¡®Gloriana¡¯: el espejo amargo de Isabel I para Isabel II
La ¨®pera de Britten encargada para la coronaci¨®n de la reina de Inglaterra actual se estrena en el Real con la sombra de su esc¨¢ndalo
Imaginen la escena: entrada del Covent Garden, centro de Londres, en 1953. Estreno de Gloriana. Un encargo de la joven Isabel II para dar brillo a su coronaci¨®n. Altos mandatarios, embajadores, la realeza europea, la corte sat¨¦lite en torno al palacio de Buckinham... El elegido es Benjam¨ªn Britten, un compositor audaz y sin caretas. Homosexual y con tendencia a indagar en la oscuridad de sus personajes con conflictos de poder en ¨®peras como Billy Budd o Peter Grimes. Escoge a Isabel I como espejo para la joven reina. Pero la obliga a verse m¨¢s all¨¢. Lista, refinada, astuta y experta en la psicolog¨ªa masculina. Pero vieja, solitaria, desconfiada, amargada, frustrada¡ Y enamorada de un joven Essex. Tanto como consciente de su deber de rechazarlo.
Ahora, contemplemos la salida: caras largas y aspavientos. Los rostros alegres que adornaban la pompa antes de comenzar, se convierten en un desfile de bombines, trajes de gala y diamantes que envuelven el gesto de seres agraviados. Y el audaz Britten comienza un calvario. El Teatro Real trata de redimirlo en parte ahora mediante su estreno en Espa?a con un montaje ¨Cen coproducci¨®n con la English National Opera y la Vlaamse danesa- de David McVicar, direcci¨®n musical de Ivor Bolton y una Ana Caterina Antonacci en el papel principal que se turnar¨¢ con Alexandra Deshorties en el segundo reparto.
La herida de la brillante Gloriana en su pa¨ªs de origen dur¨®. En el Covent Garden no volvi¨® a verse hasta sesenta a?os despu¨¦s, en 2013. ¡°Aquello puede que estuviera fuera de lugar, pero si hubieran querido una ¨®pera ligera y corta para despu¨¦s tomarse algo, que no se lo hubieran encargado a ¨¦l. Si se lo propones a alguien as¨ª, l¨®gicamente Britten te va a dar un Britten¡±. Lo comenta Joan Matabosch, director art¨ªstico del Real y empe?ado en sumar el t¨ªtulo nunca visto en Madrid al p¨²blico. Dicho esto, ol¨¦ tambi¨¦n por Isabel II: ¡°Hay que ser muy valiente para impulsarlo. No fue para ella una sorpresa. Estuvo al cabo de los detalles. Pero ya se sabe que en las cortes hay personajes m¨¢s papistas que el papa¡±, a?ade. Y el resultado provoc¨® la crucifixi¨®n p¨²blica de Britten junto a su consecuente crisis personal y aislamiento posterior.
¡°Lo fundamental es que se trata de una ¨®pera estupenda¡±, asegura McVicar. ¡°Para el establishment de entonces, en pleno nacionalismo brit¨¢nico de postguerra, supuso un agravio. La espectacularidad buscada se torn¨® oscuridad. Se percibi¨® como un insulto a la joven soberana. La reina apareci¨® con tiara y sus joyas, a disposici¨®n de los focos y se encontr¨® enfrente a otra reina que era una outsider, que afronta la muerte y deja atr¨¢s un bagaje de soledad y aislamiento¡±.
Isabel I reina de la ¨®pera
Pocos personajes hist¨®ricos han levantado tantas pasiones en compositores como Isabel I de Inglaterra. Es la reina que m¨¢s chicha a proporcionado a lo largo de la historia de la ¨®pera. Su propio destino de monarca imbatible, hija de la tr¨¢gica Ana Bolena, no querida por su padre, Enrique VIII, llamada a evitar todos los excesos de su progenitor con un remedio de desconfianza y aislamiento hasta el punto de no renunciar a su solter¨ªa. Independiente pero amarga. Sabia y refinada, excelente m¨²sico, amante del teatro, f¨¦rrea gobernante. Lo tuvo todo para despertar la creatividad en Donizetti (dos veces la incorpor¨® en Roberto Devereux y Maria Estuarda), Rossini (Elisabetta, regina d'Inghilterra), Britten (Gloriana). Y tambi¨¦n para que ciertas cantantes se especializaran en ella como personaje, caso de Ana Caterina Antonacci y Alessandra Deshorties. Ambas han encarnado a Isabel I en los varios de esos papeles. Y ahora, entre el d¨ªa 12 y el 24 demuestran su habilidad para ello en el Real.
Un aviso nada inocente. ?Para qu¨¦ sirve el teatro entonces si no es para enfrentarnos a crudas realidades o sombras del destino sobre el escenario? El caso es que Britten lo pag¨®. ¡°Se desat¨® una campa?a contra ¨¦l llena de homofobia. Por eso merece ahora volver a ser reivindicado con esta ¨®pera¡±, afirma el director de escena. ¡°Una obra que est¨¢ entre las grandes compuestas por ¨¦l¡±, agrega Matabosch.
Por su concepci¨®n teatral y musical, cree Antonacci. ¡°Por c¨®mo incorpora los madrigales isabelinos y la m¨²sica del renacimiento a los planteamientos propios¡±. Los suyos y los del siglo XX, con una naturalidad superdotada en ese aspecto. ¡°O por como la dificultad radica en una l¨ªnea de canto continua que no debe hacerte bajar la guardia ni descuidar todos los matices interpretativos que como actriz debes aportar al personaje¡±, dice Deshorties.
Para el montaje, McVicar propone un doble juego de modernidad y tradici¨®n: escenograf¨ªa y m¨¦todo interpretativo del siglo XXI y vestuario isabelino. Una enorme plataforma circular con planetas en ¨®rbita envuelve la acci¨®n. ¡°Es un McVicar puro que se centra en la acci¨®n pero muy ca?ero¡±, define Matabosch. Sobre todo para que quede clara la obsesi¨®n y el conflicto de poder que ya explor¨® en t¨ªtulos precedentes: ¡°Como en Billy Budd, nos muestra que para detentar el poder debes suprimir todo sentimiento en base a la autoridad. Cualquier objeto o sujeto que pueda poner en peligro eso debe quedar sacrificado¡±.
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