Del amor y la desgracia
Con los hijos la vida cambia, pero tambi¨¦n deseas recuperar a la mujer que fuiste
Ma?ana de s¨¢bado en la peluquer¨ªa, tratando infructuosamente de esquivar la atracci¨®n del papel couch¨¦ con el libro en el que ando inmersa estos d¨ªas, El nudo materno, de la escritora neoyorquina Jane Lazarre. Pienso en el retraso que llevamos en Espa?a en cuanto al cuestionamiento del mito de la maternidad, que tan pernicioso ha sido para quien tiene un hijo por vez primera. El nudo materno fue escrito en el 76 y en el 79 The New York Times ya lo rese?aba como un cl¨¢sico. Advert¨ªa el cr¨ªtico de que la visi¨®n de la madre unas veces ideal otras castrante retratada desde la ficci¨®n o en ensayos psicol¨®gicos sol¨ªa tratarse desde el punto de vista de los hijos.
Lazarre escribi¨® la experiencia en primera persona: Jane, estudiante de antropolog¨ªa, hija de una cultivada familia jud¨ªa de Nueva York, se une sentimentalmente a un hombre negro (la cuesti¨®n racial pesa en la narraci¨®n), decide tener un ni?o y narra sus pensamientos obsesivos desde el momento en que lleva la orina en un bote de refrescos para el test hasta que el cr¨ªo tiene dos a?os y ella comienza a sentirse liberada de ese lazo que inunda su cabeza de sentimientos contradictorios en los que confluyen la angustia paralizante y el amor incondicional de la m¨ªtica ¡±buena madre¡±, donde solo caben la generosidad y la dosis de masoquismo que el resto de las mujeres imperfectas no ser¨ªamos capaces de asumir.
¡°La mayor¨ªa de nosotras¡±, escribe Lazarre, ¡°no somos como ella. Por mucho que lo intentamos, cuando nos acosan las dudas mientras estamos a solas con nuestros hijos, nuestros aut¨¦nticos yos vuelven una y otra vez, nos acechan. A¨²n as¨ª, queremos tener hijos. Y los amamos desmedida e intensamente como esta 'buena madre', si es que existe¡±. Qu¨¦ bien nos hubiera venido esta caligraf¨ªa fundamental a aquellas que en alg¨²n momento hemos escrito sobre los tormentos que atenazan esto que se describe como la experiencia que te cambiar¨¢ vida. Cierto que la cambia, pero tambi¨¦n que deseas recuperar a la mujer que fuiste, a no ser, como ya digo, que te asista una voluntad de renuncia a cualquier otra faceta que no sea la de ser madre. Me pregunto cu¨¢ntos lectores varones sentir¨¢n curiosidad por este libro testimonial que la poeta Adrienne Rich calific¨® de original e importante: ¡°No puedo imaginar que, al leerlo, una mujer no se conmueva o un hombre no se sienta deslumbrado¡±. Ser¨ªa un buen indicio que algunos hombres vieran en un libro sobre la maternidad algo m¨¢s que un manual de obstetricia, psicolog¨ªa o una experiencia de inter¨¦s exclusivamente femenino.
Hay madres que prolongar¨ªan para siempre ese tramo de la vida en el que el hijo depende por completo de su cuidado; hay otras que lo aman m¨¢s cuanto m¨¢s lo conocen y que celebran los signos progresivos de independencia del ni?o como una liberaci¨®n mutua. Leo y pienso. Leo y observo. A mi lado hay una joven con un beb¨¦ de d¨ªas asistido por la abuela. Es una reci¨¦n nacida tan pl¨¢cida que sospecho que no es la primera de esta madre. De pronto, suena su m¨®vil y contesta. Es la polic¨ªa. Lo s¨¦ porque ella va repitiendo en voz alta lo que le est¨¢n diciendo. Le est¨¢n diciendo que su ni?o est¨¢ en estado cr¨ªtico. Las manos de la joven tiemblan y la ni?a casi se le escurre de los brazos. La abuela se hace cargo de la nieta. Todas las que estamos all¨ª las rodeamos. Las peluqueras y yo, que soy la ¨²ltima clienta. Son cerca de las dos de la tarde. Me viene la imagen de la noche anterior cuando me levant¨¦ asustada por el ruido del viento y me asom¨¦ a la calle. La madre grita, ¡°pero esto no puede ser, esto es absurdo, pero ?c¨®mo que un ¨¢rbol?¡±. Se ha perdido la comunicaci¨®n con la polic¨ªa, pero una peluquera la recupera: la ambulancia del Samur y la polic¨ªa pasar¨¢n por la puerta a recogerla. Hay algo que todas sospechamos pero que nadie dice. Hay ojos llorosos, incredulidad y esos temblores de fr¨ªo que solo provoca la desgracia s¨²bita. La joven se desploma y cuando la sientan en una silla se pone r¨ªgida, los brazos abiertos, muy separados del tronco. Habla para ella misma, habita ya en el universo de la desgracia. La alegr¨ªa de mi vida, dice con los ojos espantados, pero si es la alegr¨ªa de mi vida. Ya sabemos que el ni?o tiene o ten¨ªa cuatro a?os, que paseaba por el Retiro con su padre. La pobre abuela abraza a su hija, trata de devolverla al mundo, de serenarla. Un polic¨ªa entra, toma con delicadeza a la beb¨¦ en sus brazos. Un psic¨®logo desciende de la ambulancia. Los gritos de la madre paralizan la calle. Nosotras, y ahora los vecinos, asistimos a la escena en silencio, como un cortejo f¨²nebre.
Paseo estos d¨ªas bordeando el Retiro cerrado. La visi¨®n del parque de la felicidad me devuelve cada d¨ªa esta escena brutal. Pero no quiero evitarla. Es un acto de amor. Ojal¨¢, dice Lazarre, las madres aprendi¨¦ramos a amar a los ni?os de otras mujeres.
Babelia
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