Uno de los ¨²ltimos
Estar delante del pianista Cecil Taylor era estar viendo y escuchando a todos los maestros muertos a los que ¨¦l hab¨ªa conocido
Un mundo se acaba cuando desaparecen sus ¨²ltimos testigos. La muerte hace unos d¨ªas de Cecil Taylor estremece m¨¢s porque con ¨¦l se va ya casi del todo un mundo irrepetible de la m¨²sica del siglo XX, y no solo del jazz. Hay artes fulgurantes que alcanzan su periodo de clasicismo y hasta de ruptura y vanguardia en muy poco tiempo. El cine naci¨® como un entretenimiento de feria a finales de un siglo y apenas 30 a?os despu¨¦s ya hab¨ªa producido obras maestras. Las primeras pel¨ªculas se conservaron a pesar de la precariedad de su soporte inflamable y de los compuestos qu¨ªmicos del revelado. El primer disco de jazz se grab¨® en 1917: en su prehistoria, como en la del flamenco, hay una gran oscuridad, porque las m¨²sicas populares que no transcrib¨ªa nadie no pod¨ªan preservarse antes de la invenci¨®n del gram¨®fono. En Nueva Orleans no hubo un B¨¦la Bart¨®k que se ocupara de grabar a los m¨²sicos callejeros que acompa?aban a los entierros, o que llevara su pesado equipaje por las tabernas y los salones de baile, convencido de que aquella m¨²sica a la que nadie prestaba mucha atenci¨®n merec¨ªa tanto estudio como los cantos populares campesinos de Europa central. Antes de los primeros discos de pizarra y de los rollos perforados para pianos mec¨¢nicos que sirvieron para la difusi¨®n del ragtime, todo lo que hay es la memoria brumosa y tambi¨¦n heroica del cornetista Buddy Bolden, que fue un barbero pobre dotado de una potencia y de una musicalidad incomparables, seg¨²n contaban quienes lo conocieron, y que muri¨® joven y desconocido, dejando una herencia no escrita pero de la que acab¨® aprendiendo Louis Armstrong.
El tiempo se acelera en el progreso del jazz tanto como en el del cine. Hacia mediados de los a?os veinte Louis Armstrong, tan joven como el siglo, ha inventado el lenguaje moderno del m¨²sico que improvisa sus solos apoy¨¢ndose en la base arm¨®nica y r¨ªtmica del conjunto. En 1956, cuando Cecil Taylor graba su primer disco, Armstrong es una vaca sagrada, un monumento anacr¨®nico de un pasado que para los m¨²sicos j¨®venes es tan rancio y tan lejano como un pintor acad¨¦mico de dos siglos atr¨¢s para un artista pop. Un rasgo singular del jazz que explica la inmensa pujanza que tuvo entre los a?os cincuenta y los sesenta es que en esa ¨¦poca estaban activos simult¨¢neamente sus pioneros, sus clasicistas y sus vanguardistas, los viejos fundadores y los visionarios radicales: como si hubieran sido aproximadamente coet¨¢neos Giotto, Vel¨¢zquez, Goya, Manet, Picasso, Mark Rothko; como si Joyce hubiera conocido de joven a Cervantes y le¨ªdo Don Quijote cuando todav¨ªa era una novedad; o como si entre la publicaci¨®n de las Novelas ejemplares y la de Ulysses hubieran pasado los mismos 30 veloces a?os que entre los discos m¨¢s originales de Armstrong con sus Hot Five y sus Hot Seven y el Conquistador! de Cecil Taylor, que apareci¨® en 1967.
Lo vi cuando estaba a punto de cumplir 80 a?os y desplegaba una vitalidad enfebrecida, rachas l¨ªmpidas de melod¨ªa y borbotones r¨ªtmicos
Quiz¨¢s la tecnolog¨ªa, al acelerar el tiempo, acelera tambi¨¦n la mutaci¨®n de las artes que se sirven en ella. Manet recibi¨® la influencia de los cuadros de Vel¨¢zquez dos siglos despu¨¦s de que fueran pintados. La literatura empez¨® a difundirse masivamente no con la invenci¨®n de la imprenta, sino con las tecnolog¨ªas que abarataron la impresi¨®n de los textos y la volvieron accesible a un p¨²blico multiplicado por el progreso de la instrucci¨®n p¨²blica. La radio y el gram¨®fono dilataron universalmente la influencia del jazz. En los a?os cuarenta los juke-boxes, lo que aqu¨ª llam¨¢bamos antes las m¨¢quinas de discos, permit¨ªan que cualquier aficionado muy joven se aprendiera de memoria un solo de Charlie Parker gastando solo unos c¨¦ntimos. En Par¨ªs o en Buenos Aires o en Madrid mel¨®manos codiciosos rebuscaban por las tiendas de m¨²sica discos arcaicos de 78 revoluciones por minuto.
Los m¨²sicos que inventaron en los a?os veinte y treinta el primer clasicismo del jazz sol¨ªan ser autodidactas. Duke Ellington aseguraba que las pocas nociones formales de armon¨ªa que hab¨ªa estudiado se las dio su profesor en un taxi, yendo de un lado a otro de Manhattan. La generaci¨®n de Cecil Taylor, que es tambi¨¦n la de John Coltrane, Eric Dolphy, Charles Mingus, Ornette Coleman, alcanz¨® con m¨¢s frecuencia una formaci¨®n de conservatorio. Eso les permiti¨® una familiaridad mucho m¨¢s profunda con la m¨²sica de tradici¨®n europea, si bien no les facilit¨® posibilidades de trabajo en orquestas sinf¨®nicas, inaccesibles para m¨²sicos negros.
Ten¨ªan una formaci¨®n musical rigurosa, pero no salidas profesionales fuera del jazz. Ten¨ªan un conocimiento y un arraigo profundo en la m¨²sica popular afroamericana, desde el blues a los cantos de iglesia y celebraci¨®n comunitaria, y en la elocuencia de los recitados y las predicaciones b¨ªblicas. Y llegaban a la plenitud de sus vidas en la ¨¦poca de las grandes sublevaciones por los derechos civiles, de la rabia ya nunca m¨¢s contenida contra la segregaci¨®n, la pobreza, la injusticia. Se rebelaban por igual contra la figura del m¨²sico como showman ex¨®tico a la manera de Armstrong ¡ªy en eso fueron injustos con ¨¦l¡ª y contra las limitaciones que el formato de las canciones de Broadway ¡ªlos 32 compases, la exposici¨®n, el estribillo¡ª impon¨ªan al desarrollo de la m¨²sica. Ni siquiera el bebop, con todo su radicalismo, se hab¨ªa escapado de esa horma.
Cecil Taylor estuvo en el coraz¨®n de esa gran ruptura. Admiraba a Bart¨®k, a Stravinski, a Ligeti; tambi¨¦n a Thelonious Monk y a Carmen Amaya. Recibi¨® durante una ¨¦poca el mismo oprobio que Ornette Coleman, pero pose¨ªa una fortaleza interior que se convert¨ªa en ensimismamiento y jactancia en sus actitudes p¨²blicas. Hab¨ªa algo de chamanismo en su presencia sobre un escenario, en las trenzas que se agitaban alrededor de su cara sudorosa cuando tocaba el piano como si estuviera bailando y como si tocara un tambor, en aquellos pijamas o indumentarias desordenadas de deporte con los que aparec¨ªa. Yo lo vi cuando estaba a punto de cumplir 80 a?os y desplegaba una vitalidad enfebrecida, rachas l¨ªmpidas de melod¨ªa y borbotones r¨ªtmicos, mon¨®logos murmurados en verso, escritos a mano, en hojas arrancadas de cuaderno. Estar delante de ¨¦l era estar viendo y escuchando a todos los maestros muertos a los que ¨¦l hab¨ªa conocido, participar tard¨ªamente en la trepidaci¨®n de novedad que ¨¦l y otros como ¨¦l hab¨ªan desatado cuando eran j¨®venes. Ornette Coleman muri¨® en 2015. Un mundo se acaba con esta muerte de Cecil Taylor. Los or¨ªgenes del jazz est¨¢n oscurecidos por la falta de discos. En esta postrimer¨ªa, los discos son lo que nos queda.
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