El genio que surgi¨® del fr¨ªo
Andris Nelsons est¨¢ llamado a deparar muchas alegr¨ªas a los aficionados a la m¨²sica
Es posible que haya otras orquestas con m¨¢s tir¨®n medi¨¢tico, o que disfruten de una fama m¨¢s global, pero pocas agrupaciones pueden presumir del pedigr¨ª de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, un basti¨®n de la cultura musical alemana, un custodio de la tradici¨®n bien entendida, un emblema art¨ªstico exhibido anta?o sin rebozo por la extinta Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y hoy, de nuevo, patrimonio de todos tras 275 a?os de historia. Como cont¨® en estas mismas p¨¢ginas Pablo L. Rodr¨ªguez el pasado 26 de febrero, Andris Nelsons es desde entonces su 21? Kapellmeister, sucediendo en el puesto a m¨²sicos como Felix Mendelssohn, Arthur Nikisch, Wilhelm Furtw?ngler, Bruno Walter o Herbert Blomstedt (casi nada). Leipzig era una fiesta era el expresivo t¨ªtulo de aquella cr¨®nica, porque la ciudad sajona ha logrado atraer a su redil a quien es, probablemente, el director de orquesta menor de 40 a?os (los cumple en noviembre) m¨¢s brillante, completo y personal de la actualidad.
Lo que parece que fueron disensiones irreconciliables entre dos facciones de la orquesta impidieron hace justamente tres a?os su llegada a la titularidad de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn. El 25 de abril de 2015, cuando concluy¨® una formidable versi¨®n de la Quinta Sinfon¨ªa de Mahler, tras largos minutos de aplausos, el p¨²blico no cej¨® hasta que logr¨® una ¨²ltima salida en solitario de Nelsons, con el escenario de la Philharmonie ya desierto: era su manera de ejercer su derecho al voto. O de lanzar un mensaje inequ¨ªvoco a los filarm¨®nicos, ya casi en capilla: ¨¦l, a sus 36 a?os entonces, era su candidato. Ellos se lo han perdido y son Leipzig y Boston, en el Viejo y en el Nuevo Mundo, las ciudades m¨¢s vinculadas al arte de un director que es tambi¨¦n ?en sus maneras, en su elecci¨®n del repertorio, en su t¨¦cnica, en la construcci¨®n de su carrera? a un tiempo antiguo y moderno.
Su primera gran gira europea con su nueva orquesta ha concluido en Madrid, donde han ofrecido dos programas dominados por el gran repertorio cl¨¢sico y rom¨¢ntico. En el primer concierto, sus dos partes fueron virtualmente antag¨®nicas. De inicio, Nelsons hubo de cargar con lo que, en muchos momentos, pareci¨® casi un pesado lastre: el Beethoven blando, desva¨ªdo, inarticulado e inexpresivo que produc¨ªa en el piano su solista, Yefim Bronfman, impasible y circunspecto ante el teclado. No hubo buen entendimiento entre ambos (manifiesto en varias entradas y salidas conjuntas nada sincr¨®nicas) y, aunque Nelsons dej¨® m¨²ltiples detalles de su clase (el mejor, la extraordinaria exposici¨®n del segundo tema del primer movimiento), fue una versi¨®n del Concierto Emperador de Beethoven con muy poco inter¨¦s. El director, que es un dechado de modestia y generosidad, dej¨® salir varias veces a Bronfman en solitario a recibir los aplausos, lo que dio lugar a dos propinas: una Arabeske de Schumann un tanto ramplona y el ¨²ltimo movimiento de la Sonata n¨²m. 7 de Prok¨®fiev, lo mejor que toc¨®, con mucho, el pianista estadounidense, que en tres minutos precipitati pareci¨® borrar para muchos los plomizos cuarenta anteriores y acab¨® llev¨¢ndose la gloria sin merecerla.
Obras de Beethoven, Brahms, Larcher, Mozart y Chaikovski. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Yefim Bronfman (piano). Dir.: Andris Nelsons. Auditorio Nacional, 5 y 6 de mayo.
La segunda parte fue otro mundo. Nelsons se enfrentaba a la Cuarta Sinfon¨ªa de Brahms, una obra complej¨ªsima, plagada de trampas, y con el problema a?adido de que su concepci¨®n es casi el reverso de la de Riccardo Chailly, su antecesor en el puesto, y la que llevaba tocando la orquesta durante la ¨²ltima d¨¦cada. Aunque uno y otra est¨¢n a¨²n conoci¨¦ndose, como quien dice, Nelsons no se arredr¨® y ya en los primeros compases dej¨® claro que ¨ªbamos a ser testigos de algo grande, muy grande. Logr¨® que el Allegro non troppo inicial aflorara a la superficie como quien lo desentierra, pero no con una pala, sino con esos pinceles que utilizan los arque¨®logos: lenta, leve y casi amorosamente.
A pesar de la magnitud de la orquesta (14 primeros violines), la Gewandhaus no son¨® un solo momento marm¨®rea o grandilocuente, sino delicada, tersa, compacta y, a ratos, casi camer¨ªstica, con lucimiento especial de la madera y la cuerda grave (excepcionales violas y violonchelos). S¨¦bastian Jacot, con su flauta de madera, toc¨® un solo de articulaci¨®n y gradaci¨®n din¨¢mica mod¨¦licas en el cuarto movimiento, el cl¨ªmax de una versi¨®n construida por Nelsons como un arquitecto que dibuja con trazos firmes la estructura de un edificio que tiene perfectamente conformado en su cabeza. Con una t¨¦cnica cada vez m¨¢s personal (renuncia con frecuencia a uno de los brazos, cambia la batuta de mano e incluso prescinde de ella por momentos), constatamos cu¨¢n diferentes pueden llegar a ser los acordes producidos por una orquesta. Fue una Cuarta de una pieza, intensa, po¨¦tica, oto?al, rotunda, sincera, audaz. Nada que ver con la m¨²sica atenazada e ins¨ªpida de la primera parte. Desasido del yugo, el director let¨®n parec¨ªa otro hombre: Nelsons desencadenado.
El concierto del domingo se abri¨® con Chiasma, una obra de Thomas Larcher para celebrar la llegada de Nelsons a la titularidad de la Gewandhaus. Poco interesante musicalmente, pero con generoso lucimiento orquestal, sirvi¨® para constatar que al let¨®n tambi¨¦n le adorna la virtud de sentirse c¨®modo en el repertorio contempor¨¢neo. La Sinfon¨ªa n¨²m. 40 de Mozart fue magn¨ªfica, con texturas di¨¢fanas, interacci¨®n constante entre cuerda y viento, y transparente traducci¨®n del contrapunto, especialmente en el Menuetto. Cada movimiento tuvo una personalidad diferenciada, al tiempo que todos ellos fueron complementarios. Nelsons no mueve los brazos o agita su cuerpo por capricho: todo cuanto hace o insin¨²a tiene una precisa traducci¨®n sonora y con ¨¦l no sirven la desatenci¨®n o la rutina. Es siempre evidente que, sin ¨¦l en el podio, todo ser¨ªa diferente, lo que no siempre es el caso con muchos directores.
La Pat¨¦tica de Chaikovski conoci¨® de nuevo una versi¨®n personal¨ªsima, valiente, y enderez¨® su rumbo tras una notable pifia del solista de fagot nada m¨¢s comenzar. Nelsons transmite la ins¨®lita sensaci¨®n de que, con ¨¦l, algo grande, inesperado, emocionante, puede pasar en cualquier momento. Y as¨ª fue en muchos momentos, destello tras destello, aunque tanto ¨¦l como la orquesta parec¨ªan desfallecidos al final de una gira extenuante. Las trompas corroboraron que son la secci¨®n m¨¢s d¨¦bil y la cuerda grave volvi¨® a obrar maravillas. Sin las extravagancias de Currentzis, Nelsons fue erigiendo una versi¨®n muy personal, siempre coherente, aunque no exenta de sorpresas, que culmin¨® en un intenso y doliente ¨²ltimo movimiento, si bien no acab¨® de rozarse ese cielo en que se instal¨® de principio a fin la Cuarta de Brahms. Con todo, pasar¨¢ mucho tiempo antes de que volvamos a escuchar una Pat¨¦tica con semejante riqueza de significante y significado.
Nacido y criado en la Letonia a¨²n sovi¨¦tica, un pa¨ªs que dio y que sigue dando a tantos m¨²sicos excelentes (su maestro Mariss Jansons, Gidon Kremer, Baiba Skride, El¨©na Garan?a), Andris Nelsons est¨¢ llamado a deparar muchas alegr¨ªas a los aficionados a la m¨²sica. Rememorando lo dura que hab¨ªa sido la vida para sus padres en su pa¨ªs bajo el r¨¦gimen sovi¨¦tico, Nelsons declar¨® en una ocasi¨®n: ¡°Nosotros somos la generaci¨®n de la esperanza¡±. Ahora hay muchas miradas puestas en ¨¦l, en sus maneras de antidivo, en la est¨¦tica plasticidad de sus gestos, en su extraordinaria t¨¦cnica, en el placer contagioso que irradia desde el podio, en su desbordante y vertiginosa madurez. Iberm¨²sica no pod¨ªa hacernos mejor regalo para cerrar su temporada.
Babelia
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