Juli¨¢n y el hermano toro
El Juli conmueve La Maestranza con el indulto de 'Orgullito', bravo ejemplar de Garcigrande
Fue emocionante el ¨²ltimo muletazo de El Juli a Orgullito. Estiraba el trapo como si estuviera recogiendo un n¨¢ufrago del mar. Lo redim¨ªa de la muerte, ense?¨¢ndole el camino de los chiqueros y, al fondo, el para¨ªso de la dehesa. Orgullito se hab¨ªa vaciado, entregado, ofrecido, pero el ¨²ltimo resuello le permiti¨® invertir su destino: de la plaza al campo, de la muerte a la vida.
Hubiera deslucido la ceremonia la irrupci¨®n de los cabestros. El cencerro es la deshonra del toro bravo. Y El Juli dispuso que se abstuviera el mayoral de su tarea. Emocionaba la intimidad del matador y la fiera. Que no eran matador ni fiera, sino el franciscano Juli¨¢n y el hermano toro. Por eso El Juli acompa?aba a Orgullito con la voz en cada muletazo. Lo jaleaba. No toreaba El Juli. No hab¨ªa enga?os. Sobreven¨ªa entre ambos una coreograf¨ªa asombrosa.
Excepcionalmente bravo fue Orgullito, un ejemplar del hierro salmantino de Garcigrande al que Juli¨¢n L¨®pez alumbr¨® acaso la mejor faena de su vida. La plaza, la hora. El d¨ªa. Que se le tiembla a uno el pulso de evocarla, pues se desmayaba El Juli en cada derechazo. Se abandonaba, como se dice en el argot. Y se reun¨ªa con el toro como si no fuera ya posible distinguirlos. El toro era el hombre. El hombre era el toro. Respiraban a la vez.
La armon¨ªa conmovi¨® los tendidos. Alborot¨® una tarde de euforia, de conmoci¨®n y de histeria. No digamos cuando los aficionados elevaron a hombros al torero en el umbral de la Puerta del Pr¨ªncipe. Y lo convirtieron en paso de semana santa, despoj¨¢ndolo del oro del vestido como a un t¨®tem de la fertilidad y asom¨¢ndolo al espejo del Guadalquivir cuando casi anochec¨ªa.
Y levantaban los sevillanos los m¨®viles hacia el cielo. Como si fueran candelabros de la posmodernidad. Y gritaban ¡°Torero, torero¡± al Juli, cuya mueca de felicidad con la cicatriz de una antigua cornada identificaba la tarde de la gloria y de la ingravidez. Esas mu?ecas rotas. Esa tauromaquia incorp¨®rea. Y esa suavidad con que hab¨ªa mecido los vaivenes de Orgullito, igual que hace el viento con las espigas. El ni?o prodigio se hac¨ªa hombre prodigio.
Y se le quedaba corto el apodo. El Juli suena a poco. Parece el diminutivo restrictivo de un torero superlativo. Qu¨¦ lejos ha llegado aquel chavalillo rubio y retaco al que las autoridades prohib¨ªan torear en Espa?a porque no cumpl¨ªa la edad. Qu¨¦ grande parec¨ªa ayer en La Maestranza Juli¨¢n, arrebat¨¢ndose con el capote, ci?¨¦ndose la embestida de Orgullito como si el torero y el toro hubieran acordado dejarse ir, de la vida a la muerte, o de la muerte a la vida.
Fue un acto de entrega y de generosidad. El del toro, el del torero, y el del p¨²blico tambi¨¦n, pues los espectadores revistieron los tendidos de pa?uelos blancos a semejanza de un oleaje embriagador para reclamar el indulto de Orgullito y los laureles de Juli¨¢n. Ave Juli.
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