Nada
El Cuarteto de Jerusal¨¦n en el Auditorio Nacional ha sido lo m¨¢s parecido a contemplar un encefalograma plano
Escuchar el concierto ofrecido el martes por el Cuarteto de Jerusal¨¦n en el Auditorio Nacional ha sido lo m¨¢s parecido a contemplar un encefalograma plano: una infinita y mon¨®tona l¨ªnea recta. No hab¨ªa picos, ni ascendentes ni descendentes. No pasaba nada. Sonaron, claro, un tropel de notas tocadas (casi siempre demasiado fuerte) por los cuatro instrumentistas (sin apenas mirarse), pero resultaba imposible encontrar en ellas alguna direcci¨®n, alg¨²n sentido, alg¨²n prop¨®sito. Cuatro robots preprogramados no tocar¨ªan de manera muy diferente.
Obras de Jan¨¢?ek, Schulhoff y Dvo?¨¢k. Cuarteto de Jerusal¨¦n. Auditorio Nacional, 17 de abril.
Hay m¨²sicas a las que esta asepsia expresiva, esta ejecuci¨®n maquinal y sin alma, les inflige un gran da?o. Hay otras, como las tres que conformaban el programa, que quedan por completo desfiguradas e irreconocibles. Fue especialmente doloroso el caso del Cuarteto n¨²m. 1 de Jan¨¢?ek, una obra escrita en ocho d¨ªas en uno de esos frenes¨ªes emocionales que se apoderaban del compositor checo en sus arrebatados ¨²ltimos a?os de vida. Inspirado por La sonata a Kreutzer de Tolst¨®i, un relato que obsesionaba al checo, la m¨²sica no es nunca previsible, los cuatro movimientos concluyen abruptamente y la partitura abunda en indicaciones sorprendentes: ¡°feroz¡±, ¡°con timidez¡±, ¡°como si se derramaran l¨¢grimas¡± (el solo del primer viol¨ªn al comienzo del Con moto final), ¡°como si se hablara¡±. De nada de ello hubo noticias y esa densa polifon¨ªa de motivos aparentemente dis¨ªmiles tan caracter¨ªstica de Jan¨¢?ek, en la que todos tienen igual importancia, son¨® siempre desva¨ªda y confusa. El Cuarteto de Jerusal¨¦n toc¨® todas las notas, aunque no siempre en la cuerda que indica el compositor, ni con la articulaci¨®n que prescribe, ni con la din¨¢mica justa. Las notas son solo eso: notas. La m¨²sica es otra cosa.
Las Cinco Piezas de Erwin Schulhoff son una obra menor, pero extremadamente eficaz si se extreman los contrastes entre ellas y, sobre todo, si se sabe trasladar el humor de sus compases: del vals vien¨¦s inicial, de la serenata, de la danza checa, del tango, de la fogosa tarantela final. Tampoco aqu¨ª hubo nada que llevarse a la boca. Todo volvi¨® a ejecutarse (no interpretarse) con rutina, sin matices, sin gracia, con tempi r¨ªgidos y profusi¨®n de automatismos. Y en la obra que cerraba el programa, el extraordinario Cuarteto op. 106 de Anton¨ªn Dvo?¨¢k, nada mejor¨®. Voces p¨¦simamente planificadas, golpes de arco equivocados, ausencia de tensiones y cohesi¨®n interna, lirismo vasto y sin ning¨²n vuelo. Ejecuci¨®n aparente y ostentosa por fuera, pero vac¨ªa por dentro: pura c¨¢scara.
Sorprendentemente, quiz¨¢s animados por el recuerdo de conciertos mejores de los mismos int¨¦rpretes en el pasado, el p¨²blico prodig¨® bravos y aplausos entusiastas, recompensados con dos propinas: el cuarto movimiento del Cuarteto n¨²m. 4 de Bart¨®k y el Menuetto del Cuarteto op. 76 n¨²m. 4 de Haydn. Ni m¨²sica del siglo XVIII, ni del XIX ni del XX. Ni con arco ni sin arco. Ni lenta ni r¨¢pida. El concierto no logr¨® elevarse nunca ni medio palmo por encima del suelo. El programa, muy bien concebido (aunque el orden Dvo?¨¢k - Schulhoff - Jan¨¢?ek funcionar¨ªa mejor), promet¨ªa much¨ªsimo, tanto como, tristemente, decepcion¨® luego su huera plasmaci¨®n sonora. Una planicie.
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