Ya est¨¢. No combaten contra mort¨ªfagos ni amaestran dragones, ni siquiera peque?itos. Si a ustedes no les salen las cuentas (24 horas-717 p¨¢ginas) no se preocupen, porque, como ya les he dicho, no se trata de eso. Jam¨¢s sabremos si hubo una historia ah¨ª, debajo de las capas de erudici¨®n celul¨ªtica, pues no sobrevivi¨® al Tratamiento Joyce: un pesticida de culteranismo y rimbombancia que mataba todo gozo y todo impulso.
Se lo ilustrar¨¦ con un s¨ªmil moderno: imaginen que Matt Groening decide lanzar Futurama, pero con comentario obligatorio para cada referencia cultural o hist¨®rica. Adem¨¢s, al empezar a grabar se vuelve loco y empieza a sonar como un cineasta estonio de arte y ensayo. Gangoso. Aquejado de una rara modalidad de glosolalia que consiste en hablar lenguas desconocidas en pent¨¢metro y¨¢mbico. Y pongamos que Groening, ahora cineasta estonio tartamudo (acabo de decidir que lo era, adem¨¢s de gangoso), se cansa de comentar la serie, y sin previo aviso, a mitad de cap¨ªtulo, empieza a leer el list¨ªn telef¨®nico de Tallin, el Manual Completo de Mitos Griegos y la Biblia. Y a ratos, una lista exhaustiva de sus compa?eros de estudios desde P3. Y los nombres de los padres, del claustro escolar de cada curso y de toda la AMPA. Y un nutrido bloque de bromas privadas que solo puede comprender un antiguo compa?ero de piso llamado, pongamos, Heino Ivanov. Fallecido. Y pongamos tambi¨¦n que de repente Groening Cineasta Estonio Af¨®nico (una corriente de aire traicionera hab¨ªa sumado afon¨ªa a la gangosez y el tartamudeo) se aburre del cap¨ªtulo real, y lo apaga, dejando solo su comentario en crudo. Y el comentario se extiende durante horas, y horas, y horas, mucho m¨¢s all¨¢ de los treinta minutos de metraje original, hasta tal punto que la historia nuclear desaparece por completo, y solo queda el autor, hablando para s¨ª mismo, sin ninguna ambici¨®n de comunicar o emocionar o divertir. Solo ¨¦l, all¨ª, dando la chapa y d¨¢ndose aires.
Pues bien, eso es Ulises. P¨®nganlo en su pipa y f¨²menselo, si les van esas cosas.
Lo verdaderamente mal¨¦volo de Ulises es que es un libro inmunizado contra esa lectura en diagonal que de tantos bretes decimon¨®nicos nos ha sacado. No hay forma de saltar las partes aburridas o sobreras o folletinescas o experimentales, pues todas lo son, a veces durante cap¨ªtulos enteros. El cap¨ªtulo 3, un simple pase¨ªto de Stephen Dedalus por la playa de Sandycove, es la excusa perfecta para que Joyce nos endilgue veinte p¨¢ginas de patat¨²s l¨ªrico y ¡°palabra interior¡±. De este jaez:
¡°Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no m¨¢s, pensado a trav¨¦s de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aqu¨ª para leer; huevas y fucos marinos, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa. Verdemoco, platazul, herrumbre: signos coloreados. L¨ªmites de lo di¨¢fano. Pero a?ade ¨¦l: en los cuerpos. Entonces, se daba cuenta de ellos, de los cuerpos, antes que ellos coloreados. ?C¨®mo? Golpeando con ellos la mollera, claro. Despacito. Calvo era y millonario, maestro di color che sanno. L¨ªmite de lo di¨¢fano en. ?Por qu¨¦ en? Di¨¢fano, adi¨¢fano. Si se pueden meter los cinco dedos a trav¨¦s suyo, es una verja; si no, una puerta. Cierra los ojos y ve¡±.
Les escucho carcajearse. Alguno en las ¨²ltimas filas incluso ha cantado lo de Despacito en modo reguet¨®n. Es una reacci¨®n com¨²n, no se inquieten. Quiero que comprendan que si este fragmento resulta hilarante no es porque est¨¦ sacado de contexto. Todo el libro suena as¨ª. O peor. El propio JM Valverde, con palpable des¨¢nimo, recomienda saltarse entero el cap¨ªtulo 9 (una disquisici¨®n de Dedalus sobre todas las obras de Shakespeare que les acercar¨¢ al concepto de eternidad) y, con la boca peque?a, a?ade que el cap¨ªtulo 14 ¡ªescrito en forma de parodia encadenada de todos los estilos de literatura inglesa¡ª ¡°no deja de tener alg¨²n inter¨¦s¡± para el lector hispano. Alg¨²n. Santo cielo, gracias por los ¨¢nimos, JM. ?C¨®mo se supone que tenemos que llevar nosotros a buen puerto la lectura de este artefacto, si su fan #1 y m¨¢ximo valedor casi nos est¨¢ confesando que est¨¢ hasta el mo?o de ¨¦l?
Pero hay m¨¢s. En el cap¨ªtulo 12 entra un narrador sin nombre que luego se larga sin haberse presentado. El 17 est¨¢ escrito en forma de catecismo (Joyce, sin iron¨ªa alguna, lo defini¨® como ¡°una sublimaci¨®n matem¨¢tico-astron¨®mico-f¨ªsico-mec¨¢nico-geom¨¦trico-qu¨ªmica de Bloom y Stephen¡±). El 10 son diecinueve descripciones de personajes menores paseando por Dubl¨ªn, sin raz¨®n aparente. Y el 18, el definitivo Fuck You al lector, es un mon¨®logo interior sin puntuaci¨®n. De cuarenta y cinco p¨¢ginas.
No parece que quede mucho m¨¢s que a?adir. Lean Ulises si lo desean, pero sepan que en cada p¨¢gina encontrar¨¢n p¨¢rrafos como el que sigue (les invito a leerlo en voz alta para sus amigos):
¡°Sus labios labiaron y boquearon labios de aire sin carne: boca para el vientre de ella. Entre, omnienventrador antro. Su boca molde molde¨® aliento que sal¨ªa, inverbalizado: uuiij¨¢h: rugido de planetas catar¨¢ticos, globados, incandescentes, rugiendo all¨¢vaall¨¢vaall¨¢vaall¨¢va. Papel¡±.
[1] En 1904, por eso, se present¨® a un concurso de canto y gan¨® el tercer premio. Abandon¨® el escenario en plena rabieta, pues estaba en desacuerdo con algunas reglas del premio.
[2] Tuvo que inventarse un neologismo pedante para no utilizar ¡°corriente de conciencia¡± o ¡°mon¨®logo interior¡±, que eran los t¨¦rminos aceptados.
[3] S¨ª: hay salacidad a destajo en Ulises. Vaginas, onanismo, ventosidades. Pero ustedes no disfrutar¨¢n nada de esto, porque est¨¢ sepultado entre p¨¢rrafos de jerigonza inexpugnable.
[4] Posiblemente autobiogr¨¢fico.
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