Cadenas: el pa¨ªs que vuelve
Este Premio Reina Sof¨ªa ser¨¢ una manera de reconocer que la cultura venezolana sigue a flote
Poco se entiende que una persona que apele a las palabras para discernir la realidad las use tan poco a la hora de hablar. Podr¨ªa ser el caso del poeta venezolano Rafael Cadenas, quien prefiere los silencios entre versos o los espacios entre estrofas antes que pronunciar un sustantivo o paladear un adjetivo. Las palabras, en su poes¨ªa, han sido siempre ejercicios de aproximaci¨®n para un horizonte mayor, inaprensible, que el poeta entiende como la realidad misma, o como el milagro de la existencia. Su po¨¦tica es la de la derrota, la del fracaso, pero no entendidos como haza?as humanas no alcanzadas, sino como impulsos de antemano fallidos, pues la palabra, aunque noble, siempre morir¨¢ en el umbral de la significaci¨®n.
Podemos pronunciar, por ejemplo, el vocablo ¨¢rbol, que nos parecer¨¢ elegante y sonoro, pero siempre habr¨¢ un abismo entre ese significante y la trama de hojas y ramas que nos deleita sin que entendamos por qu¨¦. En esa mediaci¨®n, en ese hueco entre artilugio verbal y realidad cognitiva, se refugia la poes¨ªa, para tratar de acercar ambas orillas y propiciar la chispa de la revelaci¨®n. Ese pacto, si es que se logra, depende de que el lenguaje sea cada vez menos funcional y de que la realidad sea cada vez m¨¢s imaginaria. No en balde Roman Jakobson hablaba de una tal funci¨®n po¨¦tica, aquella en la que el lenguaje se refiere a s¨ª mismo.?
Cadenas publica su primer poemario en 1958, y al intitularlo Una isla hac¨ªa referencia a varias circunstancias: en primer lugar, lo hab¨ªa escrito en Trinidad y Tobago, a pocos kil¨®metros de la costa oriental venezolana; en segundo lugar, lo hac¨ªa en condici¨®n de exilado de la dictadura de P¨¦rez Jim¨¦nez; en tercer lugar, viv¨ªa en extrema soledad, rodeado de libros de literatura inglesa. Pero la palabra isla tambi¨¦n remit¨ªa a aislamiento, singularidad y univocidad. Hablamos de un libro que marca o define una condici¨®n, porque esa tentativa de propiciar un estado de revelaci¨®n (como lo quiere el haiku), que est¨¢ en toda su poes¨ªa, es competencia del individuo (aquello que, etimol¨®gicamente hablando, no se puede dividir). Decir, por ejemplo, que ¡°tu cuerpo es un arrogante/ palacio/ donde vive/ el/ temblor¡±, no habla tanto de una visi¨®n er¨®tica como de quiebre de la percepci¨®n: el temblor podr¨ªa ser el asomo de lo que nunca vemos. As¨ª, esta pulsi¨®n que quiere penetrar la materia hasta sus ra¨ªces, al regresar de Trinidad, se hace permanente, cuando Cadenas se refugia en lecturas del pensamiento contracultural norteamericano (?qui¨¦n recuerda hoy a Norman O. Brown?), del hinduismo y del budismo zen. La gran lecci¨®n de Oriente, vigente en el Cadenas que acaba de publicar En torno a Basho y otros asuntos, es que el Yo aristot¨¦lico, en el que se funda Occidente, no es tan comprehensivo como el Ser de las filosof¨ªas orientales. Quiz¨¢s la poes¨ªa de la instantaneidad nos acerque m¨¢s a la realidad profunda que la de nuestros rom¨¢nticos o simbolistas.
Por toda esta concepci¨®n de vida, que tambi¨¦n se refleja en su po¨¦tica, Cadenas se ha acostumbrado a no esperar nada m¨¢s de lo que un estado de revelaci¨®n le podr¨ªa regalar a diario: ¡°Flor/ el que te mira/ en este instante/ se aparta/ para hacerte sitio¡±. Y esto podr¨ªa incluir hasta honrosas distinciones como el Premio de Poes¨ªa Iberoamericana Reina Sof¨ªa. Pero a diferencia del poeta que se aparta para hacerle sitio a la belleza, sus lectores, sus seguidores y, m¨¢s a¨²n, los venezolanos que han descubierto su temple c¨ªvico de estos ¨²ltimos a?os ¨Cen el que la noci¨®n de pa¨ªs, de empresa p¨²blica, se resquebraja¨C, han hecho de su isla, de su pa¨ªs, una geograf¨ªa alterna, un paisaje autosuficiente y lleno de bondades, en espera de que el pa¨ªs real recupere sus fueros y el tronco com¨²n en el que todos los venezolanos de bien se reconocen.
Los poetas venezolanos, con Cadenas a la cabeza, y en general todos los escritores del pa¨ªs suramericano, por no hablar de toda la sociedad de creadores culturales, se han dado a la tarea de preservar memoria cuando esta se destruye, de conservar im¨¢genes cuando estas se borran, de postular espejos cuando todos se quiebran o de mantener vivo el lenguaje cuando el discurso p¨²blico se ha vuelto inconexo y vulgar.
Me temo que este Premio Reina Sof¨ªa, por y a trav¨¦s de Cadenas, ser¨¢ una manera de reconocer que la cultura venezolana no s¨®lo sigue a flote, sino que, en modo de resistencia, se ha exigido m¨¢s a s¨ª misma para que las realizaciones de hoy sean los fastos que se puedan estudiar ma?ana. Hacerle sitio al hermoso pa¨ªs que vuelve podr¨ªa ser el empe?o de la poes¨ªa venezolana que no claudica.
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